Durante los últimos meses las conversaciones dentro del mundo de la gestión de activos han girado en torno a los retos a los que nos enfrentamos de cara a la construcción de carteras realmente diversificadas para los próximos años y que, a su vez, mantengan un potencial de rentabilidad razonable.
Las famosas y rentables carteras 60/40 que revolucionaron la gestión de activos en los años 80 y 90 están ahora de nuevo en boca de todos. Son muchas las voces del mercado que abogan incluso por la muerte de dicho enfoque. El modelo convencional de construcción de carteras basado en la correlacion negativa entre acciones y bonos en los momentos malos de mercado y positiva en los momentos buenos, que consistía en una simple estrategia de comprar y mantener de forma pasiva los mercados de renta fija en general, ha quedado denostado. Podemos asegurar que ha llegado a su fin si realmente velamos por el interés de los clientes. Tanto las acciones como los bonos caen a la vez, y en gran medida, por la misma razón.
La tendencia estructural a la que estábamos acostumbrados, de tipos de interés a la baja, ha dado un quiebro que ya se veía venir desde hace, por lo menos, un par de años. Este giro a una nueva tendencia al alza en los tipos de interés a largo plazo, que, entre otras cosas, descuentan la previsión de lo que vayan a hacer los de corto plazo (marcados por el Banco Central Europeo) ha hecho que los mercados de renta fija, en general, lejos de servir de colchón diversifcador de las carteras, haya contribuido aun más a sus caídas. Sólo en el primer cuatrimestre del 2022, con las “pequeñas” subidas en los tipos de interés a largo plazo, los principales índices de renta fija han tenido caídas cercanas al 9%.
Adicionalmente, el grado de concentración existente en los mercados y en muchos índices, bien sea por el excesivo peso de determinadas compañías, sectores, áreas geográficas o estilos de inversión, hace que una estrategia basada en la extrapolación de lo que ha funcionado tan bien en la última década tenga un nivel de riesgo previsto más alto de lo esperado, y seguramente un nivel de rentabilidad esperada más bajo.
Gestionar con el “retrovisor” seguramente no es la mejor opción para alcanzar los objetivos de inversión en este nuevo entorno. Estamos en un nuevo ciclo al que hay que adaptarse con enfoques más dinámicos y con la búsqueda de activos que realmente aporten diversificación en las carteras y que, además, cumplan con el requisito ‘más difícil todavía’: cumplir con las expectativas de rentabilidad de los inversores. Se hace necesario discriminar estrategias dentro de la renta fija que realmente puedan añadir valor, segmentos dentro de la renta variable capaces de mantener márgenes y sin unos excesos de valoración sostenidos por los anormalmente bajos tipos de interés de la última década, e incluir activos alternativos o privados que tengan correlación positiva con entornos de inflación, y que de verdad, y no sólo por la etiqueta de su nombre, aporten una diversificación real a las carteras y puedan sumar potencial de rentabilidad.
La buena noticia es que existen oportunidades en todos esos campos, bien sea en estrategias de crédito corporativo, bonos catástrofe, sectores y compañías con márgenes sostenibles y beneficiados de entornos de inflación, crédito oportunístico en el sector inmobiliario, infraestructuras, oro, capital riesgo, etc. Aquellos modelos de construcción de carteras que sean capaces de explotarlas, saldrán beneficiados de este nuevo escenario.
Tribuna de Diego Corral Basterra, socio de Diaphanum