Conocer cómo se distribuyen los costes e ingresos generados por la gestora a la hora de crear un fondo de inversión resulta de enorme utilidad para la dirección. Con un modelo de contabilidad analítica o de costes, se pueden conocer los productos que están generando valor dentro de la compañía y en qué medida; y, por el contrario, cuáles deberían dejar de producirse por ser deficitarios.
A pesar de la utilidad de esta metodología, muchas sociedades gestoras no disponen de una herramienta para llevar a cabo este análisis. Una prueba de ello es la inexistencia de una herramienta estándar que se ajuste a las particulares necesidades de una gestora. De este modo, cuando una sociedad gestora decide llevar a cabo este análisis, se suele ver abocada a crear una nueva.
Así, en la creación de un modelo de contabilidad analítica podemos clasificar los costes de una gestora en: retrocesiones, costes directos y costes indirectos.
Las retrocesiones son el porcentaje de la comisión de gestión pagado a las entidades comercializadoras por la captación de un cliente. La asignación de estas retrocesiones a cada fondo suele resultar sencillo ya que las gestoras tienen herramientas propias para hacer estos cálculos. En los últimos años, estos costes se han reducido considerablemente por el crecimiento de la gestión discrecional de carteras. En este caso, la inversión se realiza sin retrocesión o con clases limpias.
Los costes directos asociados al fondo son aquellos que pueden imputarse al producto por existir una relación directa con el mismo. Su asignación se realiza en función de un criterio establecido para cada gasto al diseñar la contabilidad analítica. Entre ellos encontramos:
- Coste de personal del gestor del fondo.
- Coste de envío de información legal periódica a los partícipes del fondo, asignados en función del número de partícipes del mismo.
- Coste de personal administrativo, que puede ser asignado en función de número de fondos al que se dedica el personal.
- Coste de marketing, si se han realizado campañas específicas para ese fondo.
Los costes indirectos, también llamados costes de estructura, son aquellos en los que la empresa incurre durante el ejercicio de su actividad sin que puedan ser fácilmente asignados a la producción de un fondo en concreto. La asignación de un criterio a estos costes resulta la parte más compleja y controvertida dentro de cualquier modelo de contabilidad de costes. Como ejemplos de ellos están:
- Costes de alquiler del local donde la empresa realiza sus actividades.
- Costes publicitarios por la creación de marca en general.
- Servicios como la auditoría o las tasas de CNMV de la gestora.
Siguiendo la metodología, los ingresos de cualquier fondo deberían ser capaces de cubrir, al menos, las retrocesiones al comercializador y los costes directos. Es decir, si los ingresos del fondo fuesen menores que las retrocesiones y los costes directos, ese producto está causando pérdidas y habría que plantearse dejar de ofrecer el fondo.
La utilización y análisis de un modelo de costes permite a la dirección la toma de decisiones en el funcionamiento ordinario de la compañía. Adicionalmente, apoyarse en datos objetivos para fijar el precio facilita que la gestora pueda justificar las propuestas de precio de los nuevos productos ante los clientes, o la necesidad de incrementar el volumen en un fondo o de subir un precio para que sea rentable, si se diera el caso.
No obstante, cabe mencionar que, aunque estamos ante una herramienta muy útil, las cifras y los datos objetivos deben ser mirados con cautela y, en ocasiones, debe primar el criterio experto. El mantenimiento de un producto deficitario puede estar justificado por diferentes motivos: producto que acaba de ser lanzado, producto deficitario que pertenece a un cliente que genera y aporta valor en otros productos de la compañía, etc.
Tribuna de Laura Eguren, directora de Administración de Imantia.