Es como la llegada de las ballenas grises a Baja California. O de las tortugas a la costa de Cocoa Beach. Solo que ésta se produce cada tres meses. Es la llegada de la ‘earnings season’, o sea, de la publicación de los resultados de las empresas que cotizan en bolsa.
Las migraciones, en la naturaleza, siempre van acompañadas de incertidumbre y sorpresas. La ‘earnings season’, también. Pero, en este segundo caso, las sorpresas suelen haber sido cuidadosamente preparadas tanto por las propias compañías como por las casas de Bolsa. El resultado es que, a medida que se acerca la presentación de los resultados, las previsiones van siendo progresivamente peores. Hasta que la empresa en cuestión anuncia sus resultados y éstos superan las expectativas. Así lo revela la experiencia, y un análisis sistemático de Greg Harrison, de la empresa de información financiera Thomson Reuters, titulado ¿Previsiones de resultados optimistas? Mire el calendario (Rosy Earnings Forecasts? Check the Calendar).
Se trata, así pues, de un caso eximio de ‘gestión de las expectativas’. En el largo plazo (un año vista, que en Bolsa es el equivalente de una era geológica) las empresas y los analistas suelen ser mucho más optimistas. Después, las empresas empiezan a emitir advertencias («guidances») que aconsejan prudencia. Y, finalmente, los resultados baten las expectativas. Así, los directivos siempre pueden decir que lo han hecho mejor de lo que ellos mimos esperaban, y celebrar sus «bonuses» y demás compensación.
Los intermediarios de bolsa, por su parte, quedan en condiciones de decir a sus clientes que sus inversiones han superado sus propias expectativas. Y los clientes creen que han ganado más de lo que iban a ganar. Todos ganan… en teoría. En realidad, solo ganan los dos primeros y, de forma muy particular, los directivos de las empresas, que han puesto el listón intencionadamente bajo. El que pierde es el accionista.
Ahora mismo estamos viviendo esa ceremonia. Y, como suele ser habitual, en versión extrema. En esta época del año es cuando los analistas de bolsa emiten sus predicciones para el conjunto del ejercicio. Como hemos visto antes, esas previsiones suelen ser muy optimistas, porque luego irán siendo recortadas a lo largo del año. Al mismo tiempo, las empresas ya están empezando a decir que no, que las cosas van a ir peor de lo que se cree. Según la revista financiera Barron’s, el 19% de las empresas que forman parte del índice Standard and Poor’s 500 ya han dicho a sus accionistas que estén listos para un año 2014 peor que 2013.
Es algo que no se comprende, porque en 2014 la economía de EEUU va a crecer más, Europa y Japón van a continuar su lenta recuperación y los mercados emergentes van a continuar con un crecimiento, en general, estable. Si EEUU—donde las empresas del Standard and Poor’s logran el 60% de sus ingresos—se va a acelerar, y el resto del mundo—donde obtienen el 40% restante—va a continuar, más o menos, como en 2013, ¿a santo de qué el pesimismo? La respuesta es simple: a santo de la remuneración de los directivos.
Columna de opinión de Pablo Pardo