Entre las nuevas teorías de planificación financiera, se encuentra la de incluir el capital humano como un activo. Tradicionalmente, en procesos de diseño de portafolios de inversión, se tiene en cuenta únicamente la riqueza financiera, es decir, a la que se le puede poner un precio y un valor. Así, con los supuestos correctos de nivel de riesgo, de retornos de los mercados, de objetivos financieros y de variables como optimización tributaria, se mete todo en una bolsa y sale un portafolio de inversión.
Sin embargo, este modelo tradicional no tiene en cuenta una cosa: las personas más jóvenes, generalmente, tienen una riqueza financiera cercana a cero, pero tienen una riqueza productiva y de capacidad para trabajar, que es gigantesca. En el ciclo laboral, lo que se hace es que se generan ingresos con base en la capacidad de trabajo, se va ahorrando y se va construyendo patrimonio, el cual va a financiar necesidades futuras, como gastos de salud o de recreación en la etapa de jubilación. Es lógico pensar que la capacidad laboral y la productividad van decayendo: en la medida que vamos envejeciendo, podemos trabajar menos tiempo. Se quiera o no, desde la simple capacidad física, una persona de 70 años puede producir menos que una persona de 30 años —ojo, estoy hablando de la capacidad física, no de la habilidad intelectual ni de la experiencia adquirida con los años—, por lo cual esa disminución en la capacidad de generar ingresos con base en el trabajo puro se ve compensada con una riqueza financiera acumulada. Al llegar a los 90 años, tendremos casi que cero capacidad laboral, pero un capital financiero que nos soporte las necesidades; si no se tienen ese capital ahorrado, muy difícilmente una persona mayor podría salir a generar ingresos.
Las teorías desarrolladas por estudios como los de Ibbotsson dicen que el capital humano debe ser entendido como el valor presente de todos los ingresos que va a obtener una persona hasta el día de su muerte. Aunque esto es difícil de calcular, algunos supuestos sí llevarían a modelarlo financieramente: una persona promedio con mayor nivel de educación, probablemente genere mayores ingresos; una persona joven tendrá menores ingresos laborales que una persona alrededor de 50 años; una persona jubilada, es posible que tenga ingresos pensionales menores que una persona que aún se encuentra trabajando (comparando la pura pensión obligatoria vs el salario justo antes de pensión).
En vista de lo anterior, al poder asignarle un valor monetario al capital humano, se pueden tomar decisiones financieras importantes como: el valor de un seguro de vida, el riesgo que le imprimo al portafolio financiero, entre otras. Hablemos un poco del seguro: si el capital humano es el valor presente de todos los ingresos futuros, quiere decir que su valor máximo será, justo, en el momento inicial (o momento cero). En la medida que los años vayan pasando, el valor del capital humano irá cayendo. Esto quiere decir que si mi mayor activo es mi capacidad de trabajar, debo protegerla ante riesgos como la muerte o la incapacidad laboral. Así, son los jóvenes los que deben tener (contrario a lo que es el imaginario común), el mayor monto de un seguro de vida: finalmente, están protegiendo su mayor activo y su mayor patrimonio, que son ellos mismos.
Hay mucho más por decir en este tema, pero lo iremos abarcando próximamente.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la visión de Old Mutual sobre los temas tratados.
Opinión de Manuel García Ospina, gerente de la Escuela de Planeación financiera y comercial de Old Mutual.