Pocas citas están más consagradas en el folclore electoral estadounidense que el “es la economía, estúpido”, de James Carville. Como estratega en la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, Carville exhortaba a sus compatriotas demócratas a concentrarse sin tregua en la recesión que había estallado bajo el mandato del entonces presidente republicano George H.W. Bush. Su consejo surtió efecto, y Clinton ganó cómodamente las elecciones.
Carville sabía que la percepción de la economía a ojos de los votantes era muy a menudo el tema en torno al cual giraban los comicios presidenciales. Tres décadas más tarde, las cosas siguen básicamente igual: las elecciones de noviembre se están perfilando en gran medida como un referéndum sobre la gestión económica de la actual administración.
Esta vez, no obstante, el tema de la competencia económica no se está analizando en base a indicadores amplios de vigor económico como el PIB, sino a través de la lente del consumidor. Ambos candidatos han colocado esta cuestión en el centro de sus campañas, Kamala Harris prometiendo abordar la “especulación de precios”, y Donald Trump comprometiéndose a poner fin a la “pesadilla” de inflación en el país. Aunque las soluciones que proponen son distintas, Harris y Trump comparten la creencia de que el consumidor estadounidense pasa por tiempos difíciles.
La visión sobre el terreno
Pero, ¿cómo contrasta la realidad frente a la retórica política? El reciente flujo de noticias ha ofrecido señales contradictorias. Los mensajes de cautela de varias cadenas omnipresentes en las calles estadounidenses han dado paso a un informe sólido de ventas minoristas y a buenas cifras de Walmart, el barómetro del sector. Esto tranquilizó a unos inversores con los nervios a flor de piel.
Pese a la bienvenida con la que se recibieron estos datos, no obstante, las dudas en torno a la salud del consumidor estadounidense no han desaparecido: existen señales claras de que la gente se está volviendo más selectiva a la hora de gastar dinero. Esto no sorprende tras un periodo sostenido de tipos de interés e inflación elevados, pero lo que no está tan claro es en qué medida tiene lugar y si ello augura un deterioro más fundamental de la demanda.
¿Qué nos cuentan las empresas?
En los últimos meses y semanas, los equipos directivos de múltiples empresas han compartido con nosotros un abanico de perspectivas, algunas notablemente más cautas que otras. En general, no obstante, lo que hemos escuchado nos ha tranquilizado. Algunas de ellas, como TJX Companies y Costco, han visto pocas señales de fatiga del consumidor por ahora, mientras que otras están experimentando cierta ralentización. En varios casos, creemos que esto representa un enfriamiento de unas tasas de crecimiento pospandemia probablemente insostenibles a largo plazo.
Un buen ejemplo es O’Reilly Automotive, uno de los mayores minoristas especializados en componentes y equipamiento para automoción de Estados Unidos, que vende tanto a particulares como a instaladores profesionales. Cuando hablamos con la empresa en junio, su equipo directivo llamó a la cautela en torno a la actividad de consumo, destacando el efecto de la inflación sobre los clientes de rentas bajas (un comentario frecuente en nuestras conversaciones recientes con empresas). Esto se vio reflejado en resultados peores de lo esperado en el segundo trimestre y en la revisión a la baja de las previsiones para la totalidad del ejercicio.
Desde una perspectiva más a largo plazo, sin embargo, lo que estamos viendo es un retorno de las ventas a la normalidad tras cuatro años de crecimiento superior a la tendencia. Durante la pandemia, O’Reilly aprovechó su impresionante red de distribución y sus capacidades de gestión de existencias para capturar negocio de operadores menos sofisticados y elevar de esta manera su cuota de mercado. Además, la compañía supo impulsar su rentabilidad gracias a su capacidad para repercutir los mayores niveles de inflación de costes a sus clientes. A medida que estos vientos de popa han amainado, su crecimiento ha disminuido, como era de esperar. No obstante, la narrativa a largo plazo para la empresa sigue siendo sólida, basada en ventajas competitivas difíciles de reproducir.
Booking Holdings está experimentando un entorno similar de “normalización” inmediata. La agencia de viajes online publicó resultados impresionantes correspondientes al segundo trimestre, pero lo que llamó la atención de los inversores fue su previsión más prudente de cara al tercero. Su dirección atribuyó gran parte de ello a una ventana de contratación más corta (el intervalo de tiempo entre la reserva y el viaje) y los menores precios de los vuelos, mencionando asimismo indicios de que el consumidor estadounidense está bajando por el espectro de calidad en áreas como el alojamiento.
Si bien el mercado recibió negativamente esta previsión, vale la pena recordar que Booking fue una de las principales beneficiarias del “turismo de venganza”, el boom vacacional que tuvo lugar tras la relajación de las restricciones por COVID. Incluso en 2022, cuando ciertas regiones todavía limitaban los viajes, la empresa registraba niveles récord de ingresos, superando cómodamente los previos a la pandemia. Este auge podría estar perdiendo fuelle, pero aún se trata de una empresa que prevé un crecimiento interanual de ingresos del 7% en 2024 .
De manera similar, LVMH está viendo moderarse su crecimiento de ventas tras una racha muy fuerte en los últimos años. En parte, esto obedece a una actitud más cauta del cliente “aspiracional” en Estados Unidos, definido por McKinsey como aquél que compra como mínimo un artículo de lujo al año y se gasta de 3000 a 10.000 dólares en moda cada año. En otras palabras, no el 1% más rico, sino el 10% siguiente. La dirección del grupo lo atribuye al impacto de la inflación y prevé que la demanda se recuperará, pero de manera gradual.
Está claro que los tipos de interés y la inflación acabarían afectando a las ventas de artículos de lujo tarde o temprano, al igual que el agotamiento del ahorro acumulado por los hogares durante la pandemia. Según estimaciones del Banco de la Reserva Federal de San Francisco, el saldo total de ahorro en Estados Unidos ha pasado de un punto álgido de 2,1 billones de dólares en agosto de 2021 a -72 millones en marzo de este año . ¡Esos cheques de estímulo no iban a durar para siempre!
No obstante, las compañías de lujo que están pasando más apuros son las situadas en tramos inferiores del espectro de exclusividad, con mucho menos caché que las casas prestigiosas bajo el paraguas LVMH. Cuando ese 10% tenga suficiente confianza como para reanudar su gasto en bienes de lujo, Louis Vuitton, Dior, Bulgari, Berluti, etc. deberían figurar entre las marcas por las que se decantan.
Concentración en el largo plazo
La salud del consumidor ha sido un tema habitual en nuestras discusiones de análisis en los últimos meses, y a pesar de nuestro optimismo de cara al futuro, no destacamos una nueva moderación del gasto en el corto plazo. De materializarse tal escenario, los inversores deberían permanecer atentos a cualquier indicio de que el apretón del cinturón esté afectando de manera significativa a los fundamentales de las empresas. Probablemente, las mejor situadas para superar periodos de este tipo mostrarán características comunes:
- Marcas sólidas.
- Posiciones de liderazgo en sus respectivas áreas de actividad.
- Productos y servicios genuinamente diferenciados.
Aunque los ciclos y obstáculos a corto son inevitables, estos atributos deberían potenciar su capacidad para navegar cualquier periodo complicado y aportar rentabilidad a largo plazo.
A este último respecto, cedemos la palabra al consejero delegado de Booking Holdings Glenn Fogel, cuyos comentarios en una reunión reciente expresaron muy bien nuestra firme creencia en ver más allá del ruido y permanecer concentrados en el largo plazo: “Seremos testigos de volatilidad, de variaciones… de acontecimientos macro capaces de influir sobre un trimestre, una semana o un día. Pero a largo plazo, seguiremos desarrollando lo que llevamos mucho tiempo tratando de desarrollar, que es un mejor servicio”.
Más información en BNY Investments.
Columna de Ashley-Jane Kyle, gestora en Walter Scott
BNY Mellon Investment Management EMEA Limited (BNYMIM EMEA), BNY Mellon Fund Management (Luxembourg) S.A. (BNY MFML) o las compañías afiliadas de operación de fondos nombran a las gestoras de inversiones para que asuman actividades de gestión de carteras en el marco de contratos relativos a productos y servicios celebrados entre clientes y BNYMIM EMEA, BNY MFML o los fondos BNY Mellon.
El valor de las inversiones puede caer. Los inversores podrían no recuperar la suma invertida.