El mundo entero está maravillado con el monto de las recientes operaciones que se han firmado en Silicon Valley. Muchas adquisiciones se centran sobre compañías de software que eran meros start ups hace unos años. Lo cierto es que California vive una nueva “Fiebre del Oro”. ¿Quién sabe cuál será la siguiente aplicación de software que se va a vender a uno de los gigantes de internet por miles de millones de dólares? Los sótanos y garajes de la zona están en ebullición, con equipos de programadores/entrepreneurs soñando con hacerse ricos.
Pero todas estas adquisiciones, ¿qué implicaciones tienen para los que invertimos en el mercado? La primera pregunta que debemos hacernos siempre debe ser fundamental. ¿Estas adquisiciones están añadiendo valor? Si la actividad de M&A va a lograr que mejoren los flujos de caja futuros de las empresas compradoras, todo será para bien. Sin embargo, éste no suele ser el caso.
Si bien muchos tipos de adquisiciones contribuyen a crear valor para el accionista, hay muchas otros que no. Algunas operaciones están diseñadas para agregar una línea de ingresos sobre una base de costes fijos. Estas transacciones, bien ejecutadas, proporcionan mejores márgenes y un mayor retorno de capital para los accionistas. Un ejemplo de estas transacciones es la integración horizontal — adquirir una empresa similar, en un negocio similar para quedarse con los ingresos sin duplicar los gastos.
Otro formato es el de la integración vertical — adquirir un proveedor para facilitar el control sobre la cadena de producción o distribución-. Por ejemplo, la adquisición de una red de ventas puede facilitar la vida a una empresa manufacturera, la adquisición de una extractora de petróleo por parte de una refinería sería otro ejemplo, o bien la adquisición de una empresa de medios de pago por parte de una tienda por internet, que le ayude a controlar el aspecto financiero de la venta de bienes y servicios online.
Un tercer tipo positivo de adquisición puede tener un objetivo de diversificación. Al igual que los inversores buscan un equilibrio en el riesgo de sus portafolios diversificando sus posiciones, las empresas pueden hacer lo mismo diversificando sus líneas de negocio. La adquisición de otra empresa puede ayudar a amortiguar los efectos del ciclo económico, o a regularizar los beneficios, puesto que un negocio puede hacerlo bien, mientras otro vive horas bajas.
Estas tres categorías de adquisiciones forman parte de lo que yo llamo “motivaciones legítimas para el M&A”. Pero, ¿cómo podemos detectar si las razones para comprar otra compañía no son tan válidas?
Primero hay que analizar qué ha motivado la adquisición. Cuando una empresa agota su crecimiento orgánico, o sufre un parón en su crecimiento interno, el equipo gestor puede verse tentado a salir fuera para comprar ese crecimiento. La literatura académica sugiere que adquirir crecimiento generalmente es sinónimo de sobrepagar y como consecuencia, destruir valor para el accionista.
Otras compañías hacen uso de las adquisiciones para expulsar a la competencia o evitar invertir en su propio negocio. En estos casos, el poco noble resultado es que el equipo gestor se enriquece, pero los accionistas no.
En segundo lugar, se debe analizar el precio que se está pagando por las adquisiciones. Durante un ciclo típico, el precio que se paga para comprar otra compañía conlleva una prima, que sirve para convencer a sus accionistas de que vendan su participación a la empresa compradora. Si echamos mano de nuevo a los estudios académicos, estos sugieren que en general el comprador paga demasiado, resultando en un disgusto para los accionistas de la empresa que compra. De media, la prima que se paga es un 30% o 40% superior al precio de mercado.
Los puntos citados son de utilidad para seleccionar compañías individuales.
Sin embargo, en un sentido más amplio, me gusta vigilar la actividad corporativa por ser un buen indicador adelantado de problemas en el mercado o bien de que nos estamos acercando a un pico del mismo. Mirando datos históricos, tanto los picos del mercado como las recesiones frecuentemente vienen precedidos por periodos de una actividad corporativa desenfrenada. En estos periodos de euforia, un 7% de las empresas cotizadas se ven envueltas en operaciones corporativas. En estos momentos, solo hay un 3% implicado.
Está claro que estamos asistiendo a algunas adquisiciones estelares en el mercado, especialmente en el mundo de la tecnología. El sector está en una carrera constante por acumular usuarios que se conviertan en ingresos por publicidad.
A pesar del precio desorbitado de estas operaciones, todavía no se percibe una oleada general de fusiones y adquisiciones en otros sectores. De hecho, el nivel de fusiones no llega ni siquiera a su media histórica. Respecto a los precios pagados, la prima media por adquisición excluyendo el sector tecnológico también esta por debajo de la media histórica.
Nos mantenemos alerta respecto a las tendencias corporativas. El tiempo dirá si los magnates tecnológicos de Silicon Valley están tomando decisiones acertadas con estas compras. Sin embargo, hasta que la moda no se generalice –y ya vemos algunos precios cuestionablemente altos en otros sectores del mercado como el energético y el de consumo discrecional y cíclico- no parece haber llegado el momento de preocuparse. La actividad corporativa va al alza, pero respecto a sus medias históricas todavía permanece alejada de la zona de riesgo.
Columna de opinión de James Swanson, estratega jefe de MFS