Desde los mínimos del 23 de marzo, los mercados de valores se han recuperado en torno al 20%, impulsados por el reequilibrio de los fondos de pensiones y la desaceleración de la tasa de crecimiento de la infección en los países de la UE más afectados. Además, los mercados de crédito se han recuperado hasta tal punto que las empresas están refinanciando la deuda existente a un ritmo rápido en los mercados de bonos corporativos de Estados Unidos.
En relación con esto último, uno de los principales desencadenantes fue el anuncio de la Fed de que destinará 30.000 millones de dólares del Fondo de Estabilización del Tesoro para comprar bonos corporativos con grado de inversión. Todavía no se ha decidido si también debe reducir los costes de financiación de los emisores de high yield, ya que esto podría sentar un precedente peligroso.
Asimismo, la Fed ha seguido el camino del Banco de Japón al desdibujar las líneas entre la política monetaria y la fiscal, financiando directamente parte del paquete de 2 billones de dólares de la ley CARES, liberando más de 450.000 millones de dólares del Fondo de Estabilización. La norma se dirige principalmente a personas o familias de ingresos medios (30% del paquete) así como a grandes (25%) y pequeñas (19%) empresas. Incluso se habla de un paquete económico adicional de 1 billón de dólares destinado a inversiones en infraestructura.
En Europa, las medidas fiscales adoptadas a nivel nacional han sido de una magnitud impresionante (en porcentaje del PIB), aunque varían entre países. Igual que en EE.UU., superan con creces los esfuerzos realizados durante y después de la gran crisis financiera. El talón de Aquiles del proyecto europeo sigue siendo la falta de solidaridad fiscal. De hecho, la mayoría de los países miembros están a favor de la emisión de «coronabonos», mientras que otros prefieren recurrir al Mecanismo Europeo de Estabilidad.
Como suele ocurrir, esperamos que los ministros de Finanzas de la UE lleguen a un compromiso para aplicar un paquete fiscal en toda la Eurozona. El sentido de urgencia es elevado y todos deberían darse cuenta de que la carga de la crisis de la COVID-19 debe ser compartida por todos. Este es un momento decisivo para el proyecto europeo.
Además de estas medidas, se han ido desplegando cada vez más planes de acción de distanciamiento social y hay indicios alentadores de que la epidemia se está controlando en algunos países. Aun así, consideramos que todavía no estamos fuera de peligro por las siguientes razones:
- Esperamos que las estrategias de salida de las cuarentenas sean muy graduales, ya que los epidemiólogos advierten del riesgo de una segunda oleada de la enfermedad en otoño o de su reimportación si se levantan las restricciones de viajes.
- Con la temporada de resultados del primer trimestre a la vuelta de la esquina, una mayor claridad sobre el (desagradable) impacto real de esta crisis en los beneficios y pérdidas de las empresas y en los balances podría hacer que el mercado adoptara una postura más cautelosa.
- Por el lado positivo, las tasas de hospitalización en Nueva York se han reducido antes de lo esperado, pero, dada la falta de medidas a nivel nacional, puede que esta evolución positiva no sea un reflejo de EE.UU. en su conjunto.
- La confianza de los consumidores se verá gravemente afectada por la combinación de una alarma sanitaria con un menor poder adquisitivo, este último causado por la grave recesión del sector servicios.
- Todavía hay áreas de evidente tensión, como el high yield o las divisas de los mercados emergentes. Sin un acuerdo global entre la OPEP+ y EE.UU. sobre las restricciones al suministro de petróleo, más de 100.000 millones de dólares en bonos energéticos high yield podrían emprender un viaje salvaje.
En resumen, no esperamos una recuperación en forma de V, sino posiblemente en U, y no suscribimos las opiniones de quienes hacen paralelismos con la crisis del 2008. Esta crisis no es de naturaleza sistémica, los bancos están mejor capitalizados y las autoridades competentes han estado más atentas a sus políticas monetarias y fiscales.
Como es obvio, la crisis del COVID-19 ha sido el catalizador de la introducción de medidas fiscales radicales que se inclinan hacia las políticas de izquierda en el mundo occidental. Estas medidas no convencionales podrían ayudar a afrontar la creciente desigualdad, un fenómeno que se vio en parte reforzado por la inflación de los precios de los activos después de la gran crisis financiera. Ahora, las recompras de acciones y los pagos de dividendos se están posponiendo, ya que la presión social está aumentando para redirigir una mayor cantidad de flujos de caja de las empresas lejos de los accionistas.
Y probablemente no se detendrá ahí. La justicia fiscal y el salario justo para un mayor número de trabajadores son temas que obtendrán un mayor apoyo. Los gobiernos taparán el agujero fiscal dejado por el impacto del coronavirus aumentando los impuestos a las empresas e incrementarán el gasto en atención médica para afrontar mejor futuras emergencias sanitarias. En consecuencia, el papel de las autoridades gubernamentales aumentará y esta dinámica debe tenerse en cuenta a la hora de invertir en empresas a largo plazo. Existe una oportunidad para DPAM como gestora activa, sostenible y basada en la investigación.
Tribuna de Alexander Roose, responsable de renta variable internacional de DPAM