¿Qué se considera un error al invertir? Los inversores de verdad solo deberían lamentarse por un motivo: ver una empresa y no imaginar cómo podría crecer hasta convertirse en una que domine el mercado mundial.
Un error así se cometió en 2009, cuando Baillie Gifford se planteó invertir en Netflix, pero dejó pasar la oportunidad pensando que no tenía mucho interés. Afortunadamente, en 2015 ya éramos conscientes de nuestro error y empezamos a invertir. Sin embargo, el éxito de Netflix no debería de haber sido tan difícil de imaginar. Puede perderse mucho más dinero demorándose en una inversión que «equivocándose» de la forma tradicional.
En ocasiones, no se han cumplido las grandes esperanzas y expectativas que teníamos puestas en acciones concretas, pero no creemos que fueran decisiones «equivocadas»; y desde luego, no nos preocupan más de la cuenta. Si nos preocupase demasiado, perderíamos tiempo y energía que podríamos dedicar a buscar posibles empresas ganadoras. De todos modos, un mal resultado a corto plazo no significa que el inversor se haya equivocado al respaldar una empresa. La cotización de casi todas nuestras posiciones más rentables ha llegado a caer un 50% en algún momento de nuestra inversión.
Los gestores de inversiones solo pueden tomar decisiones a partir de la información disponible en un momento dado: lo único que podemos hacer es formular las preguntas correctas sobre una empresa, tener en cuenta el contexto del mercado y, finalmente, formarnos una opinión.
Por lo general, una inversión puede ser decepcionante por dos motivos. A veces, las cosas simplemente no salen según lo previsto y se truncan nuestras esperanzas. Así es la vida, y si nunca se ha sentido así, puede ser señal de que tarda en aprovechar las nuevas oportunidades de crecimiento. Esperar a tener la certeza absoluta no es manera de lograr un crecimiento exponencial.
Otras veces, una inversión no sale bien porque ocurre algo previsible, pero que no supimos ver en su momento. Eso sí que cuenta como error, pero podemos aprender de él y no repetirlo. No obstante, es inevitable que algunas cosas salgan mal (ya sea por una mala previsión o por mala suerte), y nunca debería quitarnos el apetito por el riesgo; ni a nosotros, ni a nuestros clientes. Lo lógico es centrarse en averiguar qué inversiones pueden producir rentabilidades extraordinarias.
Los inversores de verdad saben que aunque las pérdidas se limitan al importe de la inversión original, las ganancias son ilimitadas. Con el tiempo, la rentabilidad de las mejores acciones de una cartera puede compensar significativamente el peso de las empresas con malos resultados. La necesidad de poner excusas para las inversiones que «han salido mal» puede impedir que los inversores se arriesguen con aquellas que tienen el potencial de multiplicar por muchas veces una inversión original en un horizonte a largo plazo.
En Baillie Gifford somos fieles a nuestras «empresas ganadoras»: ignoramos las fluctuaciones de precios a corto plazo, nos resistimos a la rápida obtención de ganancias y creemos en el crecimiento a largo plazo. Y aunque este enfoque no es exclusivo de nuestra firma, está integrado en nuestro proceso de análisis. En un estudio que encargamos sobre las rentabilidades de los mercados bursátiles mundiales entre 1990 y 2018, el académico Hendrik Bessembinder, de la Universidad de Arizona, descubrió y demostró que la rentabilidad total del mercado de valores (por encima de las letras del tesoro) en ese periodo se debía a la apreciación únicamente del 1% de compañías que habían cotizado en todo ese periodo. Dicho de otra manera: el 61 % de las empresas perdieron valor para los accionistas durante este tiempo en bolsa, el 38 % compensaron colectivamente estas pérdidas y el 1 % restante representaron toda la ganancia neta.
Este trabajo ha puesto por escrito lo que ya sabíamos desde hace tiempo gracias a nuestra experiencia, que es que existe una relación muy asimétrica entre las empresas con buenos resultados y otras más mediocres. El análisis y el conjunto de datos del profesor Bessembinder sobre los índices bursátiles estadounidenses y mundiales evidenciaron el orden de magnitud de la diferencia, y nos enseña que a la hora de invertir no hay nada más importante que detectar los ganadores del futuro.
Otros trabajos más recientes de Bessembinder nos ayudan a identificar los rasgos comunes de las buenas inversiones: la flexibilidad del plan de negocio original, el pensamiento a largo plazo del equipo directivo y la amplitud de oportunidades y aplicaciones para la tecnología que están explotando.
Si las características de una empresa coinciden con estos requisitos y, pese a todo, atraviesa una mala racha, repasamos su modelo de negocio para ver si sigue teniendo sentido. Si no es así, lo mejor es vender y seguir adelante. Si sigue teniendo sentido, podríamos invertir más.
Es inevitable que algunas inversiones salgan mal y es imposible prever los imprevistos, pero solo si aceptamos la incertidumbre podremos encontrar ese 1% de empresas que verdaderamente importan.
Tribuna de Stuart Dunbar, director del Departamento de Clientes y socio de Baillie Gifford.