La crisis Argentina fue tan repentina y sorprendió a tantos. ¿Cuál fue la dinámica y cuál es la luz de esperanza que comienza a aparecer? Todo empezó con el cambio de humor de los inversores. El pasado abril, en la reunión anual del FMI (Spring Meetings 2018), se dieron a conocer y publicaron dos reportes que fueron claves en la visión de los actores y participantes de los mercados de capitales mundiales.
El “Global Financial Stability Report” revelaba que los riesgos que amenazaban la estabilidad de corto plazo se habían incrementado. Y advertía especialmente que los mercados emergentes podían ser vulnerables a un “tightening” o estrechamiento repentino de las condiciones financieras globales. Por su parte, Maurice Obstfeld, Director de Research del IMF advertía en una conferencia de prensa en la que presentaba el “Global Economic Outlook Report” que los buenos tiempos presentes no durarían mucho más. Los riesgos de un endurecimiento de las condiciones financieras y de una desaceleración del crecimiento global incrementaban la amenaza general, particularmente considerando que los niveles de deuda globales se encontraban en niveles históricamente altos.
Y los riesgos se materializaron a velocidad. Dos países emergentes eran particularmente vulnerables a este cambio de escenario: Argentina y Turquía. La vulnerabilidad provenía de su frágil situación fiscal y externa.
Tomando el caso de Argentina, la combinación de los déficits gemelos y la falta de inversión extranjera en la economía real serían la combinación perfecta para que, ante el mencionado cambio de las condiciones financieras, los inversores del mercado de capitales salieran rápidamente y generaran una corrida cambiaria irreversible. Que combinada con una inflación creciente daban lugar a una realidad que debía ser atendida. En consecuencia, el gobierno se vio obligado a aplicar una serie de medidas. Entre las destacadas, la primera fue la vuelta al FMI, para solicitar el auxilio financiero necesario que permitiera atender las necesidades urgentes de financiamiento ante el cierre de facto de los mercados para Argentina. La segunda fue la corrección del tipo de cambio, que al estar sobrevaluado (en niveles similares a los del fin de la convertibilidad) impedía un equilibrio de las cuentas externas. Y la tercera fue el fuerte incremento de la tasa de interés local que trajo como consecuencia deseada el atractivo suficiente para que los inversores se quedaran en pesos y dejaran de correr hacia el dólar. Las consecuencias indeseadas de este conjunto de políticas están a la vista: fuerte devaluación y recesión.
Al día de hoy, estas duras políticas han comenzado a mostrar signos de reversión de los factores claves que provocaron la crisis. Y lo importante es que son correcciones que, de sostenerse en el tiempo, generarán condiciones propicias para el desarrollo económico. El primer buen signo es que cursamos el segundo mes de balanza comercial positiva. Los términos del intercambio aumentaron 0,7 % interanual en el 3° trimestre de 2018 y arrojaron una ganancia incipiente de 106 millones de dólares.
El segundo es que el gobierno ha recortado fuertemente el déficit primario y está encaminado a lograr déficit cero en 2019. El tercero es que la inflación está en tendencia claramente descendente, aunque lejos aún de guarismos que indiquen estabilidad de precios. El pico fue en septiembre 2018, cuando los precios registraron un aumento del 6.5% con respecto al mes anterior. En octubre ese mismo valor descendió a 5.4% y en noviembre a 3.3%.
Recuperados los signos vitales, Argentina podrá encaminarse hacia la recuperación de sus niveles de actividad económica. Sin embargo, al ser el 2019 un año de elecciones presidenciales la continuidad del rumbo planteado por Cambiemos deberá ser ratificado por el voto soberano de los argentinos.
Tribuna de Emilio Botto, Chief Investment Officer de BNP Paribas Investment Partners Argentina SA.