Los índices de renta variable mundiales se derrumbaron en el cuarto trimestre del año pasado, para luego registrar una fuerte recuperación, al volver a ganar prácticamente todo el terreno perdido. Este giro extraordinario podría parecer irracional, pero indica un panorama coherente con la fragilidad de la confianza de los inversores al adentrarnos en el fin de este ciclo económico y acercarse las elecciones estadounidenses de 2020.
En tan solo seis meses —desde el pasado octubre hasta finales de marzo—, ha sucedido algo notable en los mercados mundiales. Tras tocar techo el 21 de septiembre de 2018, en el equinoccio de otoño, fue como si las estaciones cambiaran de golpe y llegara el invierno.
A medida que avanzaba el cuarto trimestre, se produjo una fuerte espiral de ventas durante la cual los principales mercados de renta variable experimentaron una caída de en torno a un 17%, tocando fondo finalmente en Nochebuena en Estados Unidos (el día de Navidad en Asia).
A continuación, tras perder todas las ganancias conseguidas en 2018 y aún más, dejaron atrás el abrazo polar del miedo: entre finales de diciembre y el equinoccio de primavera del 21 de marzo, los mercados mundiales dieron un giro, con unas avances del 18%. Había llegado la primavera.
¿Por qué este temor repentino de los mercados?
Y si sus inquietudes aparentes sobre la economía mundial estaban justificadas, ¿a qué se debe esa súbita recuperación del apetito por el riesgo? ¿Fue el descalabro del cuarto trimestre una aberración? ¿O tal vez el rebote posterior señala una despreocupación peligrosa sobre los peligros a los que se enfrentan los inversores en el resto del año y el próximo?
Mi respuesta a ambas preguntas es «no». Puede que la intensidad de la espiral de ventas del cuarto trimestre fuera inesperada, pero tiene una explicación, dado el contexto y algunos de los datos que se publicaban. También creo que el repunte de principios de año es justificable, aunque me sorprendió su magnitud. Tanto la espiral de ventas como el repunte supusieron una reacción a una serie de riesgos geopolíticos que cambiaban rápidamente —especialmente las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China– y que los inversores cada vez encuentran más difícil de predecir e integrar en los precios.
Dada la fragilidad de la confianza y la rapidez con la que a veces se suceden los acontecimientos, puede que los mercados oscilaran más bruscamente de lo normal, si bien sus reacciones no eran irracionales. El contexto a largo plazo cobra crucial importancia en este sentido. La expansión mundial actual y la correspondiente trayectoria alcista del mercado de renta variable son maduras en términos históricos. Como es de esperar, aumentan los temores de que el mundo se esté acercando al bajón que señalará el fin de este ciclo.
No es de extrañar que los inversores estén muy atentos a los signos de recesión: el crecimiento económico nominal se ha situado en el 3% – 4% anual en Estados Unidos y el 4%-5% a escala mundial durante gran parte de la década desde que el S&P 500 marcó mínimos en marzo de 2009, a lo que se sumó una inflación muy moderada. Sus inquietudes sin duda se intensificaron después de que el ritmo de crecimiento siguiera repuntando en 2017 y el año pasado.
No obstante, esta expansión de larga duración ha incluido varios miniciclos, durante los cuales algunos indicadores adelantados, como los índices de gestores de compras, han oscilado de unos niveles muy altos de más de 60 hasta en torno a 55 en el mundo occidental. Cada vez que los mercados iniciaban la fase bajista de uno de estos miniciclos, los inversores temían que denotara una recesión en toda regla. Este patrón volvió a repetirse a finales del año pasado.
Líderes firmes y tensiones comerciales
Dos factores principales provocaron la gran espiral de ventas de los últimos tres meses del año pasado. El primero fue un nuevo panorama político. En los últimos años, una serie de líderes nacionalistas ha llegado al poder en varias grandes economías de todo el mundo y adoptado un planteamiento más duro hacia las relaciones internacionales. Tal vez, los republicanos estadounidenses hayan perdido el control del Congreso, pero el presidente Trump sigue siendo una figura dominante e imprevisible.
En China, Xi Jinping ha consolidado su control sobre el gobierno y eliminado las limitaciones temporales de su cargo. En otros países, Narendra Modi en la India, Recep Tayyip Erdogan en Turquía, Jair Bolsonaro en Brasil, Shinzo Abe en Japón y el príncipe heredero Mohamed bin Salmán en Arabia Saudita son todos líderes más firmes y nacionalistas que sus antecesores, mientras que algunos personajes heterodoxos como Vladimir Putin y Kim Jong Un ejercen una influencia internacional considerable.
Por consiguiente, el mundo se ha adentrado en una fase en que un obstinado presidente estadounidense está dispuesto a discutir con contundencia que deben renegociarse las relaciones de su país con el resto del mundo, pero tiene que hacer valer sus pretensiones ante unos líderes cada vez más firmes y populistas de otros países. No se trata de un contexto propicio para la calma y la estabilidad en los mercados mundiales.
Si consideramos este riesgo potencial para la estabilidad junto con el segundo gran problema que dominó los últimos meses de 2018 —el deterioro de la relación comercial entre las dos principales economías mundiales, Estados Unidos y China—, resulta fácil ver por qué los mercados empezaron a temer cada vez más la posibilidad de una brusca desaceleración.
Una alteración importante de los flujos comerciales mundiales y una ralentización del proceso de globalización que dura desde hace décadas reduciría inevitablemente la actividad económica, la rentabilidad empresarial y la inversión; eso provocó la fuerte corrección sincronizada de las bolsas mundiales.
Y ahí es donde el escenario del Brexit se torna especialmente relevante. El Reino Unido, una economía abierta y conectada internacionalmente, está muy integrado en numerosas cadenas de suministro transfronterizas utilizadas para los flujos comerciales. No obstante, si los cambios geopolíticos implican que ya no podemos estar seguros de si esas cadenas de suministro seguirán funcionando como antes, las empresas no saben dónde deberían invertir.
Por consiguiente, muchas aplazan sus decisiones o cancelan futuras inversiones de capital, lo que inevitablemente merma el crecimiento. En este contexto, resulta bastante posible que el riesgo de aranceles comerciales convierta una debilitación del crecimiento en una brusca desaceleración. Esta era la situación de los mercados a finales de noviembre.
Por fin, buenas noticias
En esos momentos, surgió la primera buena señal importante: Estados Unidos aplazó el aumento de los aranceles sobre importaciones chinas por 200.000 millones de dólares del 10% al 25% con el que habían amenazado. Esta moratoria de 90 días disipó el riesgo inmediato de más perturbaciones comerciales hasta finales de febrero, aliviando un motivo de nerviosismo importante para los mercados mundiales.
No obstante, los índices bursátiles siguieron cayendo, y sus pérdidas se aceleraron al acercarse las Navidades. En vez de deberse a las preocupaciones sobre el comercio, la espiral de ventas obedecía en esos momentos a unos endebles datos económicos, especialmente de Europa, cuyos exportadores, entre los que se incluyen Daimler y BMW, fueron de los primeros en alertar de que los aumentos de aranceles afectarían sus beneficios.
En Japón hubo algunas señales similares, por ejemplo, de empresas de robótica que exportan a China, cuyos pedidos registraron unas drásticas caídas. Al mismo tiempo, el aplanamiento de la curva de tipos del mercado de deuda pública estadounidense —a menudo considerado como un indicador adelantado de contracciones económicas— indicaba que llegaban unos tiempos difíciles.
Al aumentar las inquietudes sobre los datos económicos que se publicaban, los mercados recibieron su segunda señal positiva importante: tras hablar de nuevas alzas de tipos aún en el último trimestre de 2018, la Fed estadounidense reaccionó ante las perspectivas más débiles e indicó que ya no preveía subir los tipos en 2019.
Este cambio de postura, junto con el aplazamiento de los nuevos enfrentamientos comerciales, ayudó a impulsar el rebote de los índices bursátiles que se produjo a lo largo del primer trimestre. Por lo tanto, la notable trayectoria registrada por los mercados —con un retroceso de casi el 20% en un trimestre y luego una subida de la misma magnitud en el siguiente— puede atribuirse al entorno económico y geopolítico.
Lo que se interpretó por parte de algunos como los indicios tempranos de una contracción importante no se produjo y extendió como temían, y los acontecimientos del 4.º trimestre del año pasado ahora parecen más bien otro bache de mediados de ciclo seguido de un rebote. Dada la inestabilidad potencial que comportan unos líderes nacionales más duros, creo que ahora tendría que haber una mayor prima de riesgo en los mercados en general. Por consiguiente, me sorprende la fortaleza del repunte de los mercados mundiales, pero coincido en que tenían que subir con respecto a las Navidades porque las perspectivas no son tan nefastas como se temía.
Columna de William Davies, director de renta variable en Columbia Threadneedle.