La idea de cambiar de Afore tienta al afiliado del SAR para tratar de aminorar el ritmo de disminución de su saldo. No lo piensa porque sepa que es efectiva sino por sentir que es lo único que le queda. ¿Qué se puede hacer en pleno colapso para que a mediano plazo los ahorros sean mayores?
Debido a que todos los instrumentos o mecanismos contienen riesgo, unos más, otros menos, y a que ni el dinero invertido ni los rendimientos están garantizados, los ahorros de toda clase han perdido valor por la pandemia. Y como hacia fines de marzo no había visos de solución, contención o vuelta a la normalidad, cabe esperar que en el siguiente estado de cuenta se refleje la minusvalía, pérdida o reducción del saldo (minusvalía y pérdida son sinónimos. Es ocioso darle vueltas). De hecho, quien tenga la aplicación de Afore Móvil puede percatarse ya de la merma al comparar su saldo actual contra el del estado de cuenta previo.
¿Tiene sentido cambiar ahora de Afore?
Cambiarse puede ser inútil o incluso lamentable. No es la solución. Primero, porque no revertiría las pérdidas pasadas ni significa certeza de que a partir del cambio se perderá menos que en la Afore actual. En caso de que el descalabro generalizado siga, no será posible saber si la gestora que genere menores pérdidas al corte de abril seguirá siendo la menos perjudicada. Segundo: las Afores menos perdedoras serán las que hayan invertido menos en productos más riesgosos. Las que asumen riesgos menores de forma consistente aspiran a generar rentabilidad más baja, de modo que pasarse a alguna de ellas en la fase crítica significa restar (por no decir descartar) posibilidades de recuperar el cien por ciento de lo perdido cuando los mercados suban. Tercero: como el traspaso de saldo no es de un día para otro, pudiera ser que cuando el trabajador lograra el cambio los mercados estuvieran ya en otra dinámica, o que las Afores hubieran cambiado sus proporciones de inversión. Como todo esto no se sabe, cambiarse es aventurado.
¿Se recuperará lo perdido?
La historia nos dice que a cada crisis sobrevino la recuperación. Claro que no con la misma celeridad de la baja, sino pausada. Así, cuando la pandemia se controle o se cuente con vacuna o fórmula para curarla, puede que para ver la regeneración del dinero haya que esperar muchos meses, como luego de la crisis de 2008-2009; o incluso algunos años, como después de la recesión estadounidense de 2000-2003.
Todo depende de la profundidad del daño a la economía global, y a la local en particular, y de lo que hagan el gobierno, banco central y empresas para regresarla a las condiciones y números que tenía a inicios de año.
Es verdad que desde 1945 las crisis se originaron por disfunciones económicas o por otras guerras, que esta es la primera que se deriva de una pandemia y que por eso la solución no depende solo de medidas monetarias o fiscales. El antecedente de la gripe española, que mató a millones y retardó la recuperación, ha de verse aparte, no como antecedente, porque la economía de Europa ya estaba devastada por el desastre de la primera guerra mundial, y porque los mercados financieros, las alternativas de ahorro y el mismo concepto del dinero, no eran como son ahora.
Ante la pandemia: saber ser paciente y hacer aportaciones voluntarias
Hay que asimilar que las pérdidas son generalizadas, en México y el mundo, para todo tipo de ahorradores, inversionistas, empresarios, empleados, y esperar a que la contención de la pandemia permita volver a la normalidad. ¿Queda algo aparte de resignarse? Sí, y es crucial, pues cada ocasión negativa puede ser una oportunidad.
Al paso del tiempo, quien sabe ser paciente, recupera lo perdido. Los que aprovechan las crisis financieras para invertir, suelen ganar mucho. Ahorrar o inyectar dinero ahora significa comprar valores muy baratos, con alto potencial de alza. Un ejemplo fresco: los grandes rendimientos de 2019 se dieron por comprar o mantener instrumentos durante la caída estrepitosa de septiembre-noviembre de 2018.
Quien tenga algo disponible bien podría considerar esta debacle histórica para hacer aportaciones voluntarias. O cualquier tipo de ahorro, no solo para el retiro.
Columna de Arturo Rueda