Se avecina una nueva década y es momento de que nos asomemos a 2020, basándonos en las tendencias observadas durante los últimos 18 meses. El sólido rendimiento de los mercados de bonos y acciones en 2019 ha acabado con la triste historia de los mercados de inversión de hace un año. Gran parte de este giro puede atribuirse al cambio en las políticas de los bancos centrales, especialmente en Estados Unidos y Europa.
La disrupción de 2018 nos ha mostrado que el camino hacia la normalización monetaria está repleto de dificultades para los mercados de activos. Después de 10 años de acomodación monetaria, en el que la intervención del banco central ha desempeñado un papel tan preponderante, era inevitable que su salida tuviera un efecto perturbador. Esto quedó demostrado en el otoño de 2018.
Más de lo mismo…
De cara a 2020, es probable que la acomodación de los bancos centrales sea más de lo mismo, pero existen límites para ese tipo de políticas. 2019 ha revelado algunos de los efectos secundarios indeseados de estas, como el estrés del mercado estadounidense de repos en septiembre o las advertencias de los bancos europeos por el efecto de los tipos de interés negativos en sus beneficios.
Para contrarrestarlos, los banqueros centrales han estado empujando a los gobiernos para que se comprometan con el estímulo fiscal keynesiano. Japón ya ha anunciado su intención de seguir ese camino con un paquete de 120.000 millones de dólares. En 2020, podríamos observar una combinación de la continuada acomodación monetaria con un nuevo respaldo fiscal en distintas partes del mundo. Juntas, estas intervenciones aunarían fuerzas para impulsar los mercados más allá, aumentando la posibilidad de un “melt-up” financiero.
Con tanta liquidez persiguiendo muy pocos activos invertibles, ¿es este desequilibrio deseado? Realmente no. Es probable que la financiación de los mercados mediante la impresión de dinero y mayores déficits gubernamentales traiga de vuelta una gran división entre activos financieros que incremente la tensión social. Esta tendencia ya es evidente con la inestabilidad en Latinoamérica, Europa y Oriente Medio.
Además, los mercados levitados necesitan una intervención constante de los bancos centrales para sostenerse. Un sistema financiero altamente valorado es inherentemente inestable y vulnerable a los shocks de “cisne negro”. Por ello, los mercados podrían volverse aún más dependientes de la acomodación monetaria. La intervención persistente del Banco de Japón, con su eterna política de flexibilización cuantitativa (QE), es un ejemplo de ello.
El mundo de la renta fija
Los riesgos fundamentales para los instrumentos de renta fija son los cambios en los tipos de interés y el default del crédito. Es improbable que los tipos de interés aumenten por los motivos ya mencionados. A esto se suma que el apoyo monetario le da a la región que lo implementa una ventaja competitiva en los mercados de divisas, manteniendo su valor débil. En el contexto actual de guerras de divisas, es cada vez más improbable que la política acomodaticia de un banco central sea modificada por sí sola.
Por ello, es posible que las decisiones tomadas por los bancos centrales en 2019 continúen en 2020, lo que podría mantener los precios de los activos altos y en aumento. Con la caída de los retornos de la renta fija, los inversores que se apoyen en el flujo de ingresos de sus inversiones de capital afrontarán un enigma cada vez mayor, lo que podría perjudicar aún más la búsqueda de rentabilidad el próximo año.
El riesgo crediticio se convertirá en una importante temática de inversión en 2020. Hasta ahora, muchos modelos económicos industriales se han sostenido por los bajos tipos de interés, el apoyo inversor y el crecimiento moderado. Si los estímulos fiscales y monetarios son insuficientes para prevenir una ralentización económica generalizada, los bajos costes de financiación no contrarrestarán las pérdidas de ingresos superiores de esos negocios. El apoyo inversor a los balances débiles y problemáticos podía desaparecer entonces de la noche a la mañana.
Lo pequeño es hermoso
Los grandes fondos de crédito están buscando desesperadamente dónde invertir para encontrar rentabilidad. Sin embargo, los instrumentos de renta fija de los emisores de calidad están muy solicitados por todos y cada uno de los inversores. Los fondos más grandes están afrontando mayores dificultades a la hora de suministrar un producto adecuado en calidad y cantidad en estas circunstancias.
El resultado ha sido una tendencia a caminar de puntillas alrededor de instrumentos de menor calidad o a profundizar en mercados de nicho. Es posible que el riesgo crediticio siga incrementándose por una crisis económica, con lo que este nuevo espacio de inversión pasará a ser muy incómodo para los fondos más grandes.
Por otro lado, los fondos de crédito más pequeños han demostrado una ventaja competitiva real para crear valor sin asumir un riesgo innecesario. Su tamaño no les impone la restricción de abastecimiento observada en fondos más grandes. Su elección de adquirir instrumentos de renta fija está basada en criterios financieros de sentido común, antes que en un mandato de acomodar un modelo regulatorio de inversión. Después de todo, así debería funcionar la gestión de activos, ¿no?
Finalmente, el impacto positivo y negativo de los estímulos monetarios y fiscales entre 2019 y 2020 requiere destrezas de gestión para ser capaz de afrontar consecuencias desconocidas, en lo que es un momento financiero inexplorado. Solo los fondos más pequeños cuentan aún con esta flexibilidad.
Tribuna de Steven Groslin, socio e integrante del comité ejecutivo de ASG Capital