La reducción de las emisiones de carbono en las carteras de inversión es un reto inaplazable. La legislación se ha endurecido y obliga a los inversores a medir y publicar la huella de carbono de sus carteras, así como su política en materia de reducción de dicha huella. Los análisis realizados por el equipo de gestión cuantitativa de renta variable de Candriam muestran que se puede reducir ostensiblemente la huella de carbono de una cartera sin alterar significativamente las características financieras del perfil riesgo-rentabilidad.
Para reducir al mínimo las emisiones de gases de efecto invernadero, es preciso saber medirlas. Sin embargo, a día de hoy, apenas la mitad de las empresas cotizadas informa en detalle sobre sus emisiones de CO2. Además, sus métodos de medición, así como los ámbitos considerados, varían considerablemente, lo que provoca que las comparaciones sean muy aleatorias. Los resultados pueden mostrar grandes variaciones, incluso llevar a conclusiones contradictorias en lo que respecta a los niveles de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de los diferentes actores y sectores económicos.
Para cada emisor de GEI, existen tres ámbitos de medición de sus emisiones: el primero, o «ámbito 1», recopila únicamente las emisiones directas procedentes de recursos propiedad o bajo el control de la empresa; el segundo, o «ámbito 2», contabiliza las emisiones indirectas relacionadas con la actividad de la empresa; el tercero y último, o «ámbito 3», engloba el resto de emisiones indirectas relacionadas con los primeros eslabones de la cadena de producción de bienes y servicios (los proveedores de la empresa) y con la utilización de dichos bienes y servicios en los eslabones finales (los clientes de la empresa). Por tanto, para que la reducción de las emisiones de carbono sea completamente eficaz, se debería tener en cuenta toda la cadena de valor de la empresa. No obstante, la medición de las emisiones del ámbito 3 plantea importantes desafíos metodológicos que conviene valorar caso por caso.
A tenor de estas consideraciones, nuestros estudios han demostrado que la exclusión de los sectores más contaminantes —energía, servicios públicos y materiales— permitiría reducir aproximadamente un 75% la huella de carbono de las carteras. No obstante, este enfoque plantea dos desventajas: por un lado, no es óptimo desde el punto de vista medioambiental, dado que excluye de facto a los productores de energías renovables, así como a los que se esfuerzan por mejorar su huella de carbono y, por otro, implica una desviación del riesgo (tracking error) frente al mercado y, por lo tanto, unos riesgos financieros elevados para las carteras que lo adopten.
Este método de exclusión parece, pues, contraproducente y es mucho menos interesante que una selección de valores basada en las emisiones, que puede contribuir a reducir aún más la huella de carbono de una cartera, por encima del 90%. Además, este tipo de selección permite limitar el riesgo financiero e, incluso, mejorar las perspectivas de rentabilidad de la cartera gracias al efecto del carbono. Este resultado se explica por la gran dispersión que existe en los niveles de huellas de carbono, no sólo dentro de los sectores con un gran volumen de emisiones, sino también en otros como, por ejemplo, la industria y los servicios financieros.
Existe otro enfoque de diseño de carteras que consiste en reducir la huella de carbono aplicando un límite muy pequeño a la desviación frente al mercado. Se trata, pues, de instaurar en la nueva cartera un nivel de riesgo financiero similar al de una cartera de renta variable mundial. En este caso, se puede demostrar que la reducción de la huella de carbono de una cartera de mercado gestionada optimizando la contribución de las empresas al riesgo de carbono es superior a la que se consigue simplemente excluyendo a los sectores más contaminantes.
Por ejemplo, la huella de carbono por millón invertido es de 11 toneladas equivalentes de carbono (tCO2-eq) en la cartera optimizada, mientras que se sitúa en 38 toneladas en una cartera que excluye a los tres sectores más contaminantes, con una huella que oscila entre 16 y 56 toneladas en función de los ingresos. Estos diferentes ejemplos muestran que se puede gestionar activamente el riesgo de carbono de una cartera de renta variable mundial limitando enormemente el impacto de este riesgo en sus características financieras.
El enfoque «best in class» del análisis ESG que realiza Candriam, que también integra la gestión del riesgo de carbono, se adapta especialmente bien a este ejercicio, ya que garantiza una aplicación óptima de las conclusiones de este estudio. De esta forma, el gestor está en disposición de evitar los escollos y diseñar carteras que le permitan reducir sensiblemente su huella de carbono.
Columna de Tanguy Cornet, codirector del área de Gestión Cuantitativa de renta variable en Candriam.