Justo la otra semana estuve en Hong Kong, un lugar amable en muchos sentidos. Es eficiente, animado y en absoluto burocrático. Allí fue donde me casé con mi esposa hace años, a pesar de que ambos vivíamos por aquel entonces en Corea del Sur. ¡Hong Kong es simplemente un lugar maravillosamente fácil para perseguir la felicidad!
Pero en esta ocasión, cuando estaba esperando en el aeropuerto escuché un anuncio alarmante por megafonía. Cualquier pasajero que tratara de salir de Hong Kong con más de unos pocos kilogramos de leche infantil en polvo estaría sujeto a una multa de 500.000 HK$ (aproximadamente 65.000 US$) o a ingresar en la cárcel. ¿De qué iba todo esto? Pues bien, tras los recientes escándalos sobre la calidad de la leche infantil en polvo en China, la población está desesperada por encontrar marcas de calidad. Los consumidores están dispuestos a pagar grandes primas para asegurarse leche infantil de calidad. Puesto que en Hong Kong las buenas marcas están disponibles, está empezando a registrarse una carestía de este producto allí.
A medida que los consumidores asiáticos van abrazado estilos de vida más acordes con la clase media, están cada vez más preocupados por asuntos medioambientales, sociales y de seguridad.
En esencia, esto es un problema de calidad del producto. Existen varias maneras de solucionarlo. Por un lado se puede endurecer la normativa en torno a la calidad del producto en China, algo que se está haciendo pero a ritmo lento. Varios burócratas han perdido su libertad y uno incluso su vida a raíz de estos escándalos. Otra opción es la de limitar las exportaciones del producto desde Hong Kong tildándolas de «contrabando» y arrestar a los que incumplan la nueva ley —este ha sido el camino escogido por los legisladores de Kong Kong. Incluso, se puede se pueden tratar de reprimir las ganancias de los productores de calidad que venden el producto en China a un precio más alto, tildándolos de “oportunistas”— esta ha sido la reacción de las autoridades del continente. Por último, podrían dejar que el mercado funcione libremente y solvente la situación. Sospecho que este recurso sería el más poderos en el largo plazo.
Si una atención obsesiva a la calidad sirve para ganar más dinero, las firmas mejorarán la calidad de sus productos, o bien aumentarán la producción en aquellas áreas del mercado que ya lideren. La demanda por mejores productos generalmente incrementa el valor de la marca y la fidelidad del consumidor. Los ajustes de precio provocados por el mercado se ven reforzados por la imagen de marca. Todo esto evita al consumidor la búsqueda desinformada de un producto mejor y en el caso de los alimentos adulterados, puede además salvar vidas.
Además, pienso que las medidas tomadas por las autoridades de Hong Kong y el continente, mientras pueden ayudar a resolver algunos problemas a corto plazo, están a vueltas con el proceso de liberalizar el mercado a largo plazo. En definitiva, Hong Kong está impidiendo que los consumidores del continente puedan comprarproducto de calidad que demandan en las cantidades que desean. Entre tanto, las autoridades del continente están interfiriendo con el mecanismo de precios que permite identificar los mejores productos y que incentivaría a los buenos fabricantes a producir más
A pesar de esto, parece que vamos a seguir asistiendo a problemas como este. A medida que los consumidores asiáticos van abrazado estilos de vida más acordes con la clase media, están cada vez más preocupados por asuntos medioambientales, sociales y de seguridad. Aquellas compañías que consigan hacerse con una buena reputación en cuanto a calidad, salud y seguridad –ya sean fabricantes de leche infantil en polvo, comida rápida, o productos de sanidad preventiva deberían ser capaces de añadir mucho valor tanto a sus firmas como a sus accionistas. Después de todo, la gente está dispuesta a arriesgar su ingreso en la cárcel o una elevada multa para sacar leche infantil de contrabando dada la altísima demanda. Imagine los incentivos si el mercado permitiera actuar con menos impedimentos.
Columna de opinión de Robert Horrocks, PhD, Chief Investment Officer – Matthews Asia
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