Desde siempre me han apasionado las historias de aventuras. Explorar lugares remotos, acechando los riesgos en busca de secretos ocultos, de tesoros por compartir que nos abran la mente a una nueva realidad. Y en esta búsqueda, encontrar el éxito inversor se presenta tan apasionante como dar con el arca de la Alianza.
Con frecuencia solemos hablar de los “mercados” como el ente intangible que movido por la codicia es el causante de gran parte de los males que nos rodean, cuando en realidad han sido los “mercaderes”, escudados en cierta incompetencia o vagando en la coartada de los conflictos de interés, los que han perpetuado las imperfecciones sesgadas del dinero fácil hacia la faz que menosprecia los riesgos. Y es en este punto cuando nuestra aventura deviene tormentosa por el desengaño de la indefensión.
A lo largo del tiempo, se han aceptado como verdades absolutas en el ámbito de las inversiones financieras ciertas creencias que han condicionado nuestra forma de actuar. Convicciones erróneamente centradas en encontrar respuestas, en lugar de en hacer las preguntas adecuadas. Tan sólo los inversores privilegiados suelen disfrutar de un asesoramiento personalizado y analítico, donde se pone en práctica uno de los grandes secretos de las finanzas: el de sabernos seres racionales antes que adivinos.
En un mundo interconectado, cada día son más las variables que interactúan unas con otras. La economía financiera, como ciencia social, se ve influenciada por ellas, pero la predicción de su comportamiento y evolución no puede ser definida por una fórmula exacta. Por tanto, lo único que podemos hacer es conocer cuáles son algunas de las más importantes, definir su ámbito de aplicación y exponer posibles escenarios de evolución en base a su definición e influencia. Hasta hace no mucho, el comportamiento financiero se creía regido por unas cuantas leyes y modelos cuya validez se consideraba irrefutable. Influjos como el efecto globalización o el behavioral finance, han derivado en relaciones cada día más complejas que han favorecido la aparición de nuevas teorías a tener en cuenta en el campo inversor. Consecuentemente, no se trata tanto de predecir el futuro sino de reaccionar a tiempo ante los factores que influyen en el valor de los activos financieros.
Desde que nacemos hasta el último gran viaje, en todos sus ámbitos, la vida se convierte en un camino de obstáculos, en un trayecto de cruces binomiales que marcarán nuestro destino. Del análisis de esas decisiones y de la adecuada valoración de sus riesgos dependerá que la travesía sea más o menos llevadera. En este recorrido, con frecuencia nos escudamos en actuaciones de terceras personas para justificar errores que, en última instancia, son responsabilidad nuestra. Por responsabilidad sostenible entendemos la aplicación de aquella conducta moral, más allá del paradigma financiero, que nos allana el camino para conseguir un desarrollo, bienestar y progreso viables y continuados en el tiempo. Como parte de esta responsabilidad, en el ámbito financiero e inversor, la educación representa a día de hoy un claro déficit que es necesario equilibrar. La falta de unos conocimientos mínimos impide, en muchos casos, el seguir una visión crítica a la hora de tomar decisiones analíticas. Y es que, si bien es cierto que con educación financiera no vamos a eliminar la incertidumbre, también lo es que la podemos acotar significativamente. Las finanzas pueden ser muy complejas, pero pueden llegar a ser entendibles y útiles si asumimos el reto de adentrarnos poco a poco en ámbito de influencia.
Decía Séneca que ni el mejor viento es suficiente si uno no sabe hacia dónde va. Hagamos que la educación financiera constituya el faro que guíe esta aventura. Sólo así podremos evitar el volver a tener esa sensación de que alguien decidió por nosotros, sólo así podremos recorrer el largo camino que nos queda para ver la luz después de la tormenta.
Óscar Bastanchury. Profesor del IEB y autor del libro “Tierra de Mercaderes”.