Los principales índices estadounidenses han comenzado con dudas este ejercicio. Los ratios financieros y bursátiles son ahora más exigentes después del buen desempeño de las acciones en los últimos años. El control de la inflación, otro de los telones de Aquiles actuales de la economía norteamericana, se resiste, lo que dificulta recortes más profundos de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal (Fed).
Pese a todo, los servicios de estudio mantienen sus buenas previsiones sobre la evolución de la economía, con un paro en niveles bajos y una actividad en crecimiento. El propio FMI en sus últimas previsiones estimaba un avance del PIB del 2,7% este año, aunque en las últimas semanas se ha revisado algo a la baja esta cifra por otras entidades o instituciones, que sin embargo recogen aún incrementos importantes y muy por encima de la UE o la eurozona.
Otro punto a tener en cuenta es que, en líneas generales, las bolsas están algo sobrevaloradas, sobre todo en los países desarrollados. Venimos de una época reciente de grandes impulsos monetarios por parte no sólo de los bancos centrales, sino también de los gobiernos, que arrastran déficits importantes que no pueden alargarse eternamente. En Estados Unidos, tanto la Reserva Federal como la administración Trump, son conscientes de ello y trabajan para frenar esos estímulos monetarios y equilibrar el presupuesto, mientras esperan que el sector privado tome el relevo como motor del crecimiento.
A pesar de todo, yo no apostaría en contra de la bolsa estadounidense, aunque sí que me aproximaría a ella de manera diferente en los próximos años. El S&P arrastra una década prodigiosa en la que sólo ha cerrado tres años en negativo y ha más que doblado su valor en este periodo. Si bien superar al índice de referencia nunca es fácil, sí que ha sido muy asequible obtener rendimientos importantes en estos años invirtiendo en renta variable estadounidense a través de ETFs o fondos indexados, por ejemplo. Todo ello en un momento en que el mercado se ha concentrado en unos pocos valores que han ejercido de guía y motor en una época disruptiva y de cambios acelerados.
En el futuro no será así y, si queremos obtener rentabilidades destacadas, tendremos que ser más selectivos. No servirá seguir a la manada e invertir en grandes índices o fondos: tendremos que descubrir aquellas joyas que nos aporten un plus diferencial y que permitan elevar los rendimientos de nuestra cartera. Aplicado al mercado de 2025, esta estrategia inversora implica encontrar empresas con altas barreras de entrada, poca competencia y un producto único. Fácil decirlo, no tanto hallarlo y, mucho menos, a un precio razonable, que no necesariamente barato, que permita un recorrido al alza importante para el inversor.
Aunque este tipo de empresas se encuentran por todo el mundo, en Estados Unidos hay una mayor proporción. Su dinamismo económico, su apuesta por la innovación y una elevada concentración de capitales facilita el desarrollo de corporaciones con estas características en su mercado, aunque luego sean compañías globales que llevan sus productos y servicios por todo el mundo e, incluso, fundadas y desarrolladas en sus primeras etapas en otros países.
El mercado estadounidense ha generado cuantiosos beneficios a los inversores en el pasado. No tengo dudas que en el futuro seguirá siendo así, pero para aquellos inversores que busquen rendimientos consistentes e importantes, por encima de los índices tradicionales, deberán acercarse a la renta variable de una manera mucha más selectiva que la de los últimos años.