Los mercados de renta variable han repuntado desde los mínimos registrados en febrero (o en enero en el caso de los mercados emergentes) y, si bien el voto británico a favor del Brexit desencadenó un marcado episodio de volatilidad, éste no logró frenar el repunte durante demasiado tiempo. ¿Qué es exactamente lo que ha tranquilizado a los inversores?
Por una parte, las preocupaciones anteriores acerca de China, que hicieron cundir el pánico durante el año pasado, han remitido, puesto que los eficaces controles de divisas han frenado las salidas de capitales. En paralelo, la solución contrastada de desatar las ataduras del crédito bancario ha contribuido a ralentizar el descenso de la actividad industrial. Actualmente, esta amenaza ha amainado, aunque no ha desaparecido del todo.
En general, el panorama económico mundial está dominado por un crecimiento reducido, si bien los indicadores a corto plazo en Estados Unidos han mejorado. Desde febrero, el factor que ha impulsado el repunte del mercado ha sido el movimiento análogo entre los títulos industriales, de materiales y energía. ¿Y qué hay de la amenaza (fantasma) del Brexit? A pesar de ser un acontecimiento muy lejano y todavía incierto, al menos debería garantizar que los bancos centrales mantengan sus políticas acomodaticias de cara a mitigar cualquier revés en la economía.
En lo que llevamos de año, la Fed no se ha atrevido a actuar. ¿Qué podría poner fin al efecto estimulante en los mercados de esta ecuación perfecta formada por una mejora del panorama económico y una confianza continuada en el respaldo de los bancos centrales?
La respuesta es muy sencilla. Tanto los mercados de renta fija como los de renta variable podrían caer antes de finales de año si se registran dos acontecimientos igual de probables y compatibles. En primer lugar, hemos de reconocer que la presión deflacionista generada por el desplome de los precios del crudo ha tocado a su fin. Todo lo que baja sube, por lo que, efectivamente, la inflación repuntará. Ésta también se verá impulsada por el aumento de los precios de la vivienda en Estados Unidos, el principal catalizador de la inflación hasta la fecha.
Pero los mercados de renta fija han vivido completamente ajenos a esta realidad.
Los tipos de interés siguen rondando mínimos, lo que no deja margen para sorpresas en lo que a inflación respecta. Los tipos cortos ponen de manifiesto una política monetaria intacta que durará meses, mientras que los largos reflejan unas previsiones de inflación muy bajas. Por tanto, el riesgo —¿o deberíamos decir los riesgos?— en materia de tipos es claramente asimétrico.
En el plano económico, es perfectamente posible que los indicadores económicos adelantados que mueven los mercados (después de todo, va en la naturaleza de los mercados anticipar tendencias económicas) puedan apuntar a un cambio de rumbo.
Estos indicadores son tremendamente sensibles a las variaciones en los tipos de interés, así como a la dirección de la política monetaria. Asimismo, cabe destacar que todo el argumento del crecimiento estadounidense que ha venido impulsando al mercado desde principios de año se ha basado en el consumo.
Sin embargo, éste es muy vulnerable: depende de la contratación de créditos al consumo, que está tocando techo, un nivel de ahorros que está comenzando a crecer, y se expone a un poder adquisitivo que se debilita a causa del encarecimiento de la vivienda y el petróleo.
La perspectiva de una ralentización del crecimiento y un aumento de la inflación sería una combinación menos interesante que la situación de la que los mercados llevan beneficiándose desde febrero. Esto plantearía un dilema a los bancos centrales y, obviamente, a los mercados, además de sumarse a la incertidumbre política en Estados Unidos e Italia. Recomendamos a los inversores no bajar la guardia.
Didier Saint-Georges es miembro del Comité de Inversiones y managing director de Carmignac.