Dado que Arabia Saudí no ha actuado como “variable de ajuste” y por tanto la OPEP no ha recortado la producción, se ha reforzado una realidad de sobra conocida en el mundo del petróleo: la oferta es abundante y el principal consumidor, Estados Unidos, sustituye importaciones en función del precio de mercado al que se negocie el crudo.
En este escenario, el goteo a la baja del precio se ha convertido en una caída en toda regla, con bajadas en lo que va de año para las principales referencias superiores al 50%. No es la primera vez que Arabia Saudí opta por una estrategia de bajada de precios para expulsar o castigar a competidores, una estrategia conocida como “good sweating” en el mundo del petróleo. Tampoco el manejo de los precios es una actividad exclusiva de la OPEP o Arabia Saudí. Fue popularizada por la Standard Oil de John D. Rockefeller cuando les provocaba a sus competidores una “buena transpiración / good sweating” recortando agresivamente los precios para obligarlos a cerrar o venderle sus negocios.
El caso es que esta caída de precios ha sido interpretada por el mercado como un signo de falta de pulso en la economía global. Además se concluye que menores precios en la energía implicarán una caída de la inflación en todo el mundo. Aunque podría parecer un razonamiento en ambos casos, probablemente sea incorrecto. Veamos por qué.
En primer lugar, ¿son de verdad unos precios más bajos del petróleo un indicador fiable sobre el estado de la economía mundial? Nosotros creemos que no. Primero, porque lo que se está produciendo es un aumento sustancial de la oferta y es probablemente este aumento, y no una caída abrupta de la demanda, la que está detrás de la debilidad del crudo. EE.UU. ha pasado a convertirse en uno de los principales productores de gas y petróleo del mundo. En concreto, el segundo productor del mundo en petróleo tras Arabia Saudí, con un crecimiento desde 2008 de casi un 50% en la producción.
Pero es que, además, no parece muy lógico observar el petróleo como proxy de la economía global. Todos los días se publican innumerables indicadores macroeconómicos y la realidad es que estos indicadores, sobre todo en el caso de EE.UU., están muy lejos de estar dibujando un escenario de catástrofe.
¿Y qué pasa con los efectos de un crudo más barato sobre la inflación, por ejemplo en EE.UU.? Es obvio que durante algunos meses la caída del precio del petróleo tenderá a bajar los precios de la energía y de los carburantes. Eso, claramente, sesgará a la baja las medidas de inflación general, que incluyen este tipo de componentes.
El efecto sobre la inflación subyacente es dudoso, e incluso podría argumentarse que podría no sólo no caer sino más bien aumentar, al menos en EE.UU. ¿Por qué? Porque unos menores precios de gasolina equivalen a una bajada de impuestos para las familias americanas; y, dado que los niveles de confianza allí son elevados y que se ha avanzado mucho en el proceso de desapalancamiento, lo más probable es que en los próximos meses asistamos a un significativo repunte en el consumo americano. Los datos de ventas minoristas y de confianza del consumidor en EE.UU. durante la semana pasada pueden ser buenos ejemplos en este sentido.
¿Cuál es la moraleja de todo esto?
Por un lado, que no se debe perder de vista que la caída del precio del crudo es un shock de oferta positivo para la economía global, que se traducirá en más crecimiento económico y más creación de empleo. Obviamente a excepción de los países productores altamente dependientes como Rusia o Venezuela. Por otro, y relacionado con lo anterior, resulta probablemente inadecuado pensar que la FED se va a volver más dovish como consecuencia de la caída del crudo. Antes al contrario, quizás esta caída del precio del petróleo sea la última disculpa que la FED necesitaba para retirar el “considerable time” de su statement.
¿El efecto de lo anterior? Un dólar todavía más fuerte y unas rentabilidades a largo plazo en EEUU repuntando a niveles más “razonables”.
Columna de opinión de Álvaro Sanmartín, gestor de Alinea Global para MCH IS.