Desde principios de año se respira en los mercados financieros un ambiente que recuerda al periodo entre septiembre de 1939 y mayo de 1940, que tan bien conocen los soldados franceses, denominado como «la extraña guerra» (drôle de guerre): el conflicto ya había estallado y la sensación de peligro empezaba a calar, pero la guerra solo se materializaba, en aquel entonces, en forma de escaramuzas aisladas, a la espera de la primera gran ofensiva.
Hoy, la declaración de guerra para los mercados es de índole monetaria y se remonta a tiempo atrás. Hace ya tiempo que los grandes bancos centrales anunciaron su intención de poner fin a las medidas extraordinarias de apoyo a los mercados y a las economías occidentales, que implementaron durante los diez últimos años para atajar los efectos directos e indirectos de la gran crisis financiera de 2008. Por tanto, la guerra ya se ha declarado, especialmente por parte de la Reserva Federal estadounidense (Fed).
Sin embargo, sus efectos siguen siendo intermitentes. Cierto es que los principales mercados bursátiles no presentan un balance demasiado satisfactorio en la recta final de este año, aunque siguen evolucionando en línea con las tendencias observadas durante la última década. Durante este periodo, el índice de renta variable europea Eurostoxx se anota un incremento del 20%, el índice bursátil estadounidense S&P 500 se revaloriza un 167%, por no mencionar el índice del sector tecnológico estadounidense Nasdaq, que registra una progresión del 464% durante el periodo. Sin embargo, han empezado a producirse acontecimientos insólitos que indican que ya no estamos en tiempos de paz.
Si bien el índice de renta variable estadounidense registra una subida del 2% desde principios de año, el índice de los mercados bursátiles emergentes retrocede un 17% durante el mismo periodo y el de las acciones chinas cae un 20%. No podemos obviar, y con razón, que las amenazas de la Administración Trump contra las exportaciones chinas han contribuido a esta espectacular divergencia. Con todo, centrarse en ese aspecto sería ignorar el motivo fundamental: el cambio de contexto de liquidez para los mercados en 2018 ya ha comenzado. La Fed, en lugar de inyectar liquidez en los mercados como viene haciendo desde 2009, ha empezado a reducirla desde principios de año a través de la subida de los tipos de interés y la reducción del tamaño de su balance. Cabría entonces preguntarse por qué la retirada de liquidez, que por ahora solo está teniendo lugar en Estados Unidos, ha perjudicado a los mercados emergentes en lugar de al mercado estadounidense. La respuesta es tan sencilla como un tuit: la política presupuestaria de la Administración Trump no solo ha apuntalado el crecimiento económico estadounidense sino que, sobre todo al fomentar la repatriación de capitales hacia EE. UU. a través de atractivas ventajas fiscales, ha aspirado literalmente los dólares del universo emergente offshore (sobre todo en Latinoamérica y Asia). Esta política ha tenido tanto éxito que, paradójicamente, el ajuste monetario de la Fed no ha penalizado ni a la economía ni al mercado bursátil estadounidense, sino que, por el contrario, ha asfixiado a la esfera emergente. Esta última región ha proporcionado al mercado estadounidense el empuje necesario para su progresión. ¿Perdurará esta dicotomía?
A corto plazo, es posible que así sea, mientras resulte más atractivo invertir la liquidez en EE.UU. que en cualquier otra región. Pero no debemos olvidar que la ofensiva principal está aún por llegar. En diciembre, el Banco Central Europeo pondrá fin a su política de compra de activos de renta fija europeos, mientras que el Banco de Japón acaba de empezar a reducir el ritmo de compra. Y lo que es más importante, la solidez de la economía estadounidense empieza a adquirir un cariz inflacionista, lo que alienta a la Fed a proseguir alegremente su propia ofensiva a través del incremento periódico de sus tipos de referencia. Entretanto, la financiación de este crecimiento estadounidense, que se cimienta sobre un drástico incremento del déficit presupuestario (probablemente cerca de un 6% del PIB este año, es decir, el doble del objetivo de la UE), obliga al Gobierno de Washington a impulsar al alza los tipos de interés de la renta fija para atraer a unos prestamistas que cada vez brillan más por su ausencia.
El problema de este enfoque para los mercados de renta variable es que la reversión del estímulo monetario se produce de forma simultánea a una ralentización económica en todo el mundo. Esta es ya patente en Europa, Japón y China, y empieza a tomar forma en Estados Unidos. Si bien el ritmo de crecimiento de este último país sigue siendo constante, este aspecto constituye, irónicamente, el principal quebradero de cabeza para el mercado estadounidense: un crecimiento que decae — y, por tanto, unos analistas que revisan a la baja sus previsiones de resultados empresariales— pero que sigue haciendo gala del vigor suficiente (por encima de su «potencial de crecimiento», afirman los economistas) como para justificar que la Fed prosiga con su endurecimiento monetario.
A más corto plazo, existen algunos acontecimientos que podrían proporcionar un cierto balón de oxígeno a los mercados: un alto el fuego estratégico negociado en el marco de la disputa comercial entre China y EE. UU., un acuerdo definitivo sobre las condiciones del brexit o, incluso, una tregua en la escaramuza entre el Gobierno italiano y la Comisión Europea. A más largo plazo, llegará un día, como siempre sucede, en el que los bancos centrales ondearán la bandera blanca y pondrán fin al endurecimiento de la política monetaria. Sin embargo, este proceso de ajuste monetario apenas acaba de dar comienzo. Una leve ralentización económica o una ligera corrección en los mercados no bastarán para intimidarlos. Así, entre el más corto plazo y el largo plazo, se perfila en el horizonte un periodo muy desagradable durante el que los inversores en renta variable harían bien en no abandonar sus refugios excepto de forma breve y con una gran prudencia.
Columna de Carmignac por Didier Saint Georges