Es raro encontrar empresas de crecimiento transformacional, como Amazon o Tencent, y para dar con ellas hay que tener paciencia, dedicación y objetivos a largo plazo. Sin embargo, muchos inversores se aferran a modelos matemáticos basados en trading de corto plazo y creen que pueden tomar decisiones con los resultados obtenidos por modelos de ordenadores y algoritmos complejos.
Muchos modelos de este tipo se apoyan en una misma piedra angular: el modelo de valoración de activos financieros, también conocido como CAPM por sus siglas en inglés. En Baillie Gifford, nos sorprende que los inversores tomen este modelo obsoleto como la panacea con la que valorar activos financieros. Básicamente, se trata de una fórmula que asume que la rentabilidad prevista de una compañía y su perfil de riesgo siempre se reflejan en su precio de cotización, determinado por la conducta totalmente racional de inversores con horizontes temporales idénticos.
Según este modelo, el riesgo es la volatilidad histórica del precio de la acción, y se presupone que es posible predecir el comportamiento de una acción frente a otra usando sus respectivos historiales. Por definición, no tiene en cuenta lo verdaderamente importante, que es la capacidad de las compañías de cambiar y adaptarse en el mundo real. A pesar de que se formuló en los años 60 como una mera herramienta de análisis, el CAPM se ha convertido en una fuente inagotable de inspiración para los profesionales de la inversión, aun sin merecerlo. En nuestra opinión, no tiene ninguna relación real con la inversión de capital productivo (lo que nos gusta llamar «inversión de verdad»).
Puede haber personas con la inteligencia suficiente como para predecir repetidamente los efímeros movimientos de los precios y adelantarse al mercado, pero esto no es algo que ofrezcamos en Baillie Gifford. No sabemos en qué situación estarán los mercados bursátiles en los próximos tres, seis o doce meses. Tampoco podemos afirmar con rotundidad si el precio de las acciones de tal o cual empresa va a subir hoy o a bajar mañana. En un mercado dominado por los especuladores a corto plazo, son los participantes que intentan anticiparse a los movimientos de los demás quienes fijan los precios.
En el mejor de los casos, por tanto, la relación a corto plazo entre la cotización de una empresa y los avances reales del sector al que representa puede calificarse de difusa. Los avances o los problemas que podrían justificar cambios significativos en los precios desaparecen en ese frenesí. En vista de esta desconexión, si evaluamos el riesgo en función de la volatilidad de los precios de las acciones solo veremos una parte de la imagen: los bandazos emocionales de los inversores. Y sin duda la rentabilidad histórica no es una indicación de la futura rentabilidad, por lo que sería más sencillo ignorarla; pero no es tan fácil.
Creemos que la inversión es más un arte que una ciencia. Es una actividad creativa porque hay que adelantarse a los cambios en las empresas, el sector, la sociedad y la humanidad, y ello implica tratar de entender qué motiva los cambios y cómo adoptamos nuevos comportamientos. Hay que imaginar qué puede salir bien en la misma medida que consideramos qué puede salir mal.
Las complejas proyecciones del CAPM y los conceptos relacionados, como el de «reversión a la media» (creer que los precios de los activos siempre regresan a su valor medio a largo plazo), no son más que señuelos, y en el peor de los casos pueden interponerse en los vaticinios de un gestor de inversiones, empañando su habilidad para detectar oportunidades de inversión a largo plazo.
Para obtener rentabilidades verdaderamente extraordinarias hay que estar dispuesto a extender el horizonte temporal, y hay que estar a gusto con la incertidumbre que inevitablemente ese mayor horizonte temporal implica. Los verdaderos inversores saben que algunas de las empresas y las tecnologías en las que invertimos no van a cosechar ganancias inmediatas. Y dada la asimetría en las rentabilidades de las acciones, si fallamos como máximo perderemos el importe invertido, pero cuando tenemos éxito podemos multiplicar por muchas veces el importe invertido, al no estar la ganancia limitada.
Los inversores de verdad son proveedores de capital paciente, y piensan en décadas, porque solo en periodos así de largos se aprecian las piezas que acaban formando una imagen clara; solo en esos periodos se demuestra la superioridad de los equipos directivos, y se manifiesta la sostenibilidad de las ventajas competitivas de las compañías. En última instancia, las empresas que mejor aprovechen las oportunidades para crecer son las que lograrán las cotizaciones más altas.
Por eso, el discurso pseudocientífico del CAPM y de otros modelos equivalentes no sirve para mitigar la incertidumbre. En su lugar, tenemos que comprender mejor las oportunidades que aguardan a los negocios con espíritu emprendedor y que pueden surgir de la aceleración de avances tecnológicos o de nuevos modelos de negocio. En Baillie Gifford nos esforzamos por averiguar qué pueden hacer las empresas para aprovechar estas oportunidades, y a través del dialogo con las compañías ver si son capaces de hacerlo.
Hablemos sin tapujos: los inversores de verdad deberían buscar negocios que puedan crecer ininterrumpidamente durante décadas. Entre otros, consideramos factores como la magnitud de la oportunidad, así como la adaptabilidad, la calidad y el compromiso de la dirección (cualidades en las que sobresalen las empresas dirigidas por sus fundadores), y nos preguntamos si la compañía tiene una ventaja competitiva duradera. Si lo vemos claro, no nos importan tanto las fluctuaciones intertrimestrales, ni los posibles resultados del CAPM. Cuando se comprenden las características propias de una compañía y del mundo en el que va a competir a largo plazo, es más fácil hacer predicciones para la siguiente década, que para los próximos trimestres.
Por tanto, los inversores de verdad tienen que entender que el cortoplacismo de algunos análisis de mercado desprecia la oportunidad de obtener enormes rentabilidades gracias a la sinergia de las nuevas tecnologías. En Baillie Gifford no afirmamos tener una intuición superior sobre el futuro, pero creemos que es más fácil detectar los grandes puntos de cambio a largo plazo, y seguir el camino a veces turbulento hacia ellos, que tratar de adelantarse a las decisiones de los demás inversores un trimestre tras otro.
Tribuna de Stuart Dunbar, director del Departamento de Clientes y socio de Baillie Gifford.