A pesar de haber transcurrido más de 10 años desde el estallido de la crisis financiera mundial, el mundo sigue enormemente endeudado y no existen perspectivas realistas de que dicha deuda se vaya a reducir a corto o medio plazo. Salvo excepciones históricas flagrantes (como en el periodo posterior a la Gran Depresión, cuando la deuda estadounidense respecto al producto interior bruto [PIB] marcó su cota máxima de casi el 120%), los niveles de deuda soberana en muchas economías se aproximan a máximos sin precedentes. Tales niveles son, sin lugar a dudas, mucho más elevados que los de hace tan solo dos o tres décadas.
En Estados Unidos, el ratio de deuda neta/PIB asciende al 106% y va en aumento, lo que contrasta con la cifra de menos del 40% registrada a principios de la década de 1980. En el Reino Unido, el ratio de deuda neta/PIB roza el 86%, aunque se situó de media por debajo del 45% entre 1975 y 2018. Algo similar ocurre en toda la zona euro. En España, por ejemplo, el ratio de deuda/PIB se eleva al 96%, frente a una media ligeramente por encima del 55% desde 1980. Hoy en día, el endeudamiento de Italia es del 130% del PIB, mientras que el de China supera el 300%.
¿Pueden permitirse los bancos centrales una continua espiral ascendente de la deuda, agravada por una crisis o una recesión? ¿Podríamos deducir de este mundo con un crecimiento y una inflación permanentemente reducidos que persistirá un entorno de tipos más bajos durante más tiempo y que podemos seguir ignorando los niveles de deuda a escala mundial?
Niveles de deuda crecientes en el periodo poscrisis
Merece la pena recordar cómo llegamos a esta situación. Los elevados niveles de deuda pública y total de la actualidad son casi exclusivamente vestigios de la crisis financiera mundial.
Tras el estallido de la crisis financiera mundial, los bancos pusieron freno a sus actividades de crédito, pues lidiaban con un aumento de los préstamos dudosos y un deterioro de los balances, y necesitaban capital. Esto dio paso a una crisis crediticia, que hizo mella en el crecimiento económico. Al mismo tiempo, los prestatarios (tanto los hogares como las empresas) se enfrentaron a una situación de sobreendeudamiento, ya que los precios de la vivienda y de los bienes inmuebles cayeron, pero los niveles de deuda se mantuvieron constantes. En consecuencia, optaron por el desapalancamiento, a pesar de que los tipos de interés se situaban en niveles cero o próximos a estos.
Por lo general, los bancos centrales pueden corregir este desequilibrio mediante un recorte de los tipos de interés, lo que alentaría el deseo por el crédito. No obstante, tras la crisis financiera mundial, el sector privado acumulaba demasiada deuda y prefirió reducir su endeudamiento en lugar de aumentarlo, pese al desplome de los tipos de interés.
Hace una década, se pasó de una abundancia de prestatarios en el periodo previo a la crisis a una repentina escasez, y el sector privado se convirtió en «ahorrador neto», como puso de manifiesto el enorme aumento de los depósitos en el sector bancario. Esta creciente acumulación de efectivo exacerbó la caída; en efecto, al haber menos personas y compañías dispuestas a prestar y gastar el dinero depositado, este no tuvo ningún efecto positivo en el crecimiento. Además, los ingresos tributarios con respecto al gasto registraron un descenso, y la deuda con respecto al PIB ya tendía al alza, conforme el PIB nominal daba marcha atrás.
Los gobiernos decidieron tomar cartas en el asunto, convirtiéndose en los únicos prestatarios restantes y gastando los ahorros del sector privado. No cabe duda de que la intervención gubernamental evitó una crisis financiera más profunda, si bien el coste de rescatar los bancos y estimular la economía de esta manera resultó costoso.
Hoy en día, este coste puede medirse por los bruscos aumentos en el ratio de deuda pública/PIB. Estas grandes cargas de la deuda tienen consecuencias negativas para el futuro crecimiento, ya que han trasladado efectivamente al presente el consumo del mañana. Por lo tanto, el consumo futuro será claramente más reducido.
Por otro lado, cabe mencionar los engrosados balances de los bancos centrales. Tras la crisis financiera, algunos bancos centrales, como la Reserva Federal estadounidense, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Inglaterra, imprimieron dinero para adquirir deuda pública. El BCE posee ahora el 26% del mercado de deuda de Alemania, así como el 21% del mercado de deuda de Francia y el 20% del mercado de deuda de Italia. El Banco de Inglaterra posee el 25% del mercado de deuda del Reino Unido; la Reserva Federal, el 18% del mercado de deuda de Estados Unidos; y el Banco de Japón, el 40% del mercado de deuda japonés.
En teoría, los bancos centrales podrían condonar esas deudas, lo que mejoraría significativamente las cargas de la deuda soberana de un día para otro. Sin embargo, si un banco central tomara una decisión de tal calibre de manera aislada, esto socavaría la estabilidad monetaria y la integridad operativa de los bancos centrales; en cambio, parece muy poco probable que los bancos centrales decidan actuar de manera concertada en esta era de discordia europea, guerras comerciales entre Estados Unidos y China y un movimiento gradual hacia la desglobalización. Por lo tanto, todo apunta a que los elevados niveles de deuda con respecto al PIB de los países se mantendrán en tales cotas durante algún tiempo.
Columna de Mark Burgess, director adjunto Global de Inversiones y director de inversiones para la región EMEA de Columbia Threadneedle.