La liquidez no manda. De hecho, creo que la liquidez es la clase de activo menos atractiva en estos momentos y la mayor parte de las asignaciones estratégicas de activos deberían evitarla. Qué duda cabe de que muchas clases de activos están caras en estos momentos, pero diría que ninguna tanto como la liquidez. Para demostrarlo, lanzo una simple pregunta: “¿Es aceptable que una institución pública reduzca el nivel de vida de una población durante una década o más?”
Esta pregunta se dirige a los grandes bancos centrales del mundo: la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y el Banco de Inglaterra, entre otros. Me gustaría dejar claro que tengo a estas instituciones en alta estima por su respuesta rápida y contundente a la crisis financiera mundial de 2008, que sin duda atajó una deriva aún más grave. Sin embargo, ha pasado casi una década y cabe preguntarse si los tipos de interés deben seguir en niveles de emergencia.
Los responsables de los bancos centrales podrían replicar: “¿Por qué no? ¿Cuál es el problema? La teoría económica advierte de que unos tipos de interés demasiado bajos pueden provocar inflación a largo plazo, y si apenas se aprecian señales de exceso de inflación, ¿por qué habría que subir los tipos?”
El problema de los tipos de interés muy bajos
La razón es que los tipos de interés bajos tienen otras consecuencias. Una de ellas, involuntaria y que he observado durante los últimos años, es que un periodo prolongado de tipos de interés muy bajos parece influir en el comportamiento de los inversores.
Obviamente, todos somos libres para elegir cuánto gastamos y cuánto ahorramos. Si la rentabilidad del ahorro es baja, entonces generalmente optamos por gastar. De hecho, podríamos incluso optar por endeudarnos en lugar de gastar, al igual que las empresas (para aumentar su producción), lo que mejora el crecimiento económico a corto plazo. La idea que llevó a los bancos a adoptar las medidas de emergencia en 2008 fue, por supuesto, conseguir que el dinero depositado en el banco no creciera al mismo ritmo que la inflación, para así animarnos a gastar ya.
Esta decisión de gastar o ahorrar, y he aquí el quid de la cuestión, crea un vínculo entre la tasa de inflación y el tipo de interés. El tipo de interés real (el tipo de interés menos la tasa de inflación) debe ser positivo para preservar el poder adquisitivo futuro. Cada día que pasa en territorio negativo, se reduce la cantidad de bienes que nuestro dinero puede comprar, lo que se puede sobrellevar durante periodos cortos, pero no durante periodos largos. Llevamos ya casi diez años de tipos de interés reales negativos en las naciones occidentales y el efecto acumulado ha supuesto un perjuicio real para el poder adquisitivo.