Al principio de los tiempos fue el trueque. Después surgió la moneda tangible como forma de pago. Y ya en el siglo XXI la necesidad se traduce en ahorrar e invertir ese dinero. La base de este ahorro no está en acumular per se, en aglutinar grandes cantidades de dinero sin sentido, sino que la finalidad se resume en una única palabra: futuro.
En este sentido, el segundo estudio llevado a cabo por el Observatorio del Ahorro Familiar de Fundación Mutualidad de la Abogacía esclarece que casi el 45% de los españoles no poseen los conocimientos suficientes como para poner en práctica un ahorro saludable. O en otras palabras: carecen de cultura financiera. En un contexto social tan variable e imprevisible, ¿cómo es posible que términos como inflación, liquidez o rentabilidad no formen parte de nuestro vocabulario habitual?
Además de los conocimientos debemos ser conscientes del cómo las emociones afectan a nuestras decisiones. El ejemplo más reciente ha sido la pandemia de la COVID-19. En los peores momentos de los confinamientos de 2020 las tasas de ahorro de los hogares españoles aumentaron hasta niveles que hacía 10 años que no se registraban. Esto no significa, ni mucho menos, que entonces tuviéramos más conocimientos financieros que ahora, ni más capacidad económica, simplemente el lobo asomó las orejas y nos asustamos. Ahorrar en momentos de crisis es mucho más doloroso que hacerlo en momentos de bonanza.
La clave por tanto, no reside en ahorrar cuando no nos queda más remedio sino que lo verdaderamente eficiente es hacerlo cuando más ingresos tenemos. No hay nada más seguro que los imprevistos. Para ello es esencial generar espacios de reflexión donde poder planificar mis objetivos vitales y hacer que ocurran dotándonos de los recursos económicos necesarios, identificar posibles situaciones difíciles y cubrirlas con un ahorro que nos permita navegarlas sin sufrir decisiones dolorosas.
Resulta fundamental tener una buena base de cultura financiera. La economía familiar o personal en cada hogar debe parecerse a las hojas de presupuestos que se manejan dentro del tejido empresarial. En efecto, y tal como resumen el Banco de España, la cultura financiera no solo se trata de tener conocimientos de economía o de ciertos productos, sino que se trata de ponerlos en práctica, haciendo que los conocimientos nos sean verdaderamente útiles. La teoría sin práctica no sirve para nada.
Establecer objetivos a corto, medio o largo plazo son la pieza básica en la que comenzar nuestra pirámide de ahorro. Todo siempre en base a nuestros niveles de ingresos y de renta, unos objetivos de ahorro acordes con nuestra realidad económica actual, que pueden convertirse en cantidades importantes a lo largo del tiempo. Es, por tanto, el pensamiento en el futuro lo que nos llevará al éxito. Si tenemos una cultura financiera saludable podremos decidir qué gastos son necesarios y cuáles de ellos son superfluos, cuál es la parte de nuestra renta que vamos a dedicar al ahorro, cómo invertir nuestro dinero. Además, los conocimientos financieros nos van a permitir entender mejor los contextos de mercado y su volatilidad. Esto implica elegir los productos más acordes a nuestros objetivos y que más se atengan a nuestros requerimientos.
Uno de los grandes retos al que nos enfrentamos como ahorradores son los hábitos de consumo. Es un hecho que éstos han variado en los últimos años, pero no se trata de un mero contexto coyuntural sino que algo persistente a lo largo de los años. Desde luego, hoy en día no adquirimos ni los mismos productos ni los consumimos de la misma forma que a principios de siglo. Gran parte de la responsabilidad de este cambio en los hábitos de consumo son las nuevas tecnologías, que facilitan a la compra rápida e impulsiva. Es por eso, que ser capaces de identificar los gastos necesarios frente a los superfluos nos ayudará a dar un impulso a nuestros ahorros.
Hace 70 años tener un vehículo era un lujo, un gasto solo al alcance de las grandes fortunas que, sin embargo, no era necesario, tan solo una comodidad. Hoy en día, cualquier núcleo familiar posee un coche, y el punto es tal que se ha convertido prácticamente en una necesidad: para ir al trabajo, llevar los niños al colegio…Los jóvenes ahora usan el coche, pero no lo compran. Pagan por uso. Estas tres situaciones tienen un impacto en nuestras finanzas diferentes, debemos entender de qué manera queremos vivir y cómo satisfacer nuestras necesidades de la forma más eficaz, haciendo el mejor uso de nuestro dinero para satisfacer nuestras necesidades. Hay que tener en cuenta que para cada individuo la realidad se presenta de manera diferente, por ello no se puede generalizar y es importante conocerse.
Son las personas de más edad, los que más cultura financiera tienen, con los años han aprendido a manejar su economía en beneficio propio. Y en este punto es donde entran las instituciones, para promover la cultura financiera y del ahorro desde edades tempranas. Mutualidad de la Abogacía y otras muchas entidades adheridas al Plan de Educación Financiera que promueve la Comisión Nacional de Mercado de Valores y el Banco de España, aproximan los conocimientos, promueven los hábitos y desarrollan las capacidades financieras en todos los segmentos poblacionales, con especial atención a los niños y jóvenes.
Por añadido, dentro del núcleo familiar también tenemos la oportunidad de inculcar a nuestros hijos cuál es la mejor manera de manejar el dinero con pequeñas actividades cotidianas. Sí que se puede hablar de dinero con nuestros hijos, olvidemos la teoría y dejemos que sean ellos los que tomen el protagonismo y la responsabilidad a edades en las que no habría necesidad. Dejemos por ejemplo que realicen la compra, planifiquen, se confundan y cuadren el presupuesto. Aprenderán así, sin graves consecuencias cuando se equivocan, tutelados, pero desde la responsabilidad de los propios actos. Solo así podremos explicarles qué significa la inflación o por qué no pueden comprarse el capricho de turno. La cultura financiera es el futuro de las nuevas generaciones.