Se cree que 1 de cada 8 trabajadores a escala mundial forma parte de algún tipo de engranaje productivo centrado en los productos textiles o en la confección de prendas: desde las granjas en las que se producen materias primas como el algodón hasta las tiendas minoristas. Por lo tanto, resulta innegable que la producción de ropa contribuye al empleo a escala mundial, pero las ventajas que se derivan de las operaciones de confección de prendas de vestir seguramente acaben ahí.
Los modelos de negocio basados en la moda rápida están intrínsecamente vinculados a la sobreproducción. La globalización y la ampliación de las cadenas de suministro internacionales han contribuido a perpetuar una dependencia excesiva de elaboraciones baratas procedentes de la región de Asia-Pacífico. En consecuencia, las marcas de ropa se enfrentan a un aumento de la exposición a riesgos sociales y ambientales acuciantes que se materializan en una cadena de suministro más extensa.
El hecho de abastecerse en el extranjero ha permitido a las marcas sacar partido de unos costes de producción inferiores, de unas normativas laborales menos estrictas y de la falta de protecciones sociales. Ello se ha traducido en que algunas marcas han contribuido de forma involuntaria a la explotación de los trabajadores de la cadena de suministro y no han sido capaces de comprender plenamente la profundidad de sus responsabilidades en materia de sostenibilidad en el plano de sus operaciones. Las cadenas de suministro de las marcas continúan resultando opacas más allá de los proveedores principales de primer nivel. Esta falta de supervisión en una cadena de suministro con más eslabones ha conllevado que las marcas estén expuestas a riesgos en materia de derechos humanos y trabajo forzoso, lo que alberga el potencial de provocar daños reputacionales y un incremento del escrutinio por parte de los inversores.
Las relaciones deficientes con los proveedores y la falta de prácticas responsables de compra constituyen otro problema fundamental: muchas marcas no tienen en cuenta la manera en que sus operaciones podrían repercutir negativamente en la capacidad de un proveedor para satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores, lo que incluye cuestiones como la salud, la seguridad y los salarios justos.
De modo similar, dado que la mayoría de los proveedores se ven en la tesitura de tener que tomar las decisiones sobre la obtención de materias primas y afrontar los riesgos financieros que ello conlleva, resulta difícil que las marcas supervisen y mitiguen los riesgos relacionados con la contaminación, la generación de residuos y la pérdida de biodiversidad, entre otras cuestiones ambientales.
La deslocalización cercana (centrándonos en el Reino Unido en este caso) presenta varias ventajas competitivas:
- Existe una menor necesidad de comprar a granel, dado que los plazos de envío ya no son una parte relevante del proceso
- Unos pedidos mínimos de menor cuantía generan menos residuos, es decir, una reducción en el volumen de ropa sin vender que va a parar a vertederos
- Unos plazos de producción cortos implican que las marcas pueden modificar los diseños con poca antelación y adaptarse a las tendencias de consumo.
Dicho esto, el quid de la cuestión para que la industria de la confección vuelva a un modelo de deslocalización cercana continúa siendo el precio. En última instancia, consideramos que los responsables de compras de los comercios minoristas deben cambiar su manera de enfocar la determinación de los costes. La mayoría de los comercios minoristas se centran en el margen por producción o fabricación (input/entry margin), es decir, en los costes de producción directos. Basándonos en esos parámetros, el Reino Unido se revela más caro que Asia, especialmente si tenemos en cuenta los costes laborales y de las materias primas. Sin embargo, creemos que los comercios minoristas deberían adoptar un enfoque más holístico y considerar también sus márgenes por comercialización (exit margins), lo que incluiría el desperdicio de productos, las devoluciones de los clientes y los descuentos en tienda, que constituyen resultados directos de la dependencia que tiene la moda rápida de la sobreproducción. Desde esta perspectiva, el Reino Unido está pasando a ser cada vez más competitivo.
Estamos asistiendo al surgimiento de modelos de negocio basados en la fabricación por pedido o Make To Order (MTO). El impacto de las redes sociales sobre los gustos de los consumidores está aumentando. Un catalizador clave de ello estriba en el auge de los influencers de TikTok, Instagram y YouTube, muchos de los cuales tienen sus propios productos o colecciones de moda que sus seguidores pueden comprar. Si el movimiento de la fabricación por pedido cobra impulso (varias marcas, incluida H&M, están ya realizando pruebas con él), la deslocalización cercana podría aportar una ventaja competitiva, dado que las marcas se beneficiarían de procesos de producción más rápidos y flexibles.
En el ámbito de la fabricación de prendas de vestir, el proceso de tintura de tejidos suele llevar un par de semanas y lo realizan proveedores especializados de forma externa. Las técnicas de diseño, elaboración de prototipos e impresión en el canal digital constituyen algunas de las innovaciones tecnológicas que, a buen seguro, ocuparán un lugar más preponderante en el futuro, especialmente en un entorno caracterizado por el modelo de fabricación por pedido.
Podemos afirmar que los consumidores se muestran más concienciados acerca de los efectos negativos asociados a la producción de prendas de vestir. Según un estudio de McKinsey: “De entre los consumidores encuestados, el 67% considera que el uso de materiales sostenibles constituye un factor importante a la hora de comprar, y el 63% otorga la misma importancia al fomento de la sostenibilidad por parte de una marca a la hora de realizar sus compras”.
Dado que varias marcas y comercios minoristas están suscribiendo compromisos de sostenibilidad en el marco de sus agendas 2025/2030, resulta difícil ver cómo van a cumplir sus objetivos de gestión responsable en materia climática y ambiental sin abordar el abastecimiento de materias primas.
En última instancia, acabamos llegando a una situación que se asemeja en parte al dilema del huevo y la gallina dado que, por su propia idiosincrasia, a los consumidores les gusta consumir, y los consumidores de moda rápida en concreto se muestran sensibles a los precios, por lo que cabría preguntarse cómo reducir el consumo o lograr que los consumidores paguen más por prendas sostenibles. De modo similar, los comercios minoristas de moda rápida han levantado sus negocios en torno a un modelo basado en el consumo excesivo de prendas de vestir vendidas a precios baratos. Ambos grupos entienden los posibles efectos negativos de sus hábitos para las personas y el planeta, pero ¿sobre quién recae la responsabilidad de fomentar un mejor comportamiento? Si bien los consumidores pueden modificar sus hábitos de compra, para que ello tenga un impacto tangible todos los consumidores deberían hacerlo: algunos no pueden y otros no quieren. En nuestra condición de inversores responsables, tratamos de alentar a las marcas y comercios minoristas a adoptar más medidas para tener en cuenta la circularidad de los procesos de producción.
Tribuna de Tenisha Reid Elliott, analista ASG de Columbia Threadneedle Investments, y Charlotte Burrows, asociada, renta variable mundial, de Columbia Threadneedle Investments.