La masa de agua salada de los océanos cubre más del 70% de nuestro planeta y contiene aproximadamente el 97% de nuestro suministro total de agua. Produce al menos el 50% de nuestro oxígeno y absorbe más de un tercio de las emisiones mundiales de CO2. Alberga además la mayor parte de la biodiversidad de la Tierra, regula nuestro clima y alimenta a miles de millones de personas.
También es clave para nuestra economía, ya que genera 2,5 billones de dólares de valor económico al año, mientras que se espera que para 2030 haya unos 40 millones de personas empleadas en las industrias relacionadas con los ecosistemas marinos.
La salud de los océanos es, por tanto, una cuestión muy interrelacionada, por lo que cualquier amenaza que se cierna sobre ellos tiene amplias consecuencias para las personas y el planeta. Y ese es precisamente el problema: nuestros océanos están en crisis. Debemos detener las actividades perjudiciales y proteger y restaurar urgentemente los ecosistemas marinos para garantizar un futuro sostenible para todos. El Objetivo de Desarrollo Sostenible número 14 de la ONU -la vida submarina- es el que está vinculado más directamente a este problema, pero también hay otros, desde el hambre cero, hasta la salud y el bienestar, pasando por la acción por el clima.
La sobrepesca, la contaminación por plásticos, la polución atmosférica, la caza de ballenas, las perforaciones y la minería, los vertidos de petróleo, así como de aguas residuales y residuos agrícolas, son sólo algunas de las actividades humanas destructivas que tienen un impacto negativo directo en nuestros océanos, al amenazar a las poblaciones de animales salvajes y alterar ecosistemas enteros. El aumento de los gases de efecto invernadero está provocando la subida del nivel del mar y de la temperatura de su superficie, así como una mayor acidificación y desoxigenación.
La pesca no es intrínsecamente mala para el océano. Pero la sobrepesca (un ritmo de captura que no permite reponerse a las poblaciones) es uno de los principales factores de la disminución de las reservas de fauna oceánica. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación calcula que algo más de un tercio de las existencias de peces están explotadas hasta su máxima capacidad o sobreexplotadas. Por otra parte, la pesca de arrastre (el barrido del fondo marino con pesadas redes para capturar grandes cantidades de peces) es extremadamente perjudicial para los hábitats naturales, y las capturas accidentales (de animales marinos no deseados mientras se pesca otra especie) provocan la pérdida innecesaria de miles de millones de especies, muchas de ellas en peligro de extinción y protegidas.
La sobrepesca es también un problema social: amenaza la seguridad alimentaria y económica. El marisco es una fuente vital de proteínas para miles de millones de personas, y la demanda va en aumento. Asimismo, la pesca es el principal medio de vida de millones de personas. La creciente demanda, combinada con la sobrepesca, significa que más dietas alimenticias, negocios y empleos dependen de unas poblaciones cada vez más mermadas. Por tanto, el trabajo de las comunidades pesqueras locales es cada vez más duro, requiere más inversión de tiempo y da menores ingresos. Además, deben competir con los enormes buques extranjeros subvencionados que se utilizan para satisfacer la creciente demanda mundial. Se calcula que miles de millones de dólares de financiación gubernamental apoyan anualmente las actividades pesqueras ilegales que roban recursos y seguridad a las comunidades costeras.
La crisis de los océanos puede parecer abrumadora, y la intención de este artículo no es asustar, sino presentar el problema antes de explicar que ya existen soluciones.
En la actualidad, sólo entre el 2% y el 6% del océano está clasificado como Área Marina Protegida. El gobierno del Reino Unido ha puesto en marcha la Alianza Mundial por los Océanos, junto con otros 42 países miembros, para pedir que al menos el 30% del océano esté en áreas marinas protegidas para 2030. Pero no sólo los gobiernos tienen un importante papel que desempeñar en la protección y restauración del océano, sino también los inversores.
Nuestro sector puede impulsar un cambio positivo invirtiendo en empresas que creen soluciones sostenibles para la salud de los océanos, como las que promueven la economía circular y el abandono de los plásticos de un solo uso, la gestión de residuos o las prácticas pesqueras sostenibles. Los inversores también deben comprometerse con las empresas para que adapten sus modelos de negocio para apoyar los ecosistemas marinos.
Los océanos han cuidado de nosotros durante siglos y, por lo tanto, un entorno marino saludable es vital para la salud de nuestro planeta y de todos los que viven en él. Pero, a pesar de que algunas comunidades e individuos llevan mucho tiempo haciendo campaña para proteger nuestros océanos, estos planteamientos se están abriendo paso en el debate público con demasiada lentitud.
Los gobiernos, las empresas y los inversores deben abordar urgentemente la crisis de los océanos y utilizar su influencia para lograr un cambio real y positivo. No podemos cumplir la Agenda para el Desarrollo Sostenible 2030 de las Naciones Unidas sin encontrar una forma justa y equitativa de proteger y restaurar nuestros océanos.
Columna de Emma Lupton, vicepresidenta del equipo de Inversión Responsable en BMO Global AM
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