Muchos países acudieron a respaldar a sus bancos comerciales locales durante la crisis de 2008. Después de estos “rescates”, Estados Unidos y Europa decidieron revisar la legislación bancaria y buscaron eliminar los excesos del pasado, al considerar que estaban en la raíz de este declive financiero.
Se frenaron determinadas actividades y otras se redujeron, bajo la atenta mirada de los reguladores a cargo de la implementación de estas nuevas normas. Además, se pidió a la industria bancaria que fortaleciera la huella de su capital. El claro objetivo era evitar que se solicitase el dinero de los contribuyentes en la siguiente crisis.
El coste general de estas intervenciones fue muy alto. Los gobiernos vieron con preocupación cómo su deuda nacional aumentaba de forma significativa e, incluso, en algunos casos, tuvieron que implementar políticas de austeridad. Los bancos comerciales intentaron de forma desesperada cumplir con las nuevas reglas que se les impusieron y algunos incluso huyeron de los préstamos al sector privado y se inclinaron por financiar al sector público (ahora muy endeudado).
La deuda pública soberana es considerada menos arriesgada para los bancos bajo su regulación de inversiones. El resultado ha sido una débil actividad económica en algunas zonas (crecimiento por debajo del potencial), mientras que en otras ha sido anémica. Ante la ralentización del crecimiento, los bancos centrales globales han recurrido a mecanismos monetarios acomodaticios poco convencionales con la esperanza de activar estas economías debilitadas.
Con una actividad económica frágil, una política de tipos bajos y mayores requisitos para los nuevos capitales, en ocasiones, los márgenes de la actividad tradicional han sido insuficientes para cubrir las necesidades financieras de la banca. Hasta cierto punto, la tecnología a contrarrestado este fenómeno.
Muchos de los grandes jugadores han invertido de forma considerable y han mejorado su eficiencia operacional, apuntalando su rentabilidad y compensando el débil crecimiento de sus ingresos. Pese a ello, la situación financiera de los bancos sigue siendo precaria y su actividad depende de la economía subyacente en la que operan.
En este contexto, los bancos estadounidenses buscan impulsar algunos cambios para la nueva regulación. Han centrado su atención en la ‘regla Volcker’, considerada demasiado restrictiva para su actividad en el mercado financiero. Como alguien que entiende el valor de impulsar estos mercados, el señor Trump se ha mostrado abierto a escuchar sus propuestas. A su juicio, unos bancos más fuertes y rentables, combinados con mercados alcistas, solo podría contribuir a las perspectivas de crecimiento del país.
El debate político está abierto ahora al ajuste de estas normas. Una vez en funcionamiento, los bancos estadounidenses serán capaces de presumir de una ventaja competitiva triple: Operar en una economía resistente (Estados Unidos lo está haciendo relativamente mejor que Europa o Japón), márgenes de financiación saludables apoyados por tipos de interés positivos (todavía), y normas potencialmente rebajadas en comparación a las de sus competidores extranjeros.
A la hora de “retocar” la legislación, el desafío de las autoridades será evitar el regreso a los excesos del pasado. Desde 2008, la política de autorregulación impulsada por el señor Greenspan y el señor Bernanke ha sido desmantelada. Hoy en día, el regulador estadounidense tiene la capacidad de encontrar un equilibrio apropiado para implementar estas reformas. Cuenta con un amplio rango de herramientas legales a su disposición, lo que no era el caso hace 10 años.
Tribuna de Ygal Cohen, presidente, director ejecutivo y fundador de ASG Capital