En apenas seis meses, el 2020 se ha convertido en un año récord en cuanto a desastres naturales se refiere. Los devastadores incendios forestales australianos de enero, que batieron récords de calor; la plaga de langostas más dañina en 70 años en partes de África oriental; un súper ciclón en el Golfo de Bengala; y la peor sequía en siglos en Europa central.
Sin embargo, el más dañino de todos estos desastres ha sido el COVID-19, consecuencia de nuestro contacto cada vez más estrecho con ecosistemas hasta ahora remotos. La pandemia ha revelado la masiva e impredecible interconexión entre la naturaleza y las economías mundiales.
Los daños a los ecosistemas de todo el mundo y la consiguiente pérdida en la biodiversidad, han recibido menos atención que otros desafíos en materia de sostenibilidad: el cambio climático, la contaminación, la pobreza y los conflictos entre países. Sin embargo, la crisis de la biodiversidad es un riesgo directo para la humanidad. Es difícil de cuantificar dada la heterogeneidad de los ecosistemas, y es muy difícil de resolver. Sin embargo, lo que es seguro es que no hemos encontrado una forma de seguir creciendo y desarrollándonos que interactúe con el mundo natural de manera sostenible.
Los efectos de la acción humana sobre el mundo natural son profundamente perjudiciales: deforestación, degradación de la tierra, contaminación del agua, el aire y el suelo, caza y recolección, y cambio climático. A medida que nuestra población aumenta y nuestra búsqueda de crecimiento económico continúa, la amenaza se intensifica. Entre 1970 y 2014 perdimos un promedio del 60% de la población de especies vertebradas. Tres cuartas partes de la tierra han sido “severamente alteradas” por las acciones humanas, así como dos tercios del medio ambiente marino. Además, se calcula que alrededor de un millón de especies están en peligro si no hacemos nada.
Nuestra dependencia respecto a la biodiversidad para la alimentación, las materias primas, la medicina y la regulación del clima hace que esta tendencia sea extremadamente preocupante. Alrededor del 70% de los medicamentos contra el cáncer son orgánicos o derivados de productos naturales, por ejemplo: la producción de más del 75% de los tipos de cultivos alimentarios mundiales depende de la polinización animal. En términos económicos, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) estima que el coste de la inacción en el declive de los ecosistemas es de 9,87 billones de dólares estadounidenses para el período 2011-2050.
Al igual que otros muchos desafíos del desarrollo sostenible, la protección y la restauración de la biodiversidad sigue siendo extremadamente compleja, para los inversores, los legisladores y las comunidades de todo el mundo. Por lo tanto, tal vez existe el riesgo, a medida que las autoridades y las empresas se centran en hacer frente a la crisis del COVID-19, con el consiguiente aumento de las deudas, los daños en los balances y la debilidad de los beneficios, de que estas cuestiones de sostenibilidad pasen a un segundo plano.
Sin embargo, mientras tratamos de recuperarnos de la actual crisis social, económica y ambiental, tenemos la oportunidad de integrar una respuesta urgente y considerable a la crisis de la biodiversidad a nivel sistemático y mundial. En este sentido, consideramos que los inversores pueden tomar la delantera mediante tres vías clave.
En primer lugar, pueden apoyar la elaboración de una metodología sólida para medir la pérdida, conservación y mejora de la biodiversidad. Un mayor número de datos permitirá medir los riesgos para la biodiversidad y permitirá a los mercados integrarlos en la valoración.
En segundo lugar, los inversores pueden asignar activos a empresas que operan de forma sostenible desde el punto de vista ambiental y que desarrollan una tecnología positiva para la biodiversidad. Los análisis realizados indican que esas empresas han tenido un rendimiento superior en los últimos años.
Y en tercer lugar, las empresas de gestión de activos deberían incorporar la protección de la biodiversidad en el centro de su enfoque de la inversión responsable mediante la participación de los emisores, el voto por delegación y la divulgación de información.
En todo caso, la pandemia debería acelerar el enfoque en la inversión sostenible, en lugar de desviarlo. Mientras los gobiernos luchan contra el problema actual, los inversores pueden dar un paso adelante y desempeñar un papel fundamental, con posibles beneficios a largo plazo para ellos mismos, y para el planeta en su conjunto.
Columna de Ashim Paun, co-responsable de Global ESG Research en HSBC.