La máxima «mirar hacia el futuro» no es precisamente original, y hay pocos inversores que no la apliquen. Lo más notorio, sin embargo, es que muchas veces se interpreta el futuro como una mera continuación del pasado: «Si ha sido así, es que no va a cambiar». Esta mentalidad significa que los precios de las acciones se determinan extrapolando al futuro la rentabilidad operativa del pasado. Es una fórmula fácil y predecible, pero también una base endeble para calcular el valor de una empresa. Estas proyecciones suelen dejar a un lado el impacto que pueden tener los cambios en el mercado, o las repercusiones de los cambios tecnológicos en todo el mundo. Desde el sector sanitario hasta el energético, hemos visto hasta qué punto puede cambiar todo.
Nos hacemos llamar «inversores de verdad», y no simplemente «inversores activos», porque las empresas que buscamos son aquellas que invierten para asegurar su lugar en el mundo del futuro. Las mejores empresas se adaptan, evolucionan e innovan, y las animamos a que lo hagan, en lugar de centrarnos exclusivamente en los objetivos de beneficios trimestrales. Para los inversores de verdad, extrapolar es un método muy poco imaginativo y, por lo general, engañoso. También puede destruir el valor de los inversores que invierten en índices cuando un sinfín de acciones que antes eran fiables pero que no han sido capaces de adaptarse al cambio caen por culpa de otras empresas que explotan las últimas tecnologías.
Un ejemplo es el sector energético. La energía solar y la energía eólica se están volviendo más baratas que la producida a base de combustibles fósiles, incluso sin subsidios. Los costes de producción de los paneles solares y las turbinas eólicas son más bajos que nunca, y su funcionamiento es cada vez más eficiente. Tienen sentido desde el punto de vista económico, independientemente de cuál sea la política de precios sobre las emisiones de carbono, que probablemente se endurecerá a medida que las emisiones de gases de efecto invernadero atraigan la atención política. Las energías renovables van a ser la piedra angular del crecimiento futuro. Sin embargo, a pesar de que seguramente ya se pueda vislumbrar el fin de las antiguas tecnologías de las grandes petroleras, los inversores siguen anclados en el pasado, y los principales productores continúan siendo enormemente valiosos en bolsa.
Para los inversores de verdad, «mirar hacia el futuro» debería ser algo más que decir: «Esta petrolera parece barata esta semana, pero el precio del petróleo volverá a subir y aún puede extraer miles de millones de barriles del golfo de México». Hacer valoraciones basándose en las reservas no tiene sentido. Ese petróleo probablemente vaya a quedarse bajo tierra, y no tiene valor. Lo que imaginamos cuando pensamos en «el futuro» va a ser tan distinto del presente que será irreconocible, y por eso es mejor invertir en una empresa pensando en lo que puede llegar a ser, no en lo rentable que sea ahora.
Muchos inversores evitan las empresas que aún no son rentables por temor a quedar en ridículo si nunca llegan a generar un flujo caja positivo. Sin embargo, a los inversores de verdad no nos importa tanto; o, más bien, lo que nos interesa es cómo una empresa podría ganar dinero en el futuro. Si podemos imaginarlo, preguntamos cuánto capital necesita para poder sostenerse a sí misma con su propio flujo de caja.
El sector sanitario ilustra muy bien hasta qué punto cambiará nuestra vida. Dado que el descubrimiento de fármacos se basa en los métodos de ensayo y error, cada vez entendemos mejor las causas genéticas de las enfermedades y cómo adaptar los tratamientos al paciente. Esto es posible con la secuenciación genética, y su coste se ha desplomado gracias a empresas como Illumina. Al igual que la telemedicina (propulsada por la pandemia del coronavirus), es una muestra de los grandes cambios que se darán en la atención sanitaria, por lo que no es lógico presuponer que las grandes farmacéuticas vayan a seguir reinando en el sector.
Imaginar el nuevo mundo sanitario implica respaldar a las empresas que pueden tener un futuro brillante, como Moderna, fabricante de vacunas, o Genmab, desarrollador de medicamentos contra el cáncer. Algunas empresas en las que tenemos posiciones todavía no son rentables, ni esperamos que lo sean en esta fase. Trabajan en la vanguardia de la ciencia médica, por lo que algunas tendrán éxito y otras no. Sin embargo, invertir de verdad no consiste en esperar a que una empresa sea rentable y, entonces, anticipar un mayor crecimiento.
La mentalidad de futuro implica mucho más que buscar nuevas empresas interesantes. Las empresas familiares y poco populares que han mostrado un crecimiento mínimo y cuyas acciones están infravaloradas a veces pueden reinventarse. Pueden resolver sus problemas internos, superar en astucia a la competencia cuando estén en la fase equivocada del ciclo de inversión de capital o cambiar su actividad económica a un sector adyacente.
Netflix es un ejemplo extremo de esto último: una empresa de alquiler de DVD que transformó su propio modelo para convertirse en el servicio de streaming de contenido más grande del mundo. Reed Hastings, su director ejecutivo, esquivó el futuro derrumbe de su sector e imaginó un nuevo tipo de servicio de entretenimiento.
Nada de esto debe entenderse como que el pasado nunca importa. Baillie Gifford fue fundada en 1908, cuando invertíamos en el caucho malayo con el que se fabricaban los neumáticos del Ford Modelo T. La era del automóvil, y muchas olas de innovación posteriores, nos enseñaron cómo atraen capital las nuevas tecnologías, y cómo se desarrolla el ciclo de inversión y rentabilidad. Aprendimos a imaginar cómo podían emerger los sectores y las empresas del mañana.
Mirar hacia el futuro siempre será un arte impreciso, pero es importante practicarlo. Debemos presuponer que casi cualquier cosa en cualquier sector puede hacerse mejor. Los inversores de verdad apoyan a las empresas que buscan esa mejora, con la esperanza de que se reconozca el valor de su descubrimiento.
Tribuna de Stuart Dunbar, director del Departamento de Clientes y socio de Baillie Gifford
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