El pasado 22 de agosto marcó un hito anual poco prometedor, ya que señala la fecha en la que el planeta ha sobrepasado sus límites ecológicos para el año. En otras palabras, actualmente estamos usando nuestros recursos naturales 1,6 veces más rápido del ritmo al que los ecosistemas pueden regenerarse.
Sin excepción, desde que se estableció el evento, la fecha ha ido avanzando en el calendario, reflejando la presión inexorable que una economía en crecimiento y el aumento de los niveles de consumo —la demanda cada vez mayor de «cosas»— ejercen sobre el planeta. Esto es, hasta el año 2020.
El año pasado, el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra tuvo lugar el 29 de julio, la fecha más temprana de la historia. El hito de este año ocurre justo tres semanas después, el 22 de agosto.
Aunque no es del todo motivo de celebración dadas las circunstancias, ofrece esperanza al demostrar que la trayectoria que hemos seguido es reversible. Señala la oportunidad que tenemos de reconstruir la sociedad con un mayor hincapié en la sostenibilidad.
Las tres semanas de respiro que se le han dado al planeta este año han llegado, por supuesto, a expensas de la economía y mucho más. El cierre efectivo de la economía mundial, provocado por la pandemia del coronavirus, redujo la huella ecológica de la humanidad en un 9,3 por ciento, según las estimaciones de Global Footprint Network, que calcula el día cada año.
Cada vez es más común hablar del «presupuesto de carbono» al que debemos adherirnos si queremos mantener el aumento de la temperatura mundial muy por debajo del nivel de 2° centígrados, en el que el cambio climático «catastrófico e irreversible» (según Naciones Unidas) se hace inevitable. El límite estimado es de 450 ppm (partes por millón) de dióxido de carbono equivalente en la atmósfera, y actualmente estamos en el nivel récord de 417 ppm, y la cifra va en aumento.
El Día de la Sobrecapacidad de la Tierra es importante porque representa el «presupuesto de recursos» general que nos queda por gastar, que cubre todos los recursos naturales que usamos cada año. Esto incluye la disminución de las reservas de petróleo y gas, minerales como el cobre y el mineral de hierro y la tierra productiva en la que podemos cultivar.
También refleja la capacidad de la atmósfera para absorber las emisiones de gases de efecto invernadero, la capacidad del océano para evitar la peligrosa acidificación a medida que se calienta y la capacidad de las selvas tropicales —los pulmones de la tierra— para hacer frente a la tala y la explotación de los recursos naturales. Y la lista continúa.
La contaminación por plásticos es uno de los muchos síntomas de nuestro uso excesivo de los recursos naturales. Un estudio reciente patrocinado por Pew Charitable Trusts and SystemIQ[1] sugiere que el plástico presente en los océanos podría triplicarse para 2040 y recomienda cambiar a alternativas biodegradables y transformables en abono para ciertos envases de cara a contribuir a la reposición orgánica de carbono. El mundo produce alrededor de 359 millones de toneladas métricas de plásticos cada año y solo se recicla alrededor del 9%. Gran parte del resto se filtra en el medio ambiente, por lo que para 2050 habrá más plástico que peces en el océano.
Y en cuanto al cambio climático, el histórico informe del IPCC de 2019 destacó en términos contundentes que sólo tenemos diez años para transformar nuestros sistemas industriales y energéticos, de lo contrario, llegaremos al límite de nuestra capacidad para frenar el calentamiento global de manera significativa.
Entonces, ¿cuáles son las soluciones?
¿Qué podemos hacer todos los años desde ahora para #moverlafecha hasta el mes de diciembre?
Como personas, hay medidas que todos podemos tomar: conducir menos, volar menos, comer menos carne, reciclar más y, lo que es más importante, usar menos cosas. También necesitamos desperdiciar menos. Tomando un ejemplo, 700 millones de personas en todo el mundo sufren inseguridad alimentaria, y sin embargo el 30% de la producción de alimentos se desperdicia en el proceso agrícola o por parte de los consumidores[2].
Si bien el comportamiento de los consumidores es crucial, las empresas y los inversores también tienen un papel que desempeñar. Como inversores, también podemos recurrir a las empresas que proporcionan las soluciones a algunos de estos desafíos.
La empresa francesa de ingeniería Schneider Electric es un ejemplo. Combina tecnologías energéticas líderes en el mundo y la automatización en tiempo real, así como software pionero en soluciones integradas para mejorar la eficiencia y la sostenibilidad de los hogares, los edificios, los centros de datos, la infraestructura y las industrias. Los cuatro mercados clave a los que Schneider presta servicio consumen el 70% de la energía mundial. Al hacer que esas áreas funcionen de manera más eficiente, utilizando sus tecnologías para edificios, procesos industriales y producción de electricidad, la empresa reconoce que puede representar una parte enorme de la solución. De hecho, la empresa es explícita sobre su estrategia para «sacar a la humanidad de la sobrecapacidad ecológica». Según su análisis de 2019, «aplicando la tecnología existente en todo el mundo solo en estos ámbitos, la adaptación energética y la descarbonización de la generación de electricidad combinadas aplazarían la fecha 21 días».
La empresa británica de papel y envases DS Smith está demostrando cómo el modelo de economía circular puede reducir la huella ecológica de los procesos industriales. La empresa utiliza materiales 100% reciclados y de origen sostenible para fabricar sus envases de cartón, y los 6 millones de toneladas de material reciclable que recogió, clasificó y reprocesó en 2019 superaron la cantidad de envases que salieron al mercado ese año[1]. La empresa colabora con la Fundación Ellen Macarthur —líder mundial en la promoción de la economía circular— y juntos han anunciado una serie de Principios de Diseño Circular, poniendo de manifiesto la importancia del diseño sostenible en la batalla por eliminar los residuos.
Motivos para el optimismo y para ser ambiciosos
Compañías como estas destacan que la Sobrecapacidad de la Tierra no es inevitable y puede acercarse a nuestros límites ecológicos sin empeorar la situación de la gente.
Si queremos adoptar con éxito un modelo económico más circular, más eficiente y menos derrochador, creo que debe haber un enfoque sistémico. El plan de acción para la Economía Circular de la Unión Europea constituye un ejemplo a seguir para otros, con políticas que apoyen la producción sostenible, la reducción de los desechos y la disociación del crecimiento de la extracción de recursos. A nivel urbano, tanto Ámsterdam como Copenhague están adoptando el modelo «Doughnut Economics» de Kate Raworth[2], que se centra en garantizar el apoyo social a las necesidades de la población sin transgredir importantes umbrales ambientales y ecológicos. Se trata de un modelo para una economía más sostenible y regenerativa, que atribuye un mayor valor al bienestar de la sociedad y a la resiliencia del medio ambiente.
La definición de sostenibilidad más citada proviene de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de Naciones Unidas: «El desarrollo sostenible es la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades».
A pesar de que resulte alentador que el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra puede aplazarse en el año, el hecho de que estemos solo en agosto es un recordatorio urgente de nuestro fracaso a la hora de cumplir este pacto social con las generaciones futuras y con la propia naturaleza.
[1] https://www.dssmith.com/company/sustainability/sustainabilityreport
[2] https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/12/Doughnut_%28economic_model%29.jpg
[1] https://www.pewtrusts.org/-/media/assets/2020/07/breakingtheplasticwave_summary.pdf
[2] https://www.unenvironment.org/thinkeatsave/get-informed/worldwide-food-waste
https://ourworldindata.org/hunger-and-undernourishment