Nuestra comprensión sobre la forma en que adoptamos decisiones financieras se ha beneficiado enormemente de la combinación de tres disciplinas discretas: la economía, la psicología y la neurociencia. Los investigadores de estos tres campos han tendido puentes para enriquecer nuestra comprensión de las finanzas conductuales, creando con ello nuevas áreas de investigación. Las neurofinanzas son una de ellas y toman prestadas las herramientas y enseñanzas de la neurociencia para desentrañar cómo la actividad cerebral interviene en la toma de decisiones financieras.
La neurociencia ha realizado enormes avances durante los últimos 20 años. Ahora entendemos las estructuras principales del cerebro y podemos registrar las señales eléctricas que emiten las “células cerebrales” o las redes de células. La tecnología de imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) nos permite monitorizar la actividad cerebral, lo que, a su vez, nos permite controlar qué partes del cerebro “se encienden” cuando las personas toman decisiones financieras. Ya sabemos que el cerebro humano es una de las cosas más complejas que existen en el universo.
Dos sistemas cognitivos
Los psicólogos dividen nuestro pensamiento cognitivo en dos sistemas diferentes: el Sistema 1, que es la mente inconsciente de pensamiento rápido y está siempre en funcionamiento, y el Sistema 2, que es la mente deliberativa de pensamiento lento, actuando como un pasillo para el resto del cerebro; así, gran parte de la actividad neuronal del cerebro ocurre sin que seamos plenamente conscientes de ello.
De hecho, la mente consciente a menudo puede interponerse en cosas que la mente inconsciente sabe cómo hacer. Eso es algo intuitivo para muchos deportistas o músicos que practican un movimiento hasta el punto de que se convierte en automático, como el saque en el tenis, el swing en el golf o tocar un instrumento.
El cerebro contra el cerebro
El Sistema 1 de pensamiento rápido del cerebro es implacablemente eficiente, ya que casi siempre toma el camino que ofrece menos resistencia. Por ejemplo, si uno realmente quiere comer, buscará y encontrará comida a expensas de otras actividades. Este rasgo evolutivo les resultó muy útil a nuestros antepasados. Sin embargo, a la hora de invertir esta preferencia por la opción que ofrece menos resistencia generalmente es mucho menos útil.
Entonces, realmente el trabajo del Sistema 2 ‐el consciente y calculador‐ es dar marcha atrás e intentar aprovechar más el cerebro inconsciente. Por ejemplo, sabemos que si empezamos una nueva afición o aprendemos una nueva habilidad, los cambios en el cerebro se aprecian en un escáner fMRI. Una forma de salir del camino de lo que genera menores resistencias es partir de la base de que existen muchas respuestas correctas para un problema, no solo una. Suponer que no existe más que una respuesta invita al cerebro inconsciente a atajar directamente hacia la solución, pero en situaciones de complejidad e incertidumbre, esa podría no ser la respuesta adecuada. En la inversión, esta idea puede adaptarse de forma que se piense en un abanico de posibles escenarios futuros, en lugar de intentar atar la estrategia de inversión a una única y rígida visión del mundo, donde equivocarse generalmente resulta mucho más caro.
¿Dónde están los inversores racionales?
La teoría financiera clásica se levantó sobre la presunción de que los inversores actuaban siempre racionalmente, pero este modelo no conseguía explicar muchos de los patrones inusuales que muestran los precios en los mercados financieros. El punto de partida de las finanzas conductuales es la observación de que los inversores no siempre son racionales en la práctica, y esa es una idea que los experimentos de la neurociencia también han ayudado a refrendar.
Ahora, los economistas están de acuerdo en que los inversores únicamente tienen una racionalidad acotada. Eso significa que la capacidad de los inversores para ser racionales está delimitada por la información que tienen a su disposición, la capacidad cognitiva de sus mentes para tomar una decisión (y la complejidad de la decisión a tomar) y el tiempo del que disponen para tomarla. A la vista de estas limitaciones, tenemos tendencia a tomar atajos cognitivos.
Las neurofinanzas revelan algunos hallazgos sorprendentes
Los experimentos de las neurofinanzas están ayudando a los investigadores a entender cómo las diferentes partes del cerebro participan en diferentes tareas. Por ejemplo, en 2005 Camelia Kuhnen y Brian Knutson usaron resonancias magnéticas funcionales para analizar el cerebro de personas que tenían que tomar decisiones financieras en las que intervenían dos acciones y un bono1. Su investigación demostró que algunas partes del cerebro (especialmente el nucleus accumbens) se activan ante la expectativa de una recompensa (léase ganancias financieras), mientras que otras partes del cerebro (sobre todo la ínsula) responden ante estímulos negativos, como la expectativa de sufrir un daño (léase pérdidas financieras).
La tecnología de imagen médica también ha contribuido a confirmar la idea de que las decisiones financieras a menudo se toman a partir de las emociones. Los estudios confirman que las elecciones que realizan las personas están influidas por las experiencias anteriores y siguen unos cursos delimitados. Las investigaciones con imágenes médicas confirman que existe un deseo de asumir más riesgos después de unas rachas iniciales de beneficios y pérdidas, como se observa en la mayor actividad que muestran los procesos que afectan al estado anímico del cerebro, junto con una reducción de la actividad relacionada con los procesos que influyen en la deliberación y la reflexión.
En otro experimento realizado por Trujillo y Knutson, se mostró a un grupo de sujetos una foto de una cara humana que podía expresar felicidad, temor o enfado. Los sujetos que vieron la cara feliz mostraron un 30% más de tolerancia al riesgo, mientras que las caras de enfado o temor, y he ahí lo interesante, animaban a los sujetos a elegir la “opción segura”2. Estos sorprendentes resultados sugieren que nuestro estado emocional puede tener una influencia mucho mayor sobre las decisiones financieras de lo que muchos de nosotros reconoceríamos.
En muchas situaciones de la vida real, no conseguimos acceder a información sobre las consecuencias de las elecciones que no hacemos, lo que probablemente sea positivo, pero no ocurre así en los mercados financieros. La información no solo se conoce, sino que está ampliamente accesible, y las inversiones que podríamos haber hecho generalmente nos las cruzamos cada vez que consultamos las páginas de la prensa económica y parecen decirnos “¡Mira qué ganancias podrías haber conseguido!”.
Además, sabemos que el córtex prefrontal es un área del cerebro que interviene en la evaluación de nuestras decisiones y el impacto de estas elecciones puede desencadenar potentes emociones. El neurobiólogo Antonio Damasio ha realizado varios estudios sobre la forma en que nuestra toma de decisiones se relaciona con los diferentes procesos emocionales del cerebro. Damasio descubrió que la actividad cerebral era diferente entre el arrepentimiento y la decepción, por ejemplo. El arrepentimiento es la emoción que sentimos cuando podemos comparar lo que hemos conseguido con lo que podríamos haber conseguido. La decepción es diferente: es la emoción que sentimos cuando no estamos contentos con los resultados obtenidos sin saber en realidad qué podría haber pasado si hubiéramos actuado de otro modo. Los sentimientos de arrepentimiento suelen ser más duraderos.
El descubrimiento interesante era que únicamente el arrepentimiento generaba una actividad significativa en el córtex orbitofrontal, y que la cantidad de actividad neuronal ligada al arrepentimiento depende de la diferencia entre las ganancias obtenidas y las no conseguidas. Así pues, si inviertes en una bolsa en detrimento de otra, y la otra sube más, experimentarás una sensación de arrepentimiento que irá en proporción a las ganancias adicionales que la otra alternativa haya generado.
Entonces, ¿qué nos dice todo esto? Que experimentar arrepentimiento está en la naturaleza humana, podríamos decir. Y así es, no estaríamos cometiendo ninguna equivocación, pero lo que hacemos después podría determinar si caemos en una trampa conductual muy común en la inversión: ¿Cedemos al sentimiento de arrepentimiento y vendemos pasados apenas unos meses la inversión que dedicamos tiempo a elegir para contratar esa inversión alternativa que, en nuestra opinión, se ha comportado mejor? Teniendo en cuenta que el objetivo es conseguir una buena rentabilidad en un horizonte temporal razonable, la idea de saltar del tren cada vez que una opción alternativa comienza a generar mejores resultados es una garantía casi total para conseguir peores resultados relativos después de descontar los costes de las transacciones. En última instancia, esta estrategia para evitar el arrepentimiento está condenada al fracaso y es el equivalente en el mundo de la inversión del perro que persigue su propia cola.
Lo que se necesita en esos momentos es rigor y paciencia, no dudar de uno mismo o dejarse llevar por el Sistema 2 y su pensamiento adicto a la “línea de menor resistencia”. Hace falta tiempo para que una buena decisión se convierta en una excelente. Aunque las neurofinanzas están elevando ciertamente nuestra comprensión sobre el papel del cerebro en la toma de decisiones, hacen falta más cosas para invertir con éxito. Como dijo Warren Buffet, “el éxito en la inversión no guarda correlación con el coeficiente intelectual; cuando se tiene una inteligencia normal, lo que se necesita es temperamento para controlar las ansias que meten a los demás en problemas”.
Artículo escrito por Nick Armet, director de Comunicación Corporativa en Fidelity Worldwide Investment.
- Kuhnen, Camelia M., y Knutson, Brian (2005). The Neural Basis of Financial Risk Taking. Neuron, vol. 47, 763‐770, septiembre de 2005.
- Trujillo, J., B. Knutson, M. P. Paulus, y P. Winkielman (2006). Taking Gambles at Face Value: Effects of Emotional Expressions on Risky Decisions. Documento de trabajo. http://www.gsb.stanford.edu/.