Corren tiempos en los que ya ni suenan los coches, delicados para las nuevas generaciones y sus ascendientes, que asisten casi impasibles a la erosión galopante del capitalismo liberal. Intentar explicarlo no justificaría la deriva actual, pero es posible que contar la historia y los hitos que han marcado los ciclos económicos de los últimos cien años pueda librar a nuestros herederos de cometer los mismos errores, que han desembocado en un mundo en el que hay países occidentales que soportan su crecimiento en un aumento de la deuda que recuerda un engorde artificial mediante clembuterol, que ni es sano, ni eficiente.
Una de las pocas armas que podemos utilizar para afrontar esta guerra sería una educación financiera básica que permita proteger el trabajo de los ciudadanos, ante la voracidad de administraciones que no contemplan la gula como pecado capital.
Mediante la transparencia, la sencillez y el pragmatismo, nos podemos guiar en un aprendizaje que sea suficiente para poder mandar a nuestros soldados a batallar en todas las latitudes, en las que, para sobrevivir, les convendrá administrar cariñosamente una ración K con dosis extra de metodología y un análisis riguroso que no deje de abrazar el sentido común para llegar a la meta del merecido bienestar.
En lugar de enseñar materias que, por su nombre, solo podría descifrar un marciano retorcido, deberíamos ser capaces de proponer caminos que permitan conocer y manejar, desde un nivel básico pero suficiente, los diferentes aspectos y agentes de la economía, los mercados financieros, divisas y materias primas, sin olvidarnos de la fiscalidad, que afecta desde la partida hasta la entrega del equipo.
La lectura es la compañera perfecta para un viaje iniciático hacia una preparación que complemente el imparable avance de la tecnología, que nos trae inteligencia artificial, redes sociales y sistemas interactivos virtuales. Bien utilizados, nos conducirán hacia un fin exitoso, pero que no pueden alejarse de una formación constante sustentada sobre unos cimientos sólidos que no nos van a proporcionar medios ni docentes ávidos de notoriedad y lucimiento personal lucrativo.
Prensa especializada, generalista, manuales, novelas, documentales, películas, viajar, escuchar, conversar, comer, si se puede, con mantel… Compensemos la sobredosis de comunicación hiperbólica que puede desembocar en una dependencia absurda.
La meritocracia es, sin duda, el vehículo que nos hará llegar a buen puerto, en un sistema que normaliza la corrupción y el gasto público para caprichos incomprensibles para mentes decentes. El esfuerzo impecable es el único valor que debe ser premiado, sin obviar la consecución de resultados, que suele hacer buenas migas con el trabajo capaz de optimizar los recursos que deben basar su sostenibilidad en la rentabilidad, dejando de lado los intereses de aquellos que, en pro de intentar garantizar nuestra seguridad, optan por recortar nuestras libertades para, en realidad, servirse hasta esquilmar las reservas.
En las carreteras que van a tener que atravesar nuestros salvadores, la presencia del regulador en ocasiones puede inquietar más que tranquilizar, por un exceso de celo que parece querer corregir errores pasados que solo fueron provocados por la codicia humana, que elige la vía fácil, pero costosa para todos excepto para los verdugos, quienes nos están acostumbrando a callar y acatar, a pesar de que estén cercenando la posibilidad de que vivamos en un estado de bienestar que tanto les ha costado a nuestros padres que disfrutemos y que, si no reaccionamos desde el principio, vamos a perder. Y cuando eso ocurra, será demasiado tarde para lamentarse, porque la tierra estará quemada. Pero no queda más remedio que profundizar en el creciente efecto de esta Intervención 2030, para que no nos achaquen que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, aunque tampoco se puede disculpar el tancredismo ante la injusticia, y conocerla con detalle nos ayudará a combatirla con conocimiento de causa.
Sería conveniente que toda la educación financiera que facilitemos huya de cualquier tipo de adoctrinamiento ideológico que intente justificar pérdidas de tiempo y dinero para sufragar una fiesta reservada a unos cuantos que no dejan que todos nos divirtamos. Y que siembran de minas los duros campos de batalla en los que esperemos que el cambio climático no sirva exclusivamente para que el sol salga solo para el eje del mal, y que nuestros héroes puedan regresar a casa sanos y salvos después de luchar por preservar la libertad.
Tribuna de Pedro Marín, banquero privado senior en Creand Wealth Management.