2022 ha sido excepcional en muchos sentidos que han definido un patrón de cambios sísmicos que afectarán el ecosistema de la inversión, no solo en 2023, sino en los años siguientes.
Destacamos tres tendencias prioritarias a nivel global: la desvinculación de China con Occidente, la subida de los tipos de interés como reacción al aumento de la inflación y la transición energética de los combustibles fósiles a las energías renovables.
Aunque ninguna de estas tendencias es nueva ni especialmente sorprendente, los acontecimientos de los últimos meses nos han dejado claro que se están transformando en cambios a más largo plazo, con ‘tentáculos’ que alcanzarán prácticamente todas las facetas del mundo financiero.
China sigue su propio camino
El carácter temporal o permanente de la gran divergencia entre China y los países occidentales ha sido una de las principales cuestiones para los mercados financieros en los últimos años. Tras el XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China celebrado en octubre 2022, en el que el Xi Jinping fue nombrado presidente en un tercer mandato sin precedentes, nos parece evidente que China sigue su propio camino.
De hecho, vemos que se está «desacoplando» de Estados Unidos y Europa, que a su vez se están convirtiendo en un frente unido o bloque. Esta disociación conlleva un proceso largo de varios años, pero, en nuestra opinión, apunta hacia un alejamiento de la globalización.
Y esta situación plantea dos cuestiones importantes para los inversores. En primer lugar, ¿cuál será el impacto en el crecimiento mundial? Aunque la economía china se ha ralentizado, ha sido uno de los principales contribuyentes del crecimiento del PIB mundial durante décadas. En segundo lugar, ¿qué ocurrirá con las cadenas de suministro? Si las economías se localizan, algunos países podrían salir beneficiados: por ejemplo, México, y una serie de países que ocupan una posición entre China y Occidente, como India y Vietnam.
Tipos de interés más altos: nuevas normas
Con la inflación obstinadamente persistente, los bancos centrales siguen subiendo tipos y los mercados financieros especulan sobre cuándo dejarán de hacerlo. Pero el sistema financiero ya está sufriendo las dramáticas consecuencias de los tipos altos.
El impacto inmediato se puede ver en el aumento del coste de los préstamos. El tipo LIBOR a tres meses en Estados Unidos, por ejemplo, se disparó de casi cero a más del 4% en 2022. En pocas palabras, el coste del capital ha subido, pero después de más de una década de tipos de interés históricamente bajos, la conclusión clara que podemos extraer es que el dinero ya no es gratis. Por otro lado, unos tipos de interés más altos significan mayores rendimientos para los inversores. En el futuro, es probable que surjan nuevas alternativas atractivas a la renta variable y otros productos de riesgo. Es una buena noticia para muchos inversores.
Pero la gran pregunta persiste: ¿serán los tipos más altos la nueva normalidad o se trata de un parpadeo temporal? En nuestra opinión, las cifras apuntan a lo primero. Si la inflación estadounidense comienza a descender y alcanza el 2%-4% a lo largo del ciclo, lo que parece una hipótesis razonable, y si la Reserva Federal de EE.UU. aumenta los tipos de interés, un 5% o superior podría convertirse en la nueva normalidad. Aunque se trata de un salto significativo con respecto a hace un año, creemos que es importante poner los tipos en perspectiva: antes de la crisis financiera mundial de 2008, solían situarse en estos niveles o más altos.
Transición energética: revolución y evolución
El debate sobre la crisis de la energía se ha centrado en las innumerables consecuencias de la invasión rusa en Ucrania. De hecho, la guerra ha contribuido a impulsar la inflación de los precios de los alimentos y la energía, provocando subidas de tipos mayores de lo previsto. También ha cambiado la trayectoria de la transición energética.
A pesar de los avances tecnológicos de los últimos años, las energías renovables eólica, solar, el hidrógeno y otras fuentes aún no se han extendido lo suficiente para llenar el vacío energético dejado por la pérdida de los combustibles fósiles rusos en Europa y Occidente. Se necesitará el petróleo, gas natural, energía nuclear y carbón durante más tiempo del previsto, lo que redefine y alarga la transición hacia una energía más limpia.
Para los inversores, tiene un impacto inmediato. Valorar estos cambios es muy complejo. Aunque el progreso puede ser inconsistente, la transición se está produciendo y creemos que todos los inversores deben estar preparados.
Para quienes buscan sacar provecho de la transición energética, los gestores de activos siguen desarrollando estrategias que invierten en empresas comprometidas, sobre todo en las que tratan de ayudar a la sociedad a mitigar el impacto del cambio climático. Para los inversores que prefieren no invertir directamente, entender la transición sigue siendo crucial porque tendrá efectos importantes en el coste del capital, en las valoraciones de las empresas y también en los rendimientos de la inversión. En nuestra opinión, algunas empresas y sin duda algunos activos se quedarán atrás y otros generarán beneficios sustanciales y crearán nuevas oportunidades multimillonarias.
Oportunidades inherentes al cambio
Al tiempo que vigilamos los riesgos con gran atención, también nos entusiasman las oportunidades inherentes al cambio. El impulso ha guiado los mercados durante algún tiempo, pero creemos que la inversión activa será crucial en los próximos años para navegar un mercado cada vez más complejo y en constante evolución.
Tribuna elaborada por Evan Russo, CEO de Lazard Asset Management.