Por muchos motivos, la crisis económica provocada por el COVID-19 puede sin duda calificarse como una de la más sorprendentes de la historia, aunque solo sea por el hecho de ser una crisis global que, a diferencia de la de 2008, afecta de lleno a la economía real e impacta a todos los países y a todo el conjunto de la sociedad.
Desde el punto de vista de su repercusión en los mercados financieros la crisis también está siendo peculiar. En las Bolsas se ha pasado, sin solución de continuidad, del mercado bajista más rápido e intenso de la historia en marzo ( caída de un 45% en poco más de un mes) al mercado alcista también más rápido e intenso de la historia en abril y mayo, con fortísimas alzas que, pese a los continuos datos económicos negativos, han llevado al índice Nasdaq a superar de nuevo los máximos históricos de todos los tiempos y al S&P a estar por encima del nivel en el que estaba a principios de año.
A la vista de esa evolución de los mercados financieros, cabe preguntarse si las alarmantes previsiones de los organismos multilaterales (FMI, OCDE, Banco Mundial,…) que pronostican la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, son realmente fiables. Si lo fuesen los mercados financieros no deberían estar en niveles tan altos.
La singularidad de la crisis se extiende también a lo sanitario. Lo que se presentó como una terrible pandemia empieza a desinflarse en los países que primero la padecieron, en los que, como sucede en España, hoy apenas hay ya contagios y prácticamente cero fallecimientos. Muchos expertos en salud dicen que no habrá una segunda oleada.
¿Ha sido todo un mal sueño? ¿Hemos despertado de la pesadilla? Tal vez, pero el mundo al que volveremos cuando pase la pandemia tampoco es tan idílico como algunos imaginan.
Además de los efectos en “cadena” que el confinamiento y la paralización de la economía tendrán sobre el consumo y la inversión, el mundo post Covid deberá enfrentarse a los problemas que había ya antes de la llegada del coronavirus. La desaceleración del crecimiento global era ya anterior a la epidemia, y también lo era la ralentización del comercio internacional (en 2019 el comercio internacional decreció por primera vez en once años) agravada por el conflicto entre China y EEUU. Los problemas de una Europa que no acaba de tener un marco institucional adecuado estaban ya ahí antes y no han desaparecido, a pesar del magnifico programa de estímulo presentado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
A esos problemas que, insisto, ya estaban ahí se une ahora la enorme deuda generada por todos los programas de estímulo puestos en marcha. Los Bancos Centrales y los Gobiernos han actuado con rapidez y contundencia, pero dejan un gigantesco volumen de deuda, que se une a la que ya existía, y que limita enormemente el crecimiento futuro.
En este escenario de casi segura contracción y de profunda transformación disruptiva, una transformación que no es nueva pero que el coronavirus ha acelerado y amplificado, la pregunta es cómo afronta Chile la situación. Como todos los países, Chile deberá hilar fino para superar un desafío sin precedentes como el generado por la pandemia, pero cuenta con algunos elementos positivos para salir del reto comparativamente mejor que otros países.
El primero es que el principal socio comercial de Chile es China/Asia, que es precisamente la zona del mundo más dinámica y la que va a salir (de hecho ya está saliendo) antes y mejor de la crisis que ninguna otra. El segundo es que disfruta de unos equilibrios macro económicos (deuda pública, posición financiera externa, cuentas exteriores,…) envidiables. El tercero es que dispone de una población joven y bien formada y de un marco jurídico e institucional sólido, aunque siempre mejorable.
Obviamente Chile también tiene asignaturas pendientes, como la economía informal, la desigualdad social, o un mayor desarrollo de los mercados financieros para canalizar los ingentes recursos de capital que van a ser necesarios en el mundo que viene, que es un mundo de eso que ahora se llama “reinvención”.
Creo que Chile puede superar esas asignaturas pendientes porque, una vez mas, en esta crisis ha aflorado otra de las virtudes de Chile , que es enfrentarse a los problemas con seriedad y con esfuerzo. Chile se ha tomado muy en serio la crisis y hace bien, porque, como ya he dicho, creo que es una crisis profunda, tanto en términos cuantitativos de contracción del PIB global como en términos cualitativos de transformación de la sociedad y de la economía. Afrontarla con todo el rigor que requiere es importante, y creo que el Gobierno y la sociedad chilena lo están haciendo así.