El pasado 30 de marzo se publicó el indicador adelantado del IPC (Índice de Precios de Consumo) de ese mes, que se ha situado en el 9,8%. Este dato supone el más alto desde mayo de 1985 y está 2,2 puntos por encima de la tasa de febrero. ¿Cuál será el impacto en nuestros ahorros?, ¿cómo debemos actuar para que nos afecte lo menos posible?, ¿qué podemos aprender de este momento?
Los orígenes de la inflación son variados e incluso se diferencian según la economía que estemos analizando.
Algunas de las causas principales de este incremento de precios se pueden encontrar en el aumento de la movilidad y la eliminación de las restricciones originadas por la COVID que han supuesto un incremento de la demanda de bienes. Cuando la oferta se mantiene, el aumento de la demanda tiene una respuesta directa en forma de aumento de los precios.
Otro de los motivos lo encontramos en el incremento de los costes de producción. El actual entorno de aumento de costes relacionados con la energía tiene un reflejo directo en el consumidor final, los fabricantes repercuten el aumento de sus costes en un mayor precio de los bienes que ponen a disposición de sus clientes.
Adicionalmente, encontramos otros factores que inciden en la escalada de precios: incremento de la demanda de materias primas a nivel mundial, problemas de transporte a nivel internacional, políticas monetarias dirigidas a aumentar la liquidez de las economías o las destinadas a mantener tipos de interés bajos que incentiven el consumo y por tanto aumenten la demanda de bienes y servicios.
Este incremento de los precios por encima de lo que aumentan los ingresos de las personas, acaba derivando en un ahogo de la economía familiar.
Mas allá del incremento de las grandes compras, que suelen estar planificadas, hay que tener en cuenta que son los pequeños gastos los que pueden alterar un presupuesto familiar. Al incrementarse, aunque sea ligeramente, el precio de artículos cotidianos cuya compra es recurrente, nuestra economía se puede ver estresada sin darnos cuenta.
Además de las conocidas subidas en energía o combustible, debemos ser conscientes de que también han aumentado los precios en la cesta de la compra, menús del día y demás artículos recurrentes.
El incremento de precios que estamos observando tiene un claro impacto que se refleja en la pérdida de poder adquisitivo. Teniendo en cuenta que la inflación acumulada de los últimos 10 años se sitúa en cifras cercanas al 15%, un producto o servicio que hace diez años nos costaba 100 euros ha pasado a tener un valor de 115 euros. Si nuestros ingresos no se han revalorizado de la misma forma habremos sufrido una clara pérdida de capacidad de compra.
Respecto a nuestros ahorros el impacto es similar, si los mantenemos en un producto que no ofrezca rentabilidad superior al crecimiento de precios que estamos viviendo, el efecto de la inflación hará que nuestros ahorros vayan perdiendo valor. Si hace diez años hemos guardado 100 euros en una hucha, por el efecto de la inflación acumulada del 15% durante ese plazo de tiempo, el valor real que tendríamos hoy en día sería de 85 euros.
Hay que diferenciar entre el ahorro a corto plazo o colchón de liquidez, y el ahorro a largo plazo.
Centrándonos en el presente, si tengo algo de dinero ahorrado con previsión de usarlo en un futuro cercano lo más importante es tenerlo disponible, por ejemplo, en cuenta corriente o cuenta remunerada con liquidez, aunque no nos generen rentabilidad. Obviamente la inflación afectará negativamente a dicho ahorro, pero, al contrario, ya que es un dinero del que necesitaremos disponer a corto plazo, por lo que la exposición a la inflación será menor. Y, aun así, prevalecerá la necesidad de liquidez frente a la de rentabilidad ya que es dinero que necesitamos tener disponible.
Por el contrario, si se trata de ahorro para el largo plazo debemos procurar obtener una rentabilidad superior a la inflación para no perder poder adquisitivo. No obstante, para el medio o largo plazo no deberíamos centrarnos únicamente en la inflación a un año, siendo más recomendable, por ejemplo, mirar la inflación acumulada a diez años.
Viviendo en economías capitalistas, no hay que olvidar que la inflación siempre ha existido, existe y existirá, y debemos tenerla presente e incorporarla dentro de nuestras planificaciones financieras, tomando las medidas que nos ayuden a vencerla. Por ello, la concienciación, la educación financiera y la planificación económica personalizada e independiente son claves a la hora de acercarnos a los mecanismos que nos ayudarán a tomar las mejores decisiones de cara a nuestro futuro.
Por último, para que esta situación afecte lo menos posible a nuestros ahorros, algunas recomendaciones claras:
– Debemos contratar productos que, con su rentabilidad, venzan el efecto de la inflación y nos permitan no perder dinero por su efecto.
– Debemos revalorizar anualmente las aportaciones a nuestras herramientas de inversión, al menos en el mismo importe en el que crezca la inflación, de ese modo nos iremos adecuando a la evolución esta.
– Al planificar nuestros objetivos de medio o largo plazo, debemos calcular los importes que necesitaremos en el futuro para conseguirlos, incrementándolos en base al efecto de la inflación.