Entre los actores del mercado financiero siempre ha existido una discusión sobre cuál es la estrategia óptima de inversión: diseñar un portafolio para muchos años, o hacer trading, es decir, dedicarse a la compra y venta de activos, tratando de aprovechar el momento exacto y puntual en el cual deba comprarse y en el cual deba venderse.
En el imaginario popular se cree que el trading es muy superior, pues permite salirse muy rápidamente de los activos cuando existe una corrección y entrar cuando están muy baratos. El inversionista que tiene un portafolio estructurado para el largo plazo, añora poder hacer trading, para evitarse las fluctuaciones y poder generar mayor rentabilidad.
Malas noticias: la evidencia empírica muestra que el trading, en muchos casos, no sólo no genera mayor rentabilidad a un portafolio de inversión sino que, en no pocas ocasiones, genera pérdidas. ¿Cómo puede ser esto? Muy sencillo: el trading es realizado por personas normales, igual que todos los demás, que tienen exactamente los mismos defectos de cualquier inversionista, los mismos sesgos, la misma avaricia, el mismo miedo, la misma sobre confianza, entre otros. El trading, por definición, se basa en tomar decisiones rápidas, pero el humano, llegado el caso, no las toma. Es una reacción natural que todos llevamos dentro, que nos permite apartarnos del riesgo extremo. Incluso, las investigaciones han mostrado que aún los partícipes del mercado que negocian instrumentos sofisticados como opciones financieras, sufren mucho más de los síntomas del inversionista común y corriente.
Adicionalmente, mover mucho el portafolio tiene un costo asociado, pues cada transacción genera un cargo que se debe descontar de la rentabilidad de la inversión y, si los movimientos son muy recurrentes (y no siempre acertados), el costo de hacer trading puede ser mayor que la rentabilidad. Diversos estudios han mostrado esto, destacando alguno que hizo Ibbotson hace algunos años, en el que descubrió que en un gran número de portafolios, más del 90% de la rentabilidad era explicada por el diseño del portafolio, y el restante por la escogencia de los activos.
Y un libro mucho más cercano, que me gusta mucho, descubre también que un portafolio muy sencillo (de tres estrategias muy claramente definidas: un fondo de bonos locales, un fondo de acciones locales y un fondo de acciones internacionales), superaba muchas de las estrategias de las finanzas altamente sofisticadas. El nombre del libro es muy diciente: Cómo un niño de segundo de primaria le gana a Wall Street (How a Second Grader Beats Wall Street, de Alan Roth).
Imposible que tantos investigadores estén errados. Un portafolio diseñado para largo plazo, es la estrategia más interesante de inversión. No existe, hasta ahora, nada probado que sea diferente. Sin embargo, y en honor de la verdad, sí es necesario tomarse el tiempo suficiente antes de invertir en diseñar entre el cliente y su asesor financiero, la estrategia óptima, que más se ajuste a las necesidades y que permita que el cliente entienda cuál va a ser el resultado en 10 o 20 años (un artículo muy interesante dice que la tarea quedó bien hecha si el cliente puede explicarle a su familia, una semana después de la reunión con su asesor financiero, porqué tomaron las decisiones que tomaron).
En vista de lo anterior, es necesario que si no nos sentimos cómodos con nuestra estrategia actual, hacerle una revisión. Eso sí, teniendo en la cabeza que debemos pensar en el largo plazo, y si una corrección se viene (las cuales van a ocurrir siempre en el mercado), entender que la misma se corrige y a largo plazo, se generan ganancias.
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