La bajada de tipos en EE.UU. de septiembre empezó a orientar el mercado para finales de año, con un reposicionamiento del mercado hacia las empresas defensivas y aquellas correlacionadas negativamente con los movimientos de los tipos de interés. Esto vino acompañado de la subida en las encuestas de Kamala Harris como posible futura presidenta de Estados Unidos. Este cambio de tendencia fue beneficioso para la esfera medioambiental, mientras que la popularidad de Donald Trump sugería la desregulación de las industrias contaminantes y una nueva salida de los acuerdos internacionales.
Harris está impulsando una nueva propuesta al capitalizar una responsabilidad pragmática y comprometida con la defensa del medio ambiente, al tiempo que se posiciona más a favor de las empresas que los demócratas progresistas. Esto sugiere la posibilidad de que desempeñe un papel fundamental en el liderazgo estadounidense sobre la transición energética, abordando los actuales cuellos de botella del Green New Deal. En este escenario, la industria petrolera sería la más afectada.
Combinados, estos dos factores en EE.UU. son catalizadores positivos para las empresas que aportan soluciones climáticas y para la naturaleza, que se beneficiarán de unos tipos más bajos para redistribuir la financiación con el fin de intensificar sus esfuerzos. Además, en un contexto general de débil crecimiento, esto sería beneficioso para las empresas que ofrecen productos y servicios de tecnología digital que mejoran la competitividad de las industrias, tanto desde el punto de vista económico como en la gestión de los recursos naturales o la energía.
Por último, las empresas del sector alimentario, como las que aumentan los rendimientos agrícolas (proveedores de semillas de alta calidad resistentes a las plagas y a la falta de agua, agricultura de precisión, sistemas de riego y tratamiento del agua, tema más general de la agricultura sostenible…) también están actualmente bien posicionadas para beneficiarse del entorno de mercado.
La financiación de este sector es tanto más importante cuanto que las sequías provocadas por el prolongado temporal de El Niño están teniendo repercusiones a largo plazo en diversas partes del mundo. Se espera que la situación sea especialmente crítica en los próximos meses y agrave una crisis del hambre ya de por sí dramática. Por ejemplo, el 17% de la población de Sudáfrica necesita ayuda alimentaria, y Zimbabue, Zambia y Malawi han declarado sus crisis de hambre como estado de emergencia. En Europa, los rendimientos agrícolas también se ven afectados, con, por ejemplo, un descenso de la producción de uva de más del 40% en comparación con la media de los últimos 30 años en el sur de España a raíz de la sequía2. En Francia, las lluvias invernales han tenido un impacto masivo en la producción de trigo blando, que se espera que disminuya entre un 15 y un 17% con respecto a 20233.
Los signos visibles de la creciente presión sobre nuestro suministro de alimentos y, por tanto, indirectamente sobre la preservación y restauración de la naturaleza son cada vez más centrales en el ámbito de la adaptación al cambio climático y en el centro de los futuros debates internacionales de la COP16 – biodiversidad – a finales de octubre en Colombia y de la COP29 – clima – a mediados de noviembre en Azerbaiyán.
Tribuna de Marie Lassegnore, CFA y responsable de Análisis Financiero y Extrafinanciero de Crédit Mutuel Asset Management.