Las previsiones sobre el crecimiento económico de China por parte de instituciones multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y la OCDE apuntan a una disminución gradual de un crecimiento que, por otra parte, mantendrá cierto vigor. Esta evolución es el resultado, a nivel interno, de la disminución del crédito y, a nivel internacional, de las disputas comerciales con Estados Unidos.
La próxima reunión del G20, que tendrá lugar en Buenos Aires, servirá de escenario para una nueva ronda de negociaciones entre Estados Unidos y China. Ambas potencias económicas se preparan para aproximar sus posturas en pos de la recuperación del comercio internacional. La falta de acuerdo, por el contrario, podría ser la antesala de una tercera ronda de aranceles, medida que podría frenar aún más el crecimiento económico global.
A lo largo de 2018, la economía china se ha visto afectada por dificultades internas. En particular, una de las medidas domésticas con mayor impacto sobre la economía china ha sido la drástica política de reducción del crédito anunciada tras el Congreso del Partido en octubre de 2017. Este brusco freno de la actividad crediticia ha provocado el debilitamiento de la demanda interna y, consecuentemente, ha profundizado la desaceleración económica.
El plan de las autoridades chinas para contener la expansión del crédito, por muy razonable que fuera en el contexto de una economía con un creciente endeudamiento, no se llevó a cabo en el momento oportuno; se ejecutó en paralelo al aumento de los aranceles estadounidenses.
Esta actuación se compensó al cabo de poco tiempo con una relajación gradual de las condiciones monetarias en la pasada primavera, complementada más tarde por medidas fiscales favorables. A medida que el impacto negativo de los aranceles estadounidenses va repercutiendo en la actividad económica, también lo hacen los estímulos monetarios y fiscales positivos que respaldan la demanda interna.
Últimamente han aparecido signos incipientes de estabilización. El crédito interno se ha recuperado de un mínimo de tres años y la actividad industrial interna parece haberse estabilizado justo por encima del límite entre expansión y contracción. Es demasiado pronto para hablar de un giro de tendencia decisivo, pero es un signo alentador en la economía nacional.
En medio de intensas conversaciones con Estados Unidos, el yuan también ha estado en el punto de mira por acercarse a la importante barrera psicológica de siete yuanes por dólar estadounidense. Los inversores parecen temer que una caída por debajo de este nivel podría provocar más volatilidad y una fuga de capitales, lo que podría tener un efecto de avalancha.
Pero el problema esencial es más complejo. Aunque una caída de la divisa favorece las exportaciones e indirectamente alivia el efecto de los aranceles estadounidenses sobre los bienes chinos, una nueva depreciación no sería nada buena para los dirigentes chinos y las negociaciones comerciales. Los Estados Unidos podrían volver a acusar al gigante asiático de manipular su divisa, una acusación que el secretario del Tesoro, Mnuchin, retiró recientemente, pero que los inversores siguen teniendo en mente.
En cualquier caso, recientemente, el yuan rebotó después de que Trump insinuara la posibilidad de un acuerdo entre Estados Unidos y China, unas negociaciones que tendrán lugar en la próxima Cumbre del G20 en Buenos Aires. Uno de los objetivos de la Cumbre es continuar fortaleciendo la cooperación del G20 en materia de comercio e inversiones, un eje temático que incluye en su agenda la reforma de la OMT. Pero mientras que el gigante asiático se presenta como inesperado defensor del liberalismo económico del comercio mundial con una divisa propensa a la volatilidad, la Administración Trump amenaza con una nueva ronda de aranceles por valor de 275.000 millones de dólares si no se llega a un acuerdo.
Por lo tanto, la Cumbre del G20 se configura como un momento clave que puede tener consecuencias más allá de las fronteras chinas. Aunque no se esperan importantes avances, los resultados de las negociaciones pueden ser determinantes para la evolución de la economía global. Mientras que un acuerdo entre China y EE. UU. puede servir de impulso para fomentar el comercio internacional, el incremento de aranceles y medidas proteccionistas puede frenar aún más las previsiones de crecimiento, lo que repercutiría negativamente sobre el resto de economías del mundo.
Tribuna de Adrien Pichoud, economista jefe de SYZ AM.