La pasada conferencia de prensa de Mario Draghi del 12 de septiembre marcó el inicio de una nueva era. Tras esbozar el último paquete de medidas monetarias, por sustanciales que puedan ser, ha argumentado que el estímulo fiscal es urgente. Para muchos observadores, incluyendo nosotros, la nueva tasa negativa, -0,5% sobre el exceso de reservas bancarias en el BCE, está testando un umbral a partir del que es probable que los efectos negativos superen a los positivos.
Además, la próxima explosión de flexibilización cuantitativa, 20.000 millones de euros al mes partir de noviembre, supone un máximo antes de que sean necesarios cambios en las «claves de capital» (en función de las cuales la institución ha fijado cuántos bonos compra de cada país) y por emisión para poder seguir comprando deuda soberana.
El caso es que, más de una década desde el inicio de la Gran Recesión en 2008, los tipos de interés y activos monetarios supervisados por los principales bancos centrales siguen muy lejos estar normalizados. La Reserva Federal, el único banco central que ha comenzado a normalizar, ha tenido que dar marcha atrás. Así que la adopción de políticas monetarias ultra laxas parece un callejón sin salida, difícil de resolver. Además, no sabemos si es debido a factores estructurales relacionados con la demanda global, como globalización e innovación tecnológica o si las economías están tardando mucho en recuperarse del último desastre económico o la desintermediación, pero algo frena la inflación, que parece persistente, a pesar del reciente repunte de los salarios. De manera que, salvo milagro, vamos a tener que acostumbrarnos a vivir con tipos de interés negativos o ultra bajos algún tiempo.
Eso sí, la política monetaria ha ganado tiempo para que se estimule el crecimiento por otras vías. Desafortunadamente, en lo que ya es el ciclo económico más largo de la historia, las nubes oscuras se acumulan, en parte por la disputa comercial entre EEUU y China y el cada vez menor compromiso con el multilateralismo, como lo pone de manifiesto Trump, el Brexit y políticas populistas, con posible impacto en el comercio mundial o, peor aún, en el gasto de los consumidores (que sumar a la caída de la inversión empresarial).
En cualquier caso, si se quiere sostener la demanda agregada, son necesarias medidas presupuestarias de gasto público o políticas industriales. En el peor de los casos tendrán que coordinarse con iniciativas monetarias y nos estamos refiriendo a la opción del ‘helicóptero del dinero’ (distribución de dinero por parte de los bancos centrales directamente a los ciudadanos, no solo a los bancos) para evitar que el aumento del gasto público expulse la inversión privada. Sin embargo las política fiscal tiene restricciones, especialmente en Europa y no puede ser aplicada de inmediato -hay que tener en cuenta el tiempo necesario para que la legislación pase por los Parlamentos y se aplique-.
En este entorno, los ahorradores –especialmente los conservadores– se enfrentan a dos alternativas desagradables: acostumbrarse a una rentabilidad cero o asumir mayor volatilidad mediante el aumento de la exposición a activos de riesgo con la esperanza de obtener rentabilidad real positiva a medio plazo.
Sin embargo, es posible un enfoque multiactivo, como el de la estrategia Multi Assets Global Opportunities (MAGO), con el que replicar la rentabilidad/riesgo equilibrada (ratio de Sharpe en torno a 1) antes prevaleciente en la industria de inversión europea (equivalente a un peso de 20 a 30% en renta variable), combinando primas de riesgo y coberturas según regímenes de volatilidad y correlaciones.
En concreto, este año hemos limitado la exposición a renta fija y mantenido baja la sensibilidad a variaciones de tipos de interés, mediante deuda liga a la inflación estadounidense, habiendo aportado rentabilidad mediante deuda de mercados emergentes, en monedas locales y dólares. Recientemente hemos aumentado la exposición a bonos del gobierno italiano, especialmente en vencimientos a más largo plazo (30 años), que pueden seguir aprovechándose de una política interna más estable y mejores relaciones con la UE, así como de la próxima ronda de expansión monetaria del BCE. En deuda de países centrales de la Eurozona tenemos baja sensibilidad a variaciones de tipos de interés ya que esperamos rentabilidades a vencimiento decrecientes. Además tenemos oro como cobertura, tácticamente con un peso entre 1% y 5%, si bien hemos tomado beneficios tras su reciente rally por encima de los 1.550 dólares la onza. Adicionalmente, gestionamos activamente la exposición a divisas como protección, mediante monedas de correlacionadas o aprovechando el cupón. En 2019 hemos mantenido el peso del yen por encima del 6%, aunque lo hemos reducido, ya que consideramos que el actual período de fortaleza del dólar puede terminarse.
Aunque es difícil percibir mejora en los datos macroeconómicos, nuestro estilo de inversión contrario nos lleva a sobre ponderar sectores o temas (megatendencias) donde detectamos valor. De hecho, por la encuesta mensual de gestores de fondos de Bank of America Merril Lynch los temores a recesión están en máximos desde 2009 y las posiciones de los inversores se han vuelto tan bajistas que puede valer la pena aumentar las ponderaciones en sectores de alta correlación con el ciclo económico. Así, con un peso en renta variable en torno a 25 %, hemos aumentado la exposición a temas cíclicos y de valor, con posiciones largas en bancos, sectores industriales, empresas del índice Russell 2000 que incluye pequeña capitalización y bienes de inversión estadounidenses, pero hemos reducido el peso en sectores defensivos como salud.
Tribuna de Andrea Delitala, director de multiactivos y gestor de Pictet MAGO.