Es uno de los mercados más grandes del mundo. Es también uno de los más endeudados; su deuda gubernamental sobre el Producto Interior Bruto es aproximadamente 240% ( y su deuda total sobre PIB se sitúa alrededor de 450%). Su mercado de acciones continúa muy por debajo de los niveles máximos del año 1989, su máximo histórico. Desde entonces, debido al estallido de su burbuja inmobiliaria y su crisis financiera, es una de las pocas economías del mundo (la única dentro de las más grandes) que ha experimentado deflación de forma más o menos consistente.
Sin embargo, recientemente la economía japonesa está tomando el escenario central con una historia un tanto curiosa. Después de las elecciones generales de finales del año pasado, el nuevo primer ministro Shinzo Abe, en coordinación no oficial y totalmente heterodoxa con el Banco central japonés, ha aprobado una serie de medidas de estímulo con la intención de cambiar el rumbo de la economía. El tamaño de ese paquete de medidas podría llegar a ser de 20.2 Trillones de Yenes (unos $216 Bn). La idea detrás de esta operación, además de la obvia de estimular la actividad económica, parece ser la de producir inflación, y por tanto conseguir que el peso de la deuda se reduzca en términos del PIB. En cierto modo, es lo mismo que la Reserva Federal Americana está haciendo con el problema de la deuda en Estados Unidos. Sin embargo, la situación en Japón es un poco más complicada. El nivel de deuda en Japón es muy superior; de hecho, el 25% del ingreso fiscal del gobierno japonés está destinado a pagar los intereses de su deuda. Lo cual a los niveles actuales de tipos de interés es una complicación gestionable. El problema es que si la curva de tipos japonesa, debido al estímulo, se desplaza un 1% hacia arriba (suben los tipos en toda la curva en 100 p.b.), satisfacer los intereses requeriría el 50% del ingreso fiscal del país (manteniendo la capacidad de recaudación constante).
El análisis de la dinámica de los diferentes componentes de la economía (Bolsa, bonos, divisa) es el siguiente: La economía se estimula con un paquete fiscal importante, la bolsa japonesa recibe las medidas con subidas importantes (32% desde noviembre 2012), el Yen se deprecia debido a la creación de dinero (desde niveles de 77 en Noviembre 2012 hasta niveles actuales de 93 o quizá incluso más). Hasta aquí todo bien. Debido a que la economía japonesa es netamente exportadora, un Yen débil hace que los productos japoneses sean más competitivos y que los beneficios repatriados sean elevados medidos en yenes, creándose un círculo virtuoso. Pero al mismo tiempo, para que todo esto funcione, alguien tiene que seguir comprando bonos japoneses para mantener el servicio de la deuda en niveles “manejables”. Aproximadamente, el 90% de la deuda japonesa está en manos de inversores locales (instituciones, fondos de pensiones y ahorradores), ya que en un entorno de deflación, tiene sentido comprar bonos, y cuanto más larga sea su duración, mejor. Pero en un entorno de inflación, o mejor dicho, en un entorno donde las expectativas de inflación son altas y crecientes, comprar bonos es un suicidio financiero. Y es aquí donde el círculo virtuoso se rompe: si el coste de la deuda sube y el crecimiento económico no es lo suficientemente fuerte como para compensar con ingresos fiscales ese coste, a Japón no le quedaría más remedio que hacer impago de su deuda. Default. Lo cual no parece una noticia muy positiva para la bolsa. El mercado parece estar sobreponderando las consecuencias positivas de corto plazo fruto del estímulo y olvidando, o poniendo en segundo plano, las peligrosas consecuencias que surgirán más adelante. Para los inversores de medio-largo plazo, quizá sea conveniente vigilar el bono a 10 años japonés como medida de estrés del paradigma japonés. Y para los de corto plazo también.