En Tokio, muchos estallaron de satisfacción al conocer que la ciudad había sido seleccionada para albergar los Juegos Olímpicos de 2020. Tras una candidatura fallida para 2016, Tokio ha batido a Madrid y Estambul como rivales, convirtiéndose en la primera ciudad asiática que albergará los Juegos en dos ocasiones.
Cuando Tokio fue sede de los Juegos Olímpicos de 1964 el evento resultó instrumental para el desarrollo económico de Japón y su reconstrucción. También sirvió como plataforma para meter al país de nuevo en la escena global (Su tren bala se inauguró una semana antes del evento, haciendo alarde de la capacidad tecnológica del país). Casi 50 años después, el tren “Shinkansen” continúa operando al más alto nivel global de seguridad y fiabilidad.
El triunfo de Tokio llega en un momento en que la economía nipona está dando muestras del éxito de las reformas conocidas como “Abenomics”. Al día siguiente del anuncio del Comité Olímpico, se publicó una revisión al alza del PIB del segundo trimestre desde el 2,6% hasta el 3,8%—con la inversión en capital doméstico como origen de los mejores datos. Otras estadísticas muestran que la deflación se está mitigando mientras los salarios van mejorando.
La candidatura de Tokio se ha caracterizado por sus moderado presupuesto, con más planes para renovar instalaciones existentes que para construir otras completamente nuevas. Tanto las infraestructuras de transporte y hoteleras están bien establecidas en la ciudad. Por tanto, aunque pueda haber un impacto positivo en el sentimiento de la población, el impacto económico directo de las Olimpiadas parece bastante limitado. Tokio ha planteado una estimación por la que las Olimpiadas representarán una inyección de unos 30.000 millones de dólares, que suponen apenas un 0,5% del PIB. En todo caso, creo que el impacto a largo plazo de los Juegos en el turismo no debe ignorarse.
El año pasado, 8,4 millones de turistas extranjeros visitaron Japón. Si bien es una de las cifras más altas de su historia, no le llega ni a la suela de los zapatos a China, con sus 58 millones de visitantes, o a EE.UU., que sumó 67 millones. La aportación del turismo al PIB nipón fue tan solo del 2,1%, mientras en Francia la contribución alcanzó un 3,8% y en Italia un 4,1%. A pesar del atractivo turístico del país, Japón adolece de estrategias promocionales adecuadas y el visitante potencial percibe que el país es un destino caro. En realidad, la prolongada deflación que ha sufrido el país y más recientemente, la debilidad del yen, sitúan a Japón a la par en precio que otros destinos vacacionales como Hong Kong y Singapur.
A medida que va aumentando la renta de las clases medias en Asia, el turismo en la región tenderá a aumentar. La atención mediática que proporcionarán los Juegos puede servir como catalizador para promocionar Tokio y Japón como destino vacacional. Dado que la infraestructura ya existe, y que el punto de partida es muy bajo, el impulso del turismo puede tener un impacto profundo en la economía nipona. Tokio ya reina como la capital mundial de la gastronomía si medimos según sus 323 estrellas Michelin. Ahora solo hace falta que venga más gente a comer.
Columna de opinión de Kenichi Amaki, Portfolio Manager de Matthews Asia
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