Donald Trump está preparado para convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos y el mundo tiene que lidiar con sus implicaciones. Las economías emergentes, que están entre las mayores beneficiarias de la globalización, observan con inquietud cómo el supuesto arquitecto del ‘Brexit-plus-plus-plus’ amenaza con socavar las reglas en las que se basa el sistema internacional de comercio y la inversión, que tardaron décadas en consolidarse.
Todavía no está claro qué forma adoptará la presidencia de Trump porque sus discursos han sido llamativos por la falta de detalles sobre su política. Sin embargo, el proteccionismo ha sido un tema recurrente que encaja bien con el electorado estadounidense cansado de la desigualdad de ingresos, empleos ‘robados’ y la competencia extranjera ‘desleal’. De hecho, su victoria, al igual que la decisión británica de abandonar la Unión Europea, puede interpretarse como un voto en contra del statu-quo.
La promesa de Trump de restringir la inmigración y replantear el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, o Nafta, será un duro golpe para su vecino México, cuya divisa ha alcanzado nuevos mínimos. En cambio, Brasil, la principal economía de Latinoamérica, está menos expuesta a Estados Unidos y es más vulnerable a las fluctuaciones en la demanda china. La intención de Trump de aumentar el gasto en infraestructuras incluso podría impulsar las exportaciones brasileñas de hierro.
Las perspectivas para el Acuerdo Transpacífico, un tratado de libre comercio asiático, son desalentadoras. Para ser justos, Trump no es el único culpable –Hillary Clinton también retiró su apoyo, a pesar de promoverlo desde su anterior cargo-. Aunque supone un retroceso, es complicado lamentar algo que tan solo existe en el papel y que excluyó a China, el peso pesado de la región. Pekín ha impulsado descaradamente un acuerdo alternativo, aunque se trate de uno que seguiría sus reglas.
Probablemente, Trump continuará siendo crítico con China. Golpear a China se ha convertido en algo parecido a un ritual electoral para los candidatos en Estados Unidos, aunque una vez en el poder, la ideología deja paso al pragmatismo. En el caso de Trump, ha prometido que una de sus primeras leyes oficiales será declarar a China “manipulador de divisas”, un primer paso que podría llevar a la imposición de aranceles comerciales.
Todavía es pronto, pero los inversores han abandonado las acciones, bonos y divisas de mercados emergentes. No solo hay preocupaciones en torno al proteccionismo; el recorte de impuestos y estímulo fiscal de Trump aumentarán los préstamos, lo que elevará los tipos de interés. Esto es positivo para el dólar pero negativo para los mercados emergentes, que pueden sufrir una fuga de capitales después de haber recuperado los flujos durante los últimos meses debido a que los inversores vieron una mejora en los fundamentales.
La pregunta a largo plazo es si las políticas de Trump, si se promulgan, no serán contraproducentes. Probablemente, el proteccionismo aumentará la inflación en Estados Unidos al hacer que los bienes sean más caros; las compañías estadounidenses se volverán menos competitivas; y finalmente se reducirá el crecimiento de Estados Unidos. Mientras tanto, el aumento del gasto público, a pesar de los menores ingresos fiscales, llevará a un mayor déficit fiscal.
La forma que adopte todo esto puede depender de lo bien que se entiendan Trump y sus socios republicanos. Muchos republicanos se han distanciado públicamente de Trump durante la campaña electoral. Ahora deben reconocer que les ha ayudado a recuperar el poder. Los instintos intervencionistas de Trump entran en conflicto con los del libre mercado, una ética gubernamental mínima. En este punto, es un enigma si va a emplear órdenes ejecutivas para cumplir sus propósitos o si va a buscar apoyos.
Por lo tanto, la victoria de Trump aumenta las incertidumbres existentes en el mundo. Esperamos que su éxito envalentone a los políticos afines de otros lugares para impulsar políticas similares. Europa es el próximo campo de batalla. Aunque los países emergentes no se enfrentan a las mismas preocupaciones políticas, el aumento del nacionalismo podría amenazar tanto a la seguridad, así como al comercio, que se ha construido gracias a la prosperidad de la posguerra.
Dicho esto, hay un motivo para la esperanza. Las economías en desarrollo, en su conjunto, están en mejor posición que hace varios años para soportar la incertidumbre. Las políticas económicas y monetarias son muy ortodoxas y esto ha dado sus frutos. La inflación está en gran medida bajo control o cayendo. La debilidad de las divisas puede reducirse pero no debería impedir que los bancos centrales recorten los tipos de interés para impulsar el crecimiento. A nivel corporativo, hay signos de que el ciclo de beneficios está cambiando a mejor.
A largo plazo, la imposición de barreras comerciales puede forzar a algunos de los mercados emergentes más grandes a acelerar los esfuerzos para pasar de un crecimiento basado en las exportaciones a modelos basados en el consumo. China, por ejemplo, tendría finalmente el catalizador que necesitaba para llevar a cabo la dolorosa reforma estructural que ha estado retrasando.
A pesar de todo lo que está sucediendo, los mercados emergentes aún son regiones con una creación de riqueza sin precedentes en donde el alcance de su actividad económica todavía no se refleja plenamente en la capitalización bursátil. La creciente clase media está impulsando la demanda en su totalidad, desde la leche en polvo a los vehículos. Estas regiones crecerán más rápido que las economías desarrolladas durante los próximos años. A diferencia de los mercados financieros, o incluso de los cambios en el clima político, es algo estructural, no cíclico.
Columna de Devan Kaloo, responsable global de Renta Variable en Aberdeen Asset Management.