Debido a que el consumo y la inversión dependen del nivel de ingreso, el aumento del gasto del gobierno tiene un impacto más que proporcional sobre la demanda agregada y la producción. Cuando el gobierno aumenta su gasto, sus proveedores reciben dinero y tienden a gastarlo, vía consumo o inversión, por lo que el aumento en la demanda agregada es mayor al gasto realizado por el gobierno.
En otras palabras, un incremento del gasto del gobierno de 100 pesos implica que tanto al producción como la demanda agregada aumentan en más de 100.
Algunas estimaciones muestran que este efecto multiplicador es mayor en economías que tienen un menor nivel de desarrollo y se magnifica aún más en el caso de los gastos en infraestructura en las economías en desarrollo. En una economía en que la infraestructura no es suficiente, una inversión en carreteras tiene un mayor impacto en el crecimiento de la producción que en un país donde existen suficientes vías de comunicación. La evidencia empírica lo que señala es que el gasto en infraestructura tiene, a lo largo del tiempo, un mayor impacto en la demanda agregada que el gasto corriente y que el efecto multiplicador es muy pequeño, o sea el tamaño del multiplicador es casi uno, en las economías que se encuentran muy cerca de su potencial de producción.
Un estudio de Standard & Poors publicado en 2015 mostraba que el multiplicador del gasto público de México era de 1,3, por debajo del 2,5 de Brasil, del 2,2 de China, del 2,0 de India y del 1,8 de Argentina y similar a los niveles de Italia, Francia y Corea del Sur. Es decir, que por cada unidad de gasto público en Brasil la producción aumenta en 2,5 unidades, y en México, solo aumenta en 1,3 unidades, casi la mitad.
La magnitud del multiplicador del gasto público de México no está acorde con las características de la economía. No tenemos el nivel de desarrollo de los países europeos ni de Corea del Sur y mucho menos estamos cerca de la producción potencial como para justificar que estemos más cerca de uno. En realidad, el multiplicador está por debajo de lo que debería de ser y ello se puede deber, entre otras razones, a la orientación del gasto público. Una buena parte del gasto público se canaliza al gasto corriente y ese tipo de erogaciones tiene poco impacto sobre la producción a través del tiempo. Otras posibles causas de su bajo nivel son la falta de eficiencia con que se ejerce el gasto y la corrupción, ambas provocan incremento en el costo de las obras y por lo tanto el impacto sobre la demanda agregada y la producción de cada peso gastado es menor de lo que debería de ser.
En un contexto de austeridad fiscal como en el que nos encontramos, para que el gasto público sea un elemento que fomente el crecimiento es imperativo disminuir el gasto corriente y re orientarlo a la inversión, particularmente en infraestructura. Canalizar recursos a los sectores con elevado impacto en el crecimiento a lo largo del tiempo es la mejor manera, junto con la eficiencia y erradicación de la corrupción, de incrementar el impacto del gasto público sobre el crecimiento. En ese sentido los países asiáticos han marcado una pauta que debemos de seguir.
Columna de Francisco Padilla Catalán