La asignación de activos es una de las decisiones de inversión más importantes durante el proceso de inversión. Por eso resulta crucial determinar cuál es la mejor combinación de activos de renta fija y renta variable y cómo debería ir evolucionando con el tiempo el porcentaje. Sin embargo, si sólo ponemos el foco en la diversificación podemos pasar por alto un aspecto importante: no todos los activos de renta variable son iguales.
Los distintos tipos de activos presentan diferentes características de riesgo y rentabilidad que pueden contribuir a contrarrestar los riesgos a los que se van enfrentando los inversores. Estos podrán obtener mejores resultados si aprenden a sacar partido de estas características, en lugar de invertir en todo el espectro de renta variable e ir aumentando gradualmente la exposición a la renta fija.
Es posible que la filosofía de diferentes tipos de renta variable para inversores con características distintas haya pasado de moda, pero antecede en al menos 50 años a conceptos fundamentales como la teoría moderna de carteras o el modelo de valoración de activos financieros. Merece la pena volver a revisarla.
Una nueva visión del riesgo
Aunque existen otras formas de seccionar el mercado (por rendimiento, por capitalización de mercado, por valoración), pensamos que la beta, que mide la sensibilidad de un activo al riesgo inherente al mercado de renta variable, constituye una forma relativamente sencilla de distinguir entre compañías defensivas y de crecimiento.
Si tenemos en cuenta los datos históricos de los últimos cincuenta años vemos que los títulos con una beta más elevada presentaron un mayor riesgo y volatilidad que los de beta más reducida, pero al mismo tiempo ofrecieron una mayor rentabilidad. No es de extrañar. Pero si nos replanteamos la forma en la que medimos la volatilidad, conseguimos una nueva y atractiva perspectiva.
Tribuna de Sunder Ramkumar, gestor de Capital Group.