Según el Informe de las Naciones Unidas sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos 2021, en todo el mundo desperdiciamos 1.300 millones de toneladas de alimentos cada año. Resulta asombroso que un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo se pierda o se desperdicie. La cifra de alimentos desperdiciados equivale a los alimentos necesarios para satisfacer las necesidades de más de 1.200 millones de personas. Al mismo tiempo, el número de personas que sufren hambre en el mundo se estima en cerca de 800 millones.
Después de permanecer prácticamente sin cambios entre 2014 y 2019, la prevalencia de la desnutrición subió a casi el 10% en 2020, desde el 8,4% del año anterior. Por lo tanto, es obvio que atajar el desperdicio de alimentos es una clave en la solución para reducir el hambre, además de poder solventar este problema, según la ONU: «La reducción del desperdicio de alimentos ofrece otras grandes ventajas para diferentes sectores: para las personas y el planeta, mejorando la seguridad alimentaria, abordando el cambio climático, ahorrando dinero y reduciendo las presiones sobre la tierra, el agua, la biodiversidad y los sistemas de gestión de residuos».
El origen de este desperdicio
Antes de indagar sobre las soluciones con las que evitar el desperdicio de alimentos, empecemos con datos y cifras que nos permitan comprender mejor la magnitud del problema.
Cuando hablamos de desperdicio de alimentos, debemos diferenciar entre dos clases de desperdicio: la pérdida de alimentos y el desperdicio de los mismos. En primer lugar, la pérdida de alimentos. Se trata de la categoría más importante, hace referencia a aquellos alimentos que se han producido y no han llegado al consumidor final debido a un factor no intencionado. Normalmente, esto se debe a una infraestructura ineficiente en la cadena de suministro del producto y a pérdidas de producción y cosecha. Y en segundo lugar, el desperdicio de alimentos que se refiere a los alimentos que han sido rechazados intencionadamente, principalmente por razones estéticas (forma, color, etc.), planificación inadecuada y educación del consumidor.
Tratemos de simplificar los términos, hablaremos del desperdicio de alimentos como la suma de la pérdida y el desperdicio de alimentos que se produce durante la producción, el procesamiento, la distribución y el consumo. De hecho, el desperdicio se produce a lo largo de toda la cadena de valor, desde la granja hasta la mesa, con distintas causas. Por ejemplo, durante la fase de distribución, el desperdicio se produce porque es costoso transportarlo y respetar la cadena de frío, por lo que, a falta de un comprador inmediato, la respuesta más beneficioso para el productor es tirarlo.
Si prestamos atención a las cifras, se desperdician 220 kg de alimentos por persona al año o más de 2.000 dólares de gasto por consumidor estadounidense. Todas esas cifras se han actualizado recientemente y han demostrado que los datos anteriores, publicados en 2011, subestimaban claramente la magnitud del problema.
Todos los productos se ven afectados por el desperdicio de alimentos, sin importar la categoría. En el caso de las frutas y verduras, el 45% termina desperdiciándose, el 30% en el caso de los cereales o el 20% de la carne y las aves de corral. La variación de los porcentajes se explica por la naturaleza de los productos (fragilidad, tiempo de conservación…), su precio y su imagen cultural. Las verduras, por ejemplo, son frágiles, a menudo baratas y pueden ser objeto de rechazo por parte del inconsciente colectivo en caso de aspecto imperfecto. Mientras que la carne es robusta, cara y a menudo se considera un signo de éxito social.
Por países, no existen mayores sorpresas. Los países que más desperdician son los más poblados, destacan China, India y Estados Unidos. Sin embargo, si se observan los datos per cápita, América del Norte, Europa y los países industrializados de Asia encabezan la lista, mientras que el África subsahariana y el sur y el sureste de Asia se sitúan en la parte baja de la clasificación. Pero en general, la diferencia entre el mejor y el peor país no es tan grande y es interesante prestar atención al detalle, ya que hay diferencias significativas con respecto a las fases en las que se produce el despilfarro.
Un estudio del Foro Económico Mundial pone de manifiesto (véase el gráfico siguiente) que en los países desarrollados la proporción más importante de residuos se produce durante la fase de consumo, en la que los alimentos se rechazan principalmente por la percepción que tiene el consumidor de cómo debe ser un producto de calidad desde el punto de vista estético. La repercusión de este comportamiento social es una mayor cantidad de residuos alimentarios durante las fases de producción y distribución, ya que los agricultores y los minoristas tienden a rechazar los productos poco estéticos porque saben que los consumidores no los comprarán.
En los países en desarrollo, en cambio, el desperdicio de alimentos se debe principalmente a la ineficiencia de las infraestructuras, sobre todo durante el transporte y el almacenamiento de los productos. En esta situación, el despilfarro es menos intencionado y las soluciones para atajarlo serán, por supuesto, diferentes a las de los países desarrollados.
Tribuna de Clément Macloud, gestor de cartera de fondos temáticos de ODDO BHF.