Es un tópico generalmente aceptado que América Latina es una región expuesta a una multitud de realidades complejas que a través de algunos parámetros transversales dan forma a la región: los más positivos, como el idioma, la relativa juventud de su población y el avance en la mejora de las instituciones, generan una sensación de unidad y de enorme potencial, que lamentablemente quedan neutralizados por los elevados niveles de desigualdad social y pobreza, la percepción de inseguridad, violencia y corrupción.
A Latinoamérica se la reconoce por mantener unos desafíos, perennes, de la misma manera que se valoran sus atributos y oportunidades. Pero esta óptica, que circunscribe los retos y desafíos a las fronteras de una región y se aíslan del resto del mundo, es una visión limitada de la realidad. El mundo se ha abierto y la globalización es un fenómeno imparable, por mucho que algunos líderes políticos se empeñen en frenar su avance. El comercio internacional, la conexión económica y social entre países y el avance tecnológico están dando lugar a unas tendencias económicas de las que América Latina no se puede sustraer.
En concreto, se están configurando algunas tendencias que condicionarán el futuro de esta región en los próximos años. Quizá, la más relevante sea el resurgir de Asia, pero también la demografía, la urbanización, el cambio climático, la disrupción digital, la escasez de los recursos naturales y el ímpetu de una nueva clase media, son y serán algunas tendencias que tendrán un fuerte impacto sobre la región. El impacto de estas tendencias será diverso y el cruce entre ellas conformará un espacio complejo que tenderá a girar alrededor de las economías emergentes más dinámicas, entre las que América Latina debiera aparecer con nombre propio.
Sin embargo, desde un punto de vista económico y, a pesar de algunos avances sociales de gran relevancia en estos últimos años, la región sigue defraudando a los inversores y a su propia población que ve con desánimo como la confianza en las instituciones públicas y en el futuro de la región se desvanece. Latinoamérica está llegando al final de su quinto año consecutivo de crecimiento económico anémico y desigual. Aunque desde 2014 al 2018, el crecimiento anual del PIB ha promediado sólo el 0,5%, la región cerraba el año 2017 con un crecimiento económico del 1,3% y un aumento de los flujos de la inversión extranjera directa del 8,3%, con lo que se sentaban las bases para que éste y los próximos años la economía latinoamericana pudiese registrar un crecimiento económico estable de alrededor del 2,5%. Sin embargo, la incertidumbre provocada por la deriva proteccionista estadounidense, la fortaleza del dólar frente a las principales monedas latinoamericanas, la firme decisión de la Reserva Federal de continuar con las alzas de los tipos de interés, así como el intenso ciclo electoral en la región durante el año 2018, ha propiciado que, en tan sólo seis meses, el crecimiento de la región se haya revisado a la baja hasta el 1,2% de acuerdo con las últimas estimaciones del FMI. Aun así, las previsiones económicas planteadas por el FMI tienden a mostrar un escenario razonablemente optimista.
A pesar de los disturbios sociales en Nicaragua y la victoria de López Obrador en México, el área que engloba a México y Centroamérica seguirá liderando la región con un crecimiento económico previsto para 2018 del 2,5%, las islas del Caribe crecerán a una tasa media del 1,5% y América del Sur se quedará por debajo de la media regional con un incremento del PIB del 0,6%, lastrado fundamentalmente por la grave crisis económica y humanitaria de Venezuela y por la desconfianza generada por la crisis de deuda de Argentina, así como por el incierto futuro de Brasil, si bien la ayuda del FMI al Gobierno del Presidente Macri y la victoria de Bolsonaro en Brasil, pueden sentar las bases para un crecimiento más sólido y dinámico en los próximos años. Por su parte, Argentina está superando con esfuerzo los efectos de la sequía más violenta de las últimas décadas, así como la tormenta cambiaria iniciada a finales de abril que, en aquel momento, propició una devaluación del 65% del peso frente al dólar. Venezuela seguirá siendo el principal lastre de la región.
Ahora bien, más allá de entrar en el detalle y análisis de cada país, puede resultar más interesante caracterizar a América Latina como un espacio en el que se entrecruzan en el tiempo y en la geografía tres rasgos fundamentales: la vulnerabilidad de la región a impactos desfavorables o negativos, sean internos o procedan del exterior; el complejo espacio político, que dificulta la coordinación y el acuerdo entre países, y la carencia de una idea clara de cómo abrazar el futuro.
América Latina no puede seguir dependiendo de que se produzca un nuevo boom de commodities para resolver los problemas sociales que presenta la región, perdiendo competitividad y quedándose rezagada frente a otras regiones del mundo. Latinoamérica tiene un enorme potencial derivado de una fuerte identidad común, aún no explotada ni desarrollada, de una base educativa que ha mejorado en estos últimos años y de un notable tamaño representado por más de 600 millones de personas, ávidas de acercarse al bienestar obtenido por una creciente clase media.
Por ello, la región tiene la oportunidad de volver a ser atractiva y ocupar un espacio relevante en el mundo. Una mirada lateral hacia Asia y, en particular, hacia China, es una excelente oportunidad para la región a la vista del giro que el mundo va a dar en los próximos años. En este sentido, debería fortalecerse la Alianza del Pacífico. De la misma manera, la falta de interés del presidente Trump por América Latina abre una magnífica oportunidad para que la región vuelva a girar hacia Occidente y comience a construir, con la connivencia de la Unión Europea, el vínculo atlántico. Así, América Latina tiene la enorme ventaja de poder convertirse en el eje de estas relaciones. Es decir, la región estará en unas condiciones extraordinarias para capitalizar sus bondades y pasar de una unión aspiracional a otra real, en la que América Latina se articule como un sólido bloque frente al resto del mundo.
Adicionalmente, América Latina cuenta con cuatro activos fundamentales que debería explotar con determinación para volver a ser una región relevante: primero, la posibilidad de construir un bloque regional con la integración de MERCOSUR y la Alianza del Pacífico; segundo, el crecimiento de una clase media que tenderá a concentrarse, aún más, en grandes ciudades y demandará un creciente conjunto de servicios (financieros, salud, educación y ocio, fundamentalmente); tercero, la opción de capitalizar los esfuerzos que se han hecho hasta ahora por mejorar los niveles de educación y, cuarto, una elevada tasa de penetración tecnológica (América Latina está preparada para beneficiarse de la creciente cobertura de banda ancha y alfabetización digital por cuanto 9 de cada 10 latinoamericanos tiene, al menos, un teléfono móvil y el 44% un smartphone, es decir, el grado de penetración tecnológica es superior al 50%).
Esta base proporciona una idea clara de en qué dirección deben accionarse las palancas de valor y las políticas públicas para que Latinoamérica pueda reinventarse y volver, así, a convertirse en un actor relevante y atractivo en el tablero internacional. Ahora bien, será necesario que los líderes políticos y empresariales en América Latina vuelvan a alcanzar un pacto con una orientación estratégica encaminada a reducir la extrema sensibilidad de la región a shocks negativos, a minimizar las consecuencias de un complejo espacio político, siempre dividido, que dificulta la coordinación y el acuerdo entre países, y a elaborar una agenda sólida y creíble sobre cómo se debe abrazar el futuro.
(*) Este artículo es una versión reducida del artículo “América Latina debe prepararse para recibir el futuro”, el cual está pendiente de publicarse en el primer número de Geoeconomía.