La pandemia asociada al Covid-19 tuvo un efecto transformador en muchos aspectos. Las autoridades monetarias inundaron de liquidez gran parte de las economías del mundo, dando rienda suelta a un proceso inflacionario que, lejos de ser transitorio, se ha transformado en un dolor de cabeza para los Bancos Centrales y gran parte de la población.
Los consumidores norteamericanos post pandemia salieron al mundo con un exceso de liquidez en sus cuentas corrientes y una mayor propensión hacia el consumo, en particular, de servicios. El resultado fue un fuerte estímulo a la actividad económica; y también presiones inflacionarias que no se veían hace 40 años, a niveles que se resisten a converger a la meta del Banco de la Reserva Federal (FED), su principal autoridad monetaria.
En este entorno de inflación elevada y persistente, hemos sido testigos de una nueva realidad de tasas de interés. La tasa del bono del Tesoro de 10 años llegó al 5,0% anual, niveles no vistos hace más de 15 años, previo a la Gran Crisis Financiera de 2008.
Hay diversos factores que estarían detrás de esta subida de tasas tan pronunciada, en particular en los plazos “más largos de la curva”. Una pregunta interesante de abordar es: ¿Son estos factores de carácter transitorio, o más bien permanente?
Los indicadores de productividad ligados al sector servicios en Estados Unidos han mostrado un dinamismo asombroso los últimos 3 años. Esto daría cuenta de un giro en la orientación del consumidor norteamericano hacia los servicios y experiencias – conciertos, espectáculos, viajes y restaurantes – todo esto directamente ligado al entretenimiento. Es aquí que podemos acuñar el término “funflation”, como la “inflación producto de la diversión”.
¿Llegó esta nueva tendencia para quedarse? O, ¿es un fenómeno estacional asociado a la época estival post-pandemia en el hemisferio norte? Con la liquidez en cuentas corrientes secándose, gran parte de los consumidores han recurrido al endeudamiento vía tarjetas de crédito, que muestran un nivel agregado de deuda por sobre USD 1 trillion [1] (millón de millones), cifra sin precedentes. Esto ya comenzó a presionar al alza las cifras de impagos (delinquencies) de este tipo de deuda, en especial entre la población joven.
La reanudación del pago de créditos estudiantiles en Estados Unidos a partir de este año dejaría menor espacio disponible para otros gastos, e iría en detrimento del ahorro y la compra de bienes durables, como automóviles y casas (vivienda), estos últimos ejemplos tradicionalmente asociados al crédito.
El aumento en las tasas de interés, evidentemente, encarece el acceso a este tipo de bienes. Evidencia concreta de ello es el nivel actual de asequibilidad a la compra de vivienda (el índice de Housing Affordability [2] en Estados Unidos, que se ubica en mínimos desde su creación, en el año 1989).
Cabe preguntarse entonces si los jóvenes de hoy – Generación Z, nativos digitales con tecnologías como internet y redes sociales – justificarían su mayor propensión hacia el consumo de servicios y experiencias, postergando el “sueño de la casa propia” que sus padres persiguieron con anhelo. Esto, sin duda, sería un cambio de paradigma importante en el equilibrio consumo/ahorro, con el consiguiente impacto en la tasa de interés, que sabemos, es el premio por postergar consumo presente.
Por ahora, veremos si a medida que el hemisferio norte entra en su temporada invernal, llega también un enfriamiento de la demanda por servicios que permita a la economía norteamericana concretar su tan ansiado “soft landing” o normalización, sin entrar en recesión.
[1] FRBNY Consumer Credit Panel/Equifax
[2] National Association of Realtors
Tribuna de opinión de Andrés Alcalde Sánchez, Client Portfolio Manager y Assistant Portfolio Manager de Estrategias USD de Compass.