En términos de política económica, la presidenta Dilma Rousseff no lo podría haber hecho peor durante los últimos seis años. Aún así, habría sido mejor si no se hubiera iniciado un proceso para su destitución. Las probabilidades de reforma habrían permanecido casi nulas y quizás habría habido una crisis crediticia, pero a largo plazo esto hubiera sido menos dañino que la destitución. Brasil podría haber comenzado de nuevo tras las elecciones de 2018, con un gobierno elegido democráticamente y con las reformas necesarias.
Ahora el país cuenta con un nuevo gobierno que ha ganado el poder indebidamente y tiene poco apoyo de la población. Y aun así, este gobierno llevará a cabo drásticas medidas que afectarán a la mayoría de brasileños. Bajo el pretexto de una lucha legítima contra la corrupción, Dilma –contra quien no se ha encontrado ninguna evidencia de soborno o malversación de fondos públicos– ha sido destituida por hombres que están acusados de corrupción. Todo esto parece ser una receta para la inestabilidad política y, sobre todo, el malestar social. La democracia joven de Brasil queda firmemente sujeta a prueba en una crisis existencial que probablemente no ha llegado a su punto culminante.
Los mercados financieros tienen una visión muy diferente de la crisis brasileña. Los inversores tienen un horizonte a corto plazo. Las únicas cosas que son realmente relevantes en este momento son las perspectivas de la reforma y la austeridad. La composición del gobierno interino de Michel Temer y los anuncios de medidas económicas proporcionan mucha confianza, sobre todo entre los inversores brasileños, que se tomarán acciones inmediatas para controlar el déficit presupuestario, restablecer el clima de confianza en los negocios y la inversión y así poner fin a la recesión. Es cuestionable si el nuevo gobierno será capaz de implementar las reformas rápidamente.
Muchas cosas siguen sin estar claras: las intenciones de Temer y de su equipo que realmente quieren resolver los problemas principales o dan prioridad a asegurar contratos y posiciones políticas para sus amistades, el tiempo con el que contará Temer antes de que él también se sea sometido a juicio político (el nuevo Presidente ya ha sido acusado de fraude electoral y corrupción), y en qué medida la principal amenaza de disturbios sociales tendrá un impacto en la efectividad del gobierno.
Mientras tanto, persiste la recesión. La tasa de desempleo ha aumentado rápidamente por encima del 10%. Muchas familias brasileñas tienen serios problemas financieros ya que no pueden pagar sus deudas. Las empresas son reacias a invertir, no sólo debido a la recesión o porque el crédito es difícil de obtener, sino también por la incertidumbre política. No sólo es incierto el tiempo que este gobierno permanecerá en el poder y lo que hará, sino también quien saldrá electo como presidente en 2018. Los miembros más renombrados de los grandes partidos políticos son sospechosos de participar en los numerosos escándalos de corrupción que actualmente se están investigando. Esto significa que la elección de un extraño, alguien de fuera de la clase política, como presidente es una posibilidad real. Para la elite de los negocios brasileños, esto es un pensamiento inquietante que no fomenta la disposición a invertir.
Maarten-Jan Bakkum, estratega senior de Mercados Emergentes en NN Investment Partners.