Si el escenario actual que vive Brasil se pudiese comparar con un partido de tenis, el país tiene punto de quiebre, pero diferente a otros juegos en recientes años, esta vez es a favor. El partido puede ser de largo aliento, y en la cuenta aún le es desfavorable: se han perdido sets y es tiempo de remontar.
Una alternativa de estrategia a seguir puede ser esperar el error del rival haciendo lo justo y necesario para ganar, lo que hasta el momento ha sido el caso para obtener algunos puntos. De algún modo, el súper ciclo de commodities fue el ambiente propicio para lucir como un buen jugador sin hacer mucho. Mientras los beneficios fueron claros, el gobierno del Partido de los Trabajadores decidió consumir en lugar de invertir, y lo que se refiere a reformas estructurales, estuvo lejos de ser una prioridad. Mientras que, por un lado, se logró reducir la pobreza de forma importante con programas sociales como Bolsa Familia y Minha Casa Minha Vida, el país perdió competitividad. Se intentó de fortalecer sectores artificialmente, débiles de otra manera, introduciendo distorsiones a la economía que dejaron al sector privado contra la pared. Ello porque se fijaron precios (estableciendo niveles máximos de tasas internas de retorno para proyectos de infraestructura), se intervinieron sectores (siendo el de servicios el más afectado) y variables macro (la moneda) para controlar inflación. Como “guinda de la torta”, las compañías del estado (Petrobras, Banco do Brasil y Eletrobras, por citar algunas) se administraron (por decirlo propiamente) con estándares muy lejanos a lo deseable y favorable para los inversionistas minoritarios.
La otra alternativa se estrategia a seguir es “ir al ataque” y ganar por méritos propios. Y lo que el gobierno del presidente Temer (ya no más interino) ha demostrado en estos primeros meses son señales claras de que es ésta la que el gobierno actual quiere seguir. No sólo hay ideas distintas a los recientes gobiernos del Partido de los Trabajadores, sino que la actitud hacia el mercado es inclusiva y está siendo implementada por un grupo de técnicos, complementado por carisma político.
El diagnóstico es simple. El modelo de crecimiento basado en consumo está agotado (entre otras razones porque los niveles de deuda no permiten mas expansión). Lo que el país necesita es poner los incentivos correctos para que el sector privado, a través de mayor inversión, se convierta en un driver del crecimiento económico potencial de Brasil. Esto bajando y eventualmente eliminando las presiones inflacionarias, y mejorando la competitividad. Así, no es sorprendente ver índices de confianza mejorando. Hemos tenido en las últimas semanas más de cincuenta reuniones en Brasil con compañías de distintos sectores: i) regulados (que es donde se refleja la idea de “atacar”, principalmente en infraestructura y servicios), ii) estatales (hace tiempo no salíamos hablando del futuro y no del pasado, en nombres como Petrobras y Banco do Brasil) y iii) no regulados. ¿Cuál es la frase que más se escucha en Brasil? “Lo peor ya pasó…”
Mucho de esto está relativamente incorporado en los precios. Por ello, vale la pena preguntarse, ¿dónde está el upside? Primero, en el cumplimiento de la agenda del gobierno (siempre desafiante con un Congreso no siempre bien comportado), tanto en el área fiscal como en la reforma de pensiones, clave para ayudar a un re-rating de los precios de activos a través de menores tasas de descuento. Y, en segundo lugar, en la capacidad que tengan las compañías para aprovechar este momentum económico, que los encuentra con estructuras de costo más livianas, pero con balances menos flexibles que en la fase de expansión del ciclo anterior.
El rival en este partido pareciera ser el mismo Brasil, no sólo por la coyuntura local, sino por el escenario global, donde el mayor apetito por riesgo permite otorgarle al país el beneficio de la duda, aquel que perdió durante la última década.
Opinión de Rafael Mendoza Grendi, gestor del Latin American All Caps Equities Compass Group