La deuda de mercados emergentes es una de las clases de activos más amplias y líquidas del mundo. Su capitalización de mercado se estima en 11,6 billones de dólares, de los que un 72% serían bonos soberanos emitidos en moneda local (a 31 de diciembre de 2018).
El índice JP Morgan GBI Emerging Market Global Diversified, que abarca deuda soberana en moneda local de 19 países en desarrollo, ofrece una rentabilidad media al vencimiento del 6,1%, una cifra bastante más atractiva que la que ofrecen los bonos gubernamentales de mercados desarrollados.
Por otra parte, la calidad crediticia media de los instrumentos que componen el índice es de BBB, lo que convierte a la deuda de mercados emergentes en la única clase de activo tradicional que ofrece unas rentabilidades elevadas en términos relativos y calidad grado de inversión.
Los fundamentales de las economías de los mercados emergentes han mejorado considerablemente en los últimos 30 años. En muchos casos, los gobiernos han endurecido los controles regulatorios y financieros, han adoptado políticas monetarias convencionales y han acometido reformas fiscales. Además, estas economías se ven respaldadas por el crecimiento de la clase media.
El crecimiento está en los mercados emergentes. Según el Fondo Monetario Internacional, las economías en desarrollo representarán un 63% del PIB mundial en términos de paridad de poder adquisitivo en 2023.
Los emisores de bonos emergentes vienen registrando tasas de impago consistentemente más bajas que los de los desarrollados. De hecho, un análisis de las rentabilidades históricas revela que los bonos emergentes en moneda local han registrado una volatilidad media del 7,3% frente al 12,8% de las acciones.
Aun así, y pese a los generosos diferenciales que ofrece respecto a los treasuries estadounidenses y al bajo riesgo de impago, los inversores continúan infraponderados en deuda emergente: la asignación media es del 5% para una clase de activo que concentra el 25% de todos los títulos de deuda mundial.
Fuente de diversificación
La estabilización de sus economías ha permitido que los mercados emergentes puedan emitir con más frecuencia bonos en moneda local, lo que puede contribuir a reducir la exposición a los shocks externos.
Nosotros no cubrimos nuestra exposición a divisas. Esta es una de las principales características de la prima de riesgo que intentamos capturar. Sin embargo, no queremos estar fuertemente infraponderados por defecto en la moneda de cuenta del fondo. Por eso usamos contratos a plazo de divisas para financiar esta posición con una cesta de seis divisas de mercados desarrollados (AUD, NZD, CAD, NOK, SEK, GBP) seleccionadas por su sensibilidad a las condiciones económicas, a los precios de las materias primas y a las vulnerabilidades de su deuda.
De esta forma logramos moderar la volatilidad de las rentabilidades y reforzar los beneficios que aporta el activo en términos de diversificación sin que las rentabilidades esperadas se vean muy afectadas.
La expansión cuantitativa puesta en marcha por los mercados desarrollados como respuesta a la crisis de 2008 provocó burbujas en los precios de los activos que acabarán explotando antes o después. Como inversores en multiactivos, nuestro énfasis en la diversificación nos lleva a invertir en activos que muestren la menor correlación posible con los mercados desarrollados.
El índice JP Morgan GBI Emerging Market Global Diversified incluye emisiones de 19 países de mercados emergentes, lo que representa un amplio conjunto de oportunidades para diversificar por región, tipos de interés y divisa.
Perspectivas alentadoras
El año pasado fue complicado para las economías emergentes, que se enfrentaron a las subidas de los tipos estadounidenses, la apreciación del dólar o el deterioro de las expectativas de crecimiento mundial, además de los problemas específicos que afectaron a países como Turquía, Argentina, Rusia y Sudáfrica.
A pesar de todo, el índice logró generar un 1,3% negativo en el conjunto del año y una rentabilidad positiva en el cuarto trimestre de 2018, cuando las bolsas mundiales sufrieron fuertes correcciones. Esta situación puso de relieve, una vez más, la resiliencia y la independencia de la clase de activo.
Desde entonces, la Fed ha indicado que el próximo movimiento de los tipos estadounidenses podría ser al alza o a la baja, lo que sugiere que ha normalizado en gran medida su política monetaria. Este giro debería resultar positivo para los emergentes.
La desaceleración del crecimiento estadounidense implica que el diferencial de rentabilidad con los mercados emergentes debería empezar a ampliarse. Si el ciclo de subidas de la Fed ha terminado, varios bancos centrales emergentes podrán rebajar sus tipos, lo que incrementa el valor para los tenedores de bonos.
A medida que la inflación se vaya reduciendo, las autoridades podrán recortar sus tipos de interés para estimular el crecimiento económico, algo que esperamos que ocurra en México, Indonesia y Filipinas.
Obviamente, el riesgo de divisa es algo que preocupa a los inversores, pese a que las de mercados emergentes están infravaloradas en términos históricos. Además, tenemos motivos para pensar que el dólar se mantendrá estable este año.
Normalmente, la ampliación del diferencial de crecimiento entre las economías emergentes y desarrolladas es una señal alcista para las divisas de estos últimos. Algunos de los mercados en desarrollo que sufrieron el año pasado, como Argentina y Turquía, vuelven a experimentar tensiones este año. No obstante, el robusto carry que ofrecen estos mercados implica que los inversores no dependen necesariamente de que estas divisas se aprecien para obtener unas rentabilidades atractivas.
Tribuna de Mike Brooks, responsable de multiactivos diversificados en Aberdeen Standard Investments