Viene tomando fuerza un tema sobre el que hablábamos meses atrás: la necesidad de revisar los déficit de cuenta corriente de los países emergentes, como un indicador del potencial de problemas que pueden sufrir las monedas locales ante el cambio de rumbo que va a tomar la política monetaria mundial en los próximos meses/años.
Sobre el tema del déficit existen varias corrientes, aunque la perspectiva básica es que un déficit de esta cuenta es, en general, malo. Se puede matizar, es cierto, bajo el argumento de que si el déficit implica una balanza comercial desfavorable, pero cuyo desbalance sea producto de importaciones de bienes productivos, esto pone al país en una senda de mayor competitividad en el futuro. También, como un déficit en cuenta corriente lleva, según la economía básica, a una depreciación de la moneda local, esto debería promover positivamente las exportaciones; disminuyendo de esta forma el efecto que sobre la economía puede tener la caída del precio de la moneda local.
Sin embargo, también se hace extremadamente necesario mirar los patrones de enfermedad holandesa en las economías emergentes, para encontrar, de una manera más profunda, quién de verdad tiene unos problemas gigantes. La relación básica: la enfermedad holandesa implica el desplazamiento de la industria productiva por un sector de la economía particular, muchas veces un bien básico, como el petróleo o el gas. Este desplazamiento del aparato productivo, y la “felicidad” que producen los flujos fáciles de dinero, lleva a incrementos (desmesurados, claro está) en el precio de servicios y de los denominados bienes no transables, como el sector inmobiliario. Y, obvio, a que las importaciones crezcan, ya que, recordemos, la industria local se marchita.
El problema surge, en este momento de la historia, cuando se juntan el hambre y las ganas de comer. Los países emergentes en conjunto tuvieron una época de bonanza durante los últimos 11 años, alimentada por los dineros baratos provenientes de los principales bancos centrales. Algunos hicieron muy bien su tarea, pero otros no tanto, y aquí es donde se debe empezar a ver con cuidado la situación. Me late, por el desarrollo de algunos acontecimientos, que llegado el caso, nos vamos a encontrar con países de doble problema: déficit en cuenta corriente y enfermedad holandesa. Lo cual es terrible.
No sólo la depreciación de la moneda no ayudará a las exportaciones (pues la industria exportadora estará casi muerta), sino que se demandarán muchos dólares para cubrir el hueco que van a dejar las importaciones; las cuales, como se entenderá, no son fáciles de reemplazar. Énfasis, nuevamente, en que la industria local sufrió una avería. Por eso, a los países emergentes que tienen este patrón, les toca tomar medidas para evitar malos ratos en el futuro. Una de esas medidas es, si todavía no lo han hecho, provisionarse de reservas internacionales, fomentar nuevamente el aparato industrial, ver la forma de ser menos dependientes de las importaciones.
La evidencia al día de hoy muestra que las principales cifras macroeconómicas no son tan malas como eran, por ejemplo, las de Tailandia en 1996. En cierta medida, difiero de esta apreciación, pues las mismas cifras en los mismos indicadores quizá sean mejores, pero hay otros indicadores que quizá se hayan pasado por alto, y que implican un riesgo inminente. Por ejemplo, saber quién tiene los brotes de enfermedad holandesa.
Todo este panorama sigue indicando que para los que tenemos la obligación de estructurar portafolios de inversión, una de las claves es diversificar con posiciones en moneda extranjera y con activos en el exterior; y no centrándonos en los mercados locales, pues a menos de que sepamos muy bien en qué tipo de país vivimos (y que también lo sepan, igual de bien, los inversionistas extranjeros); la volatilidad puede aparecer cuando menos lo pensemos.
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